Las líneas de la poesía peruana del siglo XX son heterogéneas, pese a las griterías o bravatas que algunos actores, sensibles al instinto de territorialidad –cual fieras parapetadas–, promueven de vez en cuando, como si tal acto iluso cambiara el estado de las cosas o modificara el desarrollo de todo un sistema literario. Ya está demostrado que sobre estos trajines de los campos culturales –y sus articulaciones– nadie debe monopolizar el protagonismo, tratando, neciamente, de hacer invisible lo que ya es obvio, o adoptando la política del avestruz después de lanzar la roca artera sin ningún asidero, salvo el de la paranoia.
Selenco Vega (Lima, 1971), consagrado escritor –varias veces laureado con premios importantes en distintos géneros–, también hace gala de su capacidad para la crítica. En esta ocasión, dedica el esperado volumen “Del agua a la espesura del bosque” a la obra de una de las referencias ineludibles de la lírica contemporánea: Carlos López Degregori (Lima, 1952), que este año se consagrara en Colombia con la antología “Campo de estacas” –editada por el prestigioso sello de la Universidad Javeriana– y ahora hace otro tanto en Chile, con la inminente aparición de “Herida de mi herida” –en el catálogo del pujante Das Kapital–.
Lo anterior solo confirma el justo y necesario reconocimiento internacional de este autor, a quien Vega explora con lucidez mediante un texto riguroso, ya que adopta un modelo, el de la llamada escuela de la “moderna retórica” –inspirada en la antigua división romana del discurso–, muy exigente en términos formales y en su proyección a los objetos específicos del análisis. Sin embargo, en manos de nuestro investigador, los distintos puntos de abordaje no se sumergen en la aridez tan riesgosa para semejantes predios, sino que, por el contrario, permite con solvencia y conocimiento despejar cada una de las parcelas del universo singular generado por López Degregori.
Otro mérito de Vega es extender su horizonte metodológico hacia una perspectiva interdisciplinaria, utilizando con criterio igual de razonable las conquistas de la interpretación sicoanalítica, en la línea de Jung y Bachelard, poco frecuentada en nuestros lares como bien se sostiene en la introducción. Esto hace factible un tratamiento creativo de la escritura de CLD, a quien resultó siempre problemático posicionar en alguna de las tendencias imperantes a partir de la década de 1970. En la primera parte del libro, se presta especial atención a ese hecho, rastreando el marco de producción específico que explica el inicio de la aventura de CLD, así como su afinidad con voces de la talla de Enrique Verástegui, José Watabane y Abelardo Sánchez León, pues tampoco ellos pueden ser afiliados a alguno de los dominios canónicos de la literatura nativa. Gracias a esa síntesis, SV sondea la complejidad de las poderosas imágenes que la visión de López Degregori ha diseñado desde entregas como “Las conversiones”, “Cielo forzado”, “Aquí descansa nadie” o “Una mesa en la espesura del bosque”.
Un capítulo completo, el tercero, se concentra en el motivo del agua, presente, de un modo u otro, en una zona considerable de estas construcciones elusivas a cualquier símil. Los cuatro aspectos a tomar en cuenta en el cotejo cumplen su finalidad: segmentación, figuras, interlocutores y cosmovisión. Lo mismo ocurre con diversos elementos exhaustivamente confrontados: la casa, espacio polisémico de envergadura, o las cajas, símbolos del misterio y de la muerte. De este modo, Selenco Vega supera con argumentos el desafío: brindar iluminaciones acerca de los pasajes secretos e inquietantes en los que CLD ha respirado con maestría por más de cuarenta años de ejercicio continuo, visceral, de la “palabra enemiga”, como habría dicho el gran Carlos Fuentes.
AL DETALLETítulo de la obra: “Del agua a la espesura del bosque”Autor: Selenco Vega JácomeEditorial: Dedo CríticoAño: 2015Tiempo de lectura: 5 días