La historia de la Biblioteca Nacional del Perú es una de tragedia. Saqueada durante la Guerra del Pacífico, arrasada por un incendio en 1943, vejada por sistemáticos robos en pleno siglo XXI. Porque si hurtar un libro puede ser, con licencias, un acto romántico; robarle los libros a un país es ultrajar la identidad de su pueblo. Un acto bajo, indigno, imperdonable.
“La biblioteca fantasma”, el libro del periodista David Hidalgo que se presentará hoy en la FIL Lima, es una investigación tan exhaustiva como dolorosa del histórico expolio sufrido por la biblioteca de todos los peruanos. Una obra que se lee con intriga y espanto. Con suspenso e indignación. Poco menos de 300 páginas que resumen una tragedia nacional. Un libro que encarna la desaparición de miles de libros más.
Su génesis puede rastrearse en un reportaje de Hidalgo en este Diario. En enero del 2009, un coleccionista anónimo se contactó con El Comercio para comunicarle el hallazgo de unos libros históricos de la Biblioteca Nacional que había adquirido en el mercado negro y que quería devolver. “Eran cuatro ejemplares importantísimos. Incluso uno fue publicado en 1578 –recuerda Hidalgo–. Lo particular del caso es que uno de los volúmenes tenía un código de barras que había sido colocado en el 2006, año de la mudanza de la vieja biblioteca de la avenida Abancay a la nueva sede en San Borja. Les habían borrados los sellos y demás rastros de la biblioteca, pero ese código de barras con los datos de la biblioteca nos permitió establecer el período específico de la sustracción. Siempre se había hablado de los robos de libros como una cosa del pasado, pero en ese momento ya había más exactitud. Publicamos el artículo y tuvo un gran impacto. Mucha gente empezó a mandarme datos y fotos; me decían que encontraban libros en tiendas de anticuarios, en el campo ferial Amazonas, en el extranjero. Fue así como empecé a conectar muchos cabos en torno al tema”.
Inmerso en esa mafia de pesadilla, Hidalgo se convirtió en un sabueso que respondía al olor del papel viejo. Fue tanta la información que le llegó que en el 2011 se dio cuenta de que su investigación podía tomar la forma de un libro. Siete años más de pesquisas recién tienen ahora su resultado: un reportaje extenso e impecablemente narrado, que tiene el tono de un policial. Porque de hecho lo es.
—Flagelo interno—Una de las revelaciones más dolorosas de esta investigación es que la principal amenaza contra la Biblioteca Nacional viene desde dentro. En una parte del libro, Hidalgo cita al académico estadounidense Philip Ainsworth Means, quien formó parte de la comisión que apoyó en la reconstrucción de la Biblioteca Nacional del Perú luego del incendio del 43. En una carta dirigida al historiador y por entonces director de la institución Jorge Basadre, Means le expresa su preocupación por la desaparición de varios libros y lo insta a cuidarse de los que él llama “empleados-polilla”.
La metáfora es notable, pues se ha descubierto que durante décadas han sido personas del ámbito interno de la biblioteca las que han carcomido su contenido como una silenciosa y despiadada plaga. “Pese a ello, solo hay una persona castigada por tráfico de libros: un vigilante que en el 2011 fue captado en video robando un libro de una bóveda. A él lo condenaron a dos años de prisión no efectiva y a una multa de 2.000 soles. El tipo ya debe estar trabajando en algún otro lado”, señala Hidalgo con evidente desazón.
“La biblioteca fantasma” da cuenta detallada de un buen número de funcionarios, sobre todo en los últimos años, que han actuado como cómplices del saqueo de libros: sea por negligencia, obstrucción en las investigaciones o, en algunos casos, un más que obvio dolo. “Y la gran mayoría de ellos sigue trabajando allí”, agrega Hidalgo. En el libro los señala con nombres y apellidos.
Pero como en cualquier novela de espionaje –porque esta obra también parece una–, no solo hay villanos, sino también héroes. Algunos muy reconocidos, como Ricardo Palma, el ya mencionado Basadre o más recientemente Ramón Mujica, director de la Biblioteca Nacional entre el 2010 y el 2016, impulsor de la campaña “Se buscan libros perdidos” y uno de los personajes centrales del libro.Resaltan también algunos héroes anónimos o apenas reconocidos, como la bibliotecaria y experta en archivos Martha Uriarte, quien llegó al extremo de mover valiosos volúmenes de un estante a otro todas las noches para evitar que caigan en las manos de los ladrones que dormían en casa.
—La ruta del tráfico—La concepción del libro le ha demandado a Hidalgo numerosos viajes, que quedan plasmados en los diferentes escenarios donde se desarrolla su historia: Buenos Aires, Santiago de Chile, ciudades de Europa y Estados Unidos. El autor cuenta uno de los episodios más interesantes: “Un caso importante que relato es el de un catecismo del siglo XVIII, escrito en quechua, que fue encontrado por una académica francesa en Dumbarton Oaks, una prestigiosa biblioteca en Washington. Ella descubre ese ejemplar por casualidad y le envía una foto a un colega en París que era experto en esa obra. Este, por una increíble coincidencia, tenía una fotocopia del volumen con la que probaba que el volumen era peruano. Pero al ejemplar hallado en Washington le habían quitado páginas y sellos. A raíz de ese hallazgo se supo que la biblioteca en Washington lo había adquirido de un anticuario en Buenos Aires, y este de un coleccionista que no sabía de dónde había venido. Esa es la ruta internacional de la que siempre se había sospechado, pero de la que recién se pudo detectar un caso específico”.
En esos periplos, Hidalgo también ha podido encontrar, aparte de libros, el robo de piezas precolombinas y pinturas virreinales ilegalmente comercializadas. “El tráfico de patrimonio cultural es una industria muy fuerte. Es la cuarta o quinta actividad más rentable dentro del crimen organizado en el mundo”, asegura. “Y dentro de ese tráfico patrimonial, si aparece un huaco o un manto Paracas robado, la gente suele alarmarse por un tiempo. Pero si hay evidencia de un libro, es peor: a nadie le interesa”, remata.
En esa línea, Hidalgo lamenta también el nulo accionar de la justicia peruana para detener el saqueo y sancionar a los culpables. “El trabajo de la fiscalía ha sido lamentable –afirma él–. Los sustentos que presentaban han incluido criterios muy cuestionables, con datos inexactos o simplemente falsos. Un ejemplo: cuando señalaron que se encontraron unos archivos históricos en cajas verdes en la azotea, en plena ruta del robo. Eso no es cierto. Los archivos en realidad estaban envueltos en plástico azul. ¿Y por qué es importante ese detalle? Porque ese plástico servía para que estuvieran protegidos de la intemperie y tenían unos nudos que solo podían haber sido hechos por un experto en archivos. Esas evidencias eran importantes”.
Por esa razón es también que el libro lleva en su portada la imagen de una escultura de Cristina Planas: el gallinazo que, encaramado sobre la Biblioteca Nacional, apunta hacia la fiscalía y hacia la conciencia de sus magistrados. Todo un signo de los tiempos.
MÁS INFORMACIÓNEl autor recorrió varias ciudades de Sudamérica, Estados Unidos y Europa para seguir la ruta de los libros traficados.La negligencia y la corrupción dentro de la biblioteca son los principales problemas.
AL DETALLETítulo: “La biblioteca fantasma”Autor: David Hidalgo Editorial: PlanetaPáginas: 294Presentación del libro: hoy, 4 p.m., en la sala Abraham Valdelomar de la FIL Lima. Dirección: Av. Salaverry cuadra 17, Parque de los Próceres, Jesús María.