Guillermo Arriaga nos ha vuelto a regalar una historia contada desde varios puntos de vista y narrada a velocidades tan distintas que el lector puede terminar inmerso en un trémolo de emociones que no se detiene sino hasta el final de un extenso párrafo. “Salvar el fuego” está marcada por la violencia, los sueños, el encierro y las promesas a lo largo de sus 659 páginas que no hacen más que confirmarnos la enorme capacidad de su autor de contar muy buenas historias.
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Durante cuatro años y medio, Arriaga ha trabajado en esta novela a la par que lidiaba con el déficit de atención que padece desde muy joven. “Si no lo tuviera, lo hubiese escrito en un año. Hay escritores que planean con mucho detalle sus novelas, yo voy improvisando a medida que escribo porque no tengo esa capacidad lógica”, dijo a este Diario. Mientras trabaja en una historia puede saltar de pronto a las redes sociales, escuchar música, ver una película o navegar en la web, “pero de pronto una idea se dispara trayéndome lo que necesitaba y regreso a la novela”, agregó.
La idea de esta novela era la de “un amor en tiempos de encierro”. ¿La cuarentena hizo que quisieras reescribirla o solo confirmó lo que cuentas aquí?
No creo que la experiencia del encierro hubiese cambiado mucho la novela porque vivía muy monacalmente cuando la trabajé, viajaba mucho, pero me encerraba en los cuartos de hotel a escribir. Pero sí le ha permitido reflexionar a los lectores sobre su propio encierro. Para empezar, a los que tienen el privilegio de encerrarse. Hay una gran diferencia entre los que tienen agua para lavarse las manos, los que tienen para comprar un gel o un tapabocas y los que no, en la cárcel no es así. No duermes donde quieres, ni con quien quieres, no te vistes como quieres, no comes lo que quieres y no te despiertas cuando quieres. Imagina pasar esto por 50 años.
Que es justamente la pena que tu personaje, José Cuactémoc, tiene que cumplir. ¿Cómo lograste graficar de una manera tan real el ambiente de una cárcel si dices que nunca haces investigaciones para tus novelas?
No la hago porque siento que es la vida la que me tiene que traer los nutrientes para la historia. Uso lo que me ha platicado gente que está en la cárcel o quienes han visitado parientes. Me contaba el otro día alguien que en algunas un millonario tenía hasta meseros, comedor y cuarto de visitas.
Incluso en la cárcel existe una marcada diferencia social.
Es que la cárcel es un microcosmos, ahí lo dice la novela: es la unidad habitacional del crimen y estas tienen tanto pent-house como cuchitriles.
Hay escenas, sobre todo las marcadas por la violencia, que dan la sensación de estar viendo un película. Pareciera que de pronto uno está saltando de un plano al otro a toda velocidad. ¿Crees que el cine te persigue al momento de escribir?
El cine casi no influye en mi trabajo literario, pero mis novelas sí han influido mis películas. He tratado que estas tengan estructuras narrativas que vienen de la novela. Por ejemplo, en “Rojo y negro” de Stendhal, publicada cuando no existía el cine aún, se relata cómo caen las bombas, cómo explota el lodo, cómo corren los hombres y cómo sudan. Hay una literatura que es sensorial que trata que estés inmerso en una experiencia que involucre a todos los sentidos. Lo importante de la novela está dentro de lo que los personajes piensan, no fuera.
¿Dónde te sientes más cómodo, en un guion o una novela?
Para mí es lo mismo
Pero hay limitaciones en un guion.
Tiene que ver con el punto de vista. Una película siempre será contada desde tercera persona y en la novela en primera, aunque la cuentes en omnisciente. En uno son las imágenes y las acciones lo que van a determinar lo que están haciendo los personajes y en la novela es la psicología de ellos.
Has dicho que escribes sobre la muerte porque te interesa la potencia de la vida, pero la violencia también está muy presente en tus historias. ¿Qué te lleva a escribir sobre ella?
Uno nunca sabe por qué escribe lo que escribe.
Es interesante lo que dices porque los escritores parecen no saber, pero son sus lectores quienes van desenterrando esas motivaciones.
Así es, ellos me han mostrado cosas que yo repito. Ni siquiera soy consciente pero siempre hay mujeres que fuman en mis películas o tipos que aplastan cucarachas, hospitales, cementerios y moteles. Uno no escribe bajo la razón, si no es el inconsciente el que arma las novelas. Ahí, por alguna razón, se han incrustado ciertos temas y preocupaciones vitales que en raras ocasiones notas su existencia.
Y el inconsciente está muy nutrido de la infancia.
Se nutre de muchas cosas y lo hace las 24 horas, pero sí, la infancia es determinante. En mi caso fui sujeto de violencia inexplicables en mi infancia ( a los 13 años el autor perdió el sentido del olfato a causa de una pelea callejera), pero creo que eso se mete de alguna manera y pulsa.
Y cuando necesita salir, ¿Cómo lo hace?
Para mi no es difícil y puedo decir que no tengo ningún trauma serio en la vida. A mí, lejos de sentir que las experiencias me van a torturar, pienso que tengo algo que contar. Lejos de victimizarme con mis experiencias de la infancia, pienso en el material que muy poca gente tiene.
Y por eso tus historias destacan entre el resto de la oferta literaria que muchas veces está estancada en los mismos temas: la búsqueda del padre, los retratos familiares o el drama de un escritor frustrado.
Siento que todo punto de vista es válido, incluyendo al tipo que nunca ha salido de casa y se la pasa tranquilo en su computadora hasta al que vive en los arrabales. Lo importante del arte es que una persona se convierte en un filtro y en un mundo, pero no sabes qué repercusión puede tener sobre quien lo lee. Borges, por ejemplo, su mundo era uno de bibliotecas y no por eso se descalifica su obra.
En tus historias, todavía hay rezagos de humanidad hasta en los personaje más crueles. ¿Cuál podría ser el rol de la literatura en quienes se parecen a estas figuras?
La mayor herramienta del novelista tiene que ser la empatía y eso consiste en contar el origen de esas personas y saber por qué hace esas atrocidades. A veces notas que algunos están capturados por monstruos que los atormentan y otros que lo hacen por pendejos, se convirtieron en lo que son porque creyeron que era el camino más fácil. Tuve la oportunidad de hablar con reos que han leído la novela y algunos, totalmente arrepentidos, creían que la cárcel no era suficiente condena. Decían que querían rehabilitarse, pero también tenían el temor de volver a cometer crímenes cuando estuvieran fuera de ahí.
En el Perú, muchos sentenciados por terrorismo no han mostrado ni un ápice de arrepentimiento. En todo caso, ¿Cuál es el papel que debe cumplir la cárcel?
En mi novela anterior, “El salvaje”, el fanatismo tiene un rol muy protagónico en la historia y ahí muestro que muchas veces existen sociópatas o fascistas de clóset que lo único que están esperando es algo para justificar su violencia. A veces, detrás de todas estas corrientes, solo existe el deseo de hacer daño.
Mencionaste en alguna oportunidad que los escritores no deben pretender ser moralistas, profundos, ni políticos. ¿Qué pretendes ser tú para escribir una novela de este calibre?
Soy un humilde contador de historias. Trato de ser lo más profesional posible y por eso es que reescribo mucho. Todo lo demás son interpretaciones que están en el lector, no las hice a propósito. No quiero dar mensaje porque sino se convierte en propaganda y el arte es muy frágil como para cargar pesos que no le corresponden.
¿Y cómo crees que se ha desarrollado el arte en la región durante los últimos años?
Es muy sencillo: cada quien escribe lo que puede. Nadie a quien yo haya conocido ha escrito lo que quiere.
Esa es la condena eterna de los escritores.
Así es, jamás van a pertenecer a la tradición narrativa que quieren, sino a la que pueden. Por eso creo que lo más inteligente es descubrir cuál es tu tradición narrativa y aceptar qué es lo que puedes hacer.
¿A qué tradición narrativa hubieses querido pertenecer?
Hay algunas cuestiones de elegancia que tiene Borges que me hubiera encantando tener o la simpleza poética de Rulfo y no la tengo. No voy a hacer ni el esfuerzo por buscarlo. Creo que en la novela latinoamericana uno escribe desde el punto de vista de lo que puede. Para poder escribir necesitas tiempo libre y cierta comodidad económica. La mayoría de los escritores en Latinoamérica son de clase media y los de la clase media latinoamericana cada vez tienen más miedo, se protege más. Se empezaron a proteger del mundo tan peligroso y al hacerlo tu mundo cambia, puedes escribir acerca de me comprometo o no con mi novia porque no conocen otras realidades, pero eso no signifique que esté mal.
¿Cómo va tu relación con el cine?
He recibido cuatro ofertas para filmar en Hollywood donde parece que se han dado cuenta que durante muchos años el cine estuvo tiranizado por Marvel, Batman y todo ese mundo y olvidó por completo al público adulto.
¿Crees, como Martin Scorsese, que esas son cintas propias de un parque de diversiones?
Son películas que no me hablan. Es como si unos finlandeses estuvieron a mi lado, no los entiendo y no me atraen. Alan Moore, el escritor de varias de estas historias, dijo que las había escrito para niños de clase baja que necesitaban evadir su realidad y no podía creer que los adultos burgueses eran quienes disfrutaban de ellas. Algo tiene que estar mal si los adultos se divierten con cosas de niños.
Entonces, ¿Cuál es el cine de adultos que estás preparando?
Crecí en una familia donde el arte no tenía que ser evasión y diversión sino cuestionamiento y confrontación. Tengo amigos que dicen que hacen películas para que al salir de la sala uno se sienta contento, pero yo quiero que la gente salga con una nueva forma de ver las cosas. Que todo sea distinto a como cuando entró a la sala.
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