Al ubicar su novela en un país que se encuentra en las antípodas del nuestro, Enrique Planas (Lima, 1970) busca poner una distancia entre la historia que escribe y la suya propia. “Hay un Japón que nos pertenece a todos. Es el Japón de los mangas, del anime, de nuestros recuerdos de infancia, de nuestros juguetes de lata… y es tan universal como lo es el mundo de James Bond que cultivé con mi padre”, dice el autor al iniciar la conversación en torno a “Chicas Bond”, una novela que acude a un clásico —el agente 007— pero que se refresca con referencias propias de la cultura pop. Para ello, Japón es el escenario perfecto.
Para el escritor, hay territorios de ficción que nos pertenecen y que a veces se confunden con la realidad. Así, crea un universo dentro del Japón de la última década del siglo pasado que se entrelaza con el Hollywood de épocas anteriores incluso, pero cuyo trasfondo es en realidad algo mucho más terrenal: la sombra de aquellas relaciones que se complejizan cuando se es padre y cuando se es hijo, que incluye también un cuestionamiento directo a la forma hegemónica de entender la masculinidad.
Aunque “Chicas Bond” tiene mucho del corazón de Enrique Planas, no estamos, de ninguna manera, frente a una obra de autoficción. La debilidad por James Bond y la forma en la que este personaje se convierte en un vehículo para explicar la relación padre e hijo, son suyas, pero la novela tiene una vida propia. Sin embargo, es inevitable preguntarle si este libro significa para él una cuenta saldada como padre o como hijo. “Es imposible saldar cuentas, y menos con un libro. Uno siempre va a tener cuentas pendientes con la memoria y con las personas a las que no le dijiste las cosas a su tiempo. Esas son deudas que nunca se van a pagar. Más bien creo que la madurez es saber vivir con eso y con que es probable que puedas repetir algunos errores con otras personas”, dice.
Estamos frente a una novela que su autor califica como producto de un proceso tan exigente como gozoso. Tal cual es su lectura.
"Chicas Bond" se presenta el martes 11 de octubre en la librería El Virrey de Miraflores a las 19:00.
- Este libro, al igual que el anterior, transcurre en un universo en el que Japón es protagonista. ¿Tienes alguna filiación especial con la cultura japonesa?
No es una fascinación directa con el país que obviamente podría tenerla y se justificaría, sino porque yo creo que el Japón es un pretexto geográfico para tomar distancia de muchas cosas. Para poder hablar del aquí y el ahora sin tener que hablar de uno mismo directamente, sin tener que ser obvio. Entonces, cuando te vas a las antípodas tienes un margen de imaginación mucho mayor y de hacer una cosa que siempre intento, que mis novelas sean lo más distinto de mi vida cotidiana y ordinaria. Entonces, el Japón realmente es un gran pretexto para hablar de cosas mucho más urgentes. Nunca he estado en Japón.
- Quién lo diría. Después de dos libros, se pensaría que tenías alguna filia especial tras visitarlo, o algo así.
Con este libro cierro mi díptico japonés. Ya dije todo lo que tenía que decir al respecto. Lo que sucede es que hay un Japón que es territorio común: el de los mangas, del anime, de nuestros recuerdos de infancia, de nuestros juguetes de lata, y es tan universal como lo es también el mundo de James Bond que cultivé con mi padre. Entonces, hay territorios de ficción que nos pertenecen y que se confunden con la realidad. Para mí entrar a Japón es para mí entrar a uno de esos territorios extraños que tienen que ver con lo que recuerdas, pero también con lo que olvidaste.
- Entiendo, entonces, que te has zambullido en un fuerte trabajo de investigación
Es bonito, pues la investigación literaria responde a encontrar cosas que tú no sabías que estabas buscando. Tú vas a investigar con preguntas previas muy amplias, entonces más vas encontrando cosas como piedras brillantes y entendiendo que te van a sentir para algo. La imagen que yo siento que tiene que ver más con la escritura para mí es la de armar un rompecabezas sin tener la imagen clave. Sin saber qué estás armando, con la única certeza de que las piezas encajan entre sí, de que hay una correspondencia entre ellas. Y el proceso de investigación es ir calzando esas piecitas hasta que te das cuenta de que algo tienes.
- Conectar Japón con James Bond, dicho así al aire, suena un poco extraño. Pero en el universo del libro tiene todo el sentido del mundo. En la historia acudes a palabras en español, obvio, pero también en inglés y japonés. Palabras que son conceptos que configuran formas de entender el mundo. ¿Fue muy difícil transitar el lenguaje de esa manera?
Ha sido un reto y una complejidad y sí necesité ayuda de gente experta en el idioma que me dijera cuando me equivocaba. Y sí, me equivoqué mucho. Pero lo que he tratado, a diferencia de mi anterior novela, “Kimokawaii”, es que en esta novela las palabras funcionaran por su contexto, y que esas palabras tuvieran que ver con el extrañamiento que cruza toda la novela. Lo que me gusta son las coincidencias que uno no imagina. Esta gran coincidencia de Bond y Japón surge de la casualidad, y eso me abrió reflexiones en torno al lenguaje, pero también en torno a cuestiones como el machismo de Bond y el machismo de la sociedad japonesa.
- ¿Qué es para ti James Bond, además del recuerdo de tu padre?
Creo que James Bond es el modelo de masculinidad de mi generación, totalmente. Es lo que quisieron ser varias generaciones de funcionarios públicos, de gente que marcaba tarjeta...a mí me encantan las escenas de Bond llegando a la oficina, marcando tarjeta, saludando a la secretaria, le hace un chiste machista, le da un palmazo...era el sueño de toda esa generación de “Mad Men”. Yo creo que ese era un modelo de masculinidad universal. Pero fundamentalmente era el punto de contacto entre mi padre y yo. Y por eso le tengo una deuda de gratitud. Para mí James Bond tiene lo peor del mundo, pero también esas subjetividades que yo siempre agradezco. Las ficciones tienen eso que nos ayuda a entendernos, aunque sea un momentito.
- Te vas hasta Japón para deconstruir lo que significa ser padre y la relación con el padre. Me dices que James Bond marcó la masculinidad de tu generación, ¿ser padre es lo que marcó tu deconstrucción de esa masculinidad?
Ser padre obviamente te abre otras puertas de reflexión. Algunas de esas puertas se abren por miedo, y cuando eres padre el miedo sale a borbotones. Creo que vivimos en tiempos en los que conscientemente tratamos de deconstruir nuestras ficciones masculinas, nuestra forma de ser, pensando en la igualdad de una forma consciente. El mundo nos plantea ese reto diariamente. Cuando veo las películas de James Bond inmediatamente tengo que pensar no solo en él, sino también en sus víctimas y ver cómo las mujeres han sido víctimas de Bond en progresión. Desde la primera chica Bond hasta la última hay un arco de transformación en el que no siempre nos detenemos.
- ¿Te molesta esa transformación?
No, al contrario. La celebro mucho porque si no, no podríamos ver hoy a Bond como un personaje casi caricaturesco. Las personas que hablan de Sean Connery con nostalgia a mí me parece que no se dan cuenta de lo terrible que eran. Hoy las mujeres encaran a James Bond, lo vencen, lo cuestionan y han logrado que él muera por ellas. Eso me parece una transformación total en la medida que él comenzó siendo un personaje absolutamente individualista e incapaz de pensar en la persona que lleva a la cama.
- Hay situaciones que planteas donde las masculinidades tradicionales están rotas. Es una novela muy de su tiempo, ¿no?
Creo que en todas mis novelas las identidades sexuales son líquidas. Todos mis personajes han tenido una relación de ida y vuelta con el otro género. En mis novelas hay mucho travestismo, pero también mucha necesidad de pensar como el otro o de ocupar el lugar del otro. Y no solo por empatía. Desde “Orquídeas del Paraíso” trabajo el tema. Siempre me he rebelado frente a ese machismo que ha tenido la literatura peruana desde que aparece la novela hasta parte de este siglo. A mí me molesta la novela de entraña realista y de una masculinidad sin fracturas, más allá de algunos ejemplos excepcionales. Siempre he querido hacer a mis personajes fracturados, heridos. A todos mis personajes siempre les falta algo.
- Acudiendo a Bond, a Japón, a tu niñez...¿Es la infancia nuestra fuente irremediable de cuestiones por remediar en espacios como la literatura?
No necesariamente. Depende de las personas, de las experiencias. Depende de cuándo te golpea. Si es en la infancia, entonces culpamos a nuestros padres; si es en la adolescencia, culpamos a los amigos que tuvimos o a la novia que nos dejó. A veces el trauma nos golpea de adultos y entonces vamos buscando a quién culpar. Nunca asumimos responsabilidades, siempre buscamos que la asuman los demás.
- Y en esta novela, ¿asumes alguna responsabilidad o saldas alguna cuenta? Lo digo porque hablas de ser hijo y de ser padre...
Es imposible saldar las cuentas, y menos con un libro. Uno siempre va a tener cuentas pendientes con la memoria y con las personas a las que no le dijiste las cosas a su tiempo. Esas son deudas que nunca se van a pagar. Más bien creo que la madurez es saber vivir con eso y con que es probable que puedas repetir algunos errores con otras personas. Son deudas impagables.
- En una parte del libro tu personaje dice que los lectores son ingratos. En un país como el nuestro, donde se cree que “la gente no lee”, ¿tú qué crees?
Esa frase juega un poco con las frustraciones de un autor. Yo siempre pensé en ese personaje, un artista que se siente desfasado, que es superado por su tiempo, por los lectores, no entiende en el momento en el que vive, sigue instalado en la lógica de la posguerra cuando el Japón de los 90 era otra cosa...lo peor que como artista le puede pasar es que sea obsoleto, y en la historia él se siente así. Por eso tiene tantas frustraciones con su trabajo. Por eso él piensa que sus lectores son ingratos. Yo nunca diría que los lectores son ingratos.
- Además de escritor, tú, como periodista ves el mundo girar a una inmediatez impresionante. ¿Le temes a la obsolescencia? ¿Cómo te sientes en un mundo donde todo corre tan rápido?
No le tengo temor a la obsolescencia. Creo que es un falso dilema. En mi caso...entre obsoletos no podemos ser obsoletos. Algo es obsoleto cuando lo miras desde el futuro o desde un presente observando el pasado. Pero cuando estás en algo tan analógico como escribir una novela, que encuentres un lector es encontrar a alguien con quien compartes el tiempo. Y compartir tiempo con alguien es vivir el ahora.
La novela "Chicas Bond" se presenta este martes 11 de octubre a las 7 p.m. en la librería El Virrey.
Bolognesi 510, Miraflores, Lima. Estarán el autor, Enrique Planas, la periodista Katherine Subirana y el artista Eduardo Tokeshi.
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