El 30 de noviembre de 1803, la corbeta con el palo en trinquete, las velas cuadradas y el bauprés inclinado para capear los vientos de proa rompió amarras con las dársenas de La Coruña y pronto se hizo invisible tras la curva de agua. Su majestad Carlos IV había dispuesto que sea un buque de correo de guerra, ligero y habituado a capear temporales en sus travesías al Nuevo Mundo, el encargado de transportar una misión asombrosa: un médico, tres enfermeros, tres asistentes, dos practicantes, 22 niños huérfanos, una cuidadora y miles de ampollas de cristal conteniendo preciosas gotas de linfa vacunal.
Las ampollas se cerraban con parafina después de haber hecho el vacío, para lo cual también se embarcaron algunas máquinas neumáticas. Pero lo realmente extraordinario del viaje estaba en ese grupo de niños. Huérfanos o de familias desestructuradas cuyas edades oscilaban entre tres y nueve años, procedían de diferentes hospicios de Madrid y Galicia cuidadosamente seleccionados por no haber enfermado de viruela. Durante la travesía serían sucesivamente vacunados para que el gen reactivo se mantenga vivo en sus brazos hasta que anclaran en los puertos de los diferentes virreinatos de ultramar.
“Serán bien tratados, mantenidos y educados hasta que tengan ocupación o destino con qué vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que se hubiesen sacado con esa condición”, decía la Real Cédula del rey, cuya cuarta hija, la infanta María Teresa, había contraído la viruela en 1798. Las secuelas en su rostro y su muerte posterior dejaron al monarca considerablemente sensibilizado con esa enfermedad. Por eso, apenas tuvo noticia de que el inglés Jenner había experimentado exitosamente con la vacuna, ordenó que una ágil maquinaria curativa enrumbara a los territorios conquistados transportando el salvífico cristal.
INMUNIDAD A BORDO
Así, la expedición comandada por el médico Francisco Xavier Balmis y Berenguer (1753 – 1819) y su lugarteniente José Salvany y Lleopart (1778 - 1810) hizo escala en Tenerife y, al cabo de un mes, acoderó en Puerto Rico. El entusiasta desembarco se topó con la frialdad brutal de las autoridades: la vacuna ya había sido importada de la isla inglesa de Saint Thomas. Sin viento favorable, navegar hacia la Capitanía General de Caracas fue un suplicio. Así que desde Puerto Cabello dividieron la expedición en tres grupos y en 10 días llegaron a la capital venezolana para unas memorables jornadas de inmunización que levantaron la moral del equipo.
En Nueva Granada, ya vacunada, encontraron un segundo foco de resistencia. Entonces Balmis parte a La Habana en una accidentada travesía que afectó la salud de los niños, consiguiendo tres esclavas para transportar la vacuna a la península del Yucatán. Tras exitosas jornadas en Mérida, Oaxaca y Veracruz, consigue 26 niños para viajar a Manila, Cebú, Mizamiso, Mindanao y Zambuangas “en un navío lleno de inmundicias y grandes ratas que atemorizaban a los niños, tirados en el suelo, rodando y golpeándose unos con otros”. Afectado en su salud, decide ir a Macao y delegar la misión sudamericana al otro médico.
La expedición de Salvany fleta un bergantín, encalla en el río Magdalena, pierde su instrumental y atravesando ciénagas y desiertos llega a Cartagena, con excelente acogida. Con diez niños más portando la vacuna, llegan a Bogotá donde hacen cincuenta mil vacunaciones. El ascenso a los Andes enferma a Salvany, queda ciego del ojo izquierdo. Aun así viaja a Quito, donde es cálidamente recibido. Entonces emprenderán la expedición al Virreinato del Perú, empezando por Cuenca, Loja y Guayaquil, pese a ser atacados por piratas ingleses. Huyen también de Lambayeque, acusados de ‘anticristos’, pero se instruye a un religioso bethlemita para que recorra Vicus, Olmos, Motupe, Salas, Jayanca y Pacora.
HÉROES ANÓNIMOS
Como en Lima se desencadena un brote de viruela, Salvany incorpora a Fray Lorenzo Justiniano para que los niños de su diócesis transporten los cristales hasta la desolada Ciudad de los Reyes, donde tienen notable acogida. Luego se dirigen hacia Mineral de Chota, controlan el foco y regresan por Chepén, donde sus guías les abandonan y vagabundean sin orientación, hasta que un hacendado los rescata. Ya de regreso en Lima, la decepción es descomunal: la vacuna se comercializa inescrupulosamente. Salvany, desmoralizado, delega las operaciones en la Universidad de San Marcos, crea reglamentos de vacunación y divide la expedición en dos grupos.
Uno va al Cuzco y un mes más tarde hacia la Capitanía General de Chile, desde El Callao, mientras él enrumba a Arequipa. Sus problemas pulmonares se agravan, pasa allí las navidades de 1807 y decide continuar la expedición a La Paz, donde llega año y medio después. Se ilusiona con vacunar en Mojos y Chiquitos, diezmadas por la peste, pero sus pulmones estallan en Cochabamba cuando tenía 34 años de edad. Balmis y sus niños también casi mueren en Macao, razón por la que el médico regresa a España con escala en la isla de Santa Elena y Lisboa. Carlos IV le recibió el 7 de septiembre de 1806 felicitándole por su labor. Trece años después moriría en Madrid a los sesenta y seis.
De la cuidadora de los niños, Isabel Zendal, se sabe que derramó ternura como una auténtica madre sobre cada uno de los niños durante los 10 años que duraron las misiones, hasta que con la salud resquebrajada murió en Puebla de los Ángeles. Y en cuanto a los 22 pequeños héroes —seis de la Casa de Desamparados de Madrid, once del Hospital de la Caridad de La Coruña y cinco de la Casa de Expósitos de Santiago de Compostela—, solo se sabe que uno murió en el trayecto y que los otros jamás regresaron a España. Los archivos históricos solo conservan sus nombres de pila, un monumento de Acisclo Manzano en el Puerto de La Coruña y la gratitud eterna de aquellas 250 mil almas del Nuevo Mundo que se salvaron de la peste.
ÁNGELES ETERNOS
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna tuvo un amplio correlato en la ficción: es recreada en las novelas “Saving the World” (Julia Álvarez, 2006), “Ángeles custodios” (Almudena de Arteaga, 2010), “Los héroes olvidados” (Antonio Villanueva, 2011), “Los niños de la vacuna” (Javier Neveo, 2013), “A flor de piel” (Javier Moro, 2015), “Los niños de la viruela” (María Solar, 2017) y en la película “22 ángeles” (Miguel Bardem, 2016). En 2018, el dibujante El Primo Ramón publicó el cómic “Nuevo Mundo. Isabel Zendal en la expedición de la vacuna”.
¿Qué es la covid-19?
La covid-19 es la enfermedad infecciosa que fue descubierta en Wuhan (China) en diciembre de 2019, a raíz del brote del virus que empezó a acabar con la vida de gran cantidad de personas.
El Comité Internacional de Taxonomía de Virus designó el nombre de este nuevo coronavirus como SARS-CoV-2.
¿Cuáles son los síntomas del nuevo coronavirus?
Entre los síntomas más comunes del covid-19 están: fiebre, cansancio y tos seca, aunque en algunos pacientes se ha detectado dolor corporal, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta y diarrea. Estos malestares pueden ser leves o presentarse de forma gradual; sin embargo, existen casos en los que la gente se infecta, pero no desarrolla ningún síntoma, precisó la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Además, la entidad dio a conocer que el 80 % de personas que adquieren la enfermedad se recupera sin llevar un tratamiento especial, 1 de cada 6 casos desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar, la gente mayor y quienes padecen afecciones médicas subyacentes (hipertensión arterial, problemas cardiacos o diabetes) tienen más probabilidades de desarrollar una enfermedad grave y que solo el 2 % de los que contrajeron el virus murieron.
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