‘¿Por qué las raíces de los árboles rompen las veredas?’, se preguntaba la niña de 7 años de edad. Pasarían algunas décadas para que con esa misma curiosidad se ponga a diseñar moléculas que permitan detectar al coronavirus en muestras sintéticas creadas en laboratorio. La molécula debía ser guiada hasta una zona sintética donde activaría una señal fluorescente, todo en la microscópica inmensidad de un tubo de ensayo. Algunas semanas después, la doctora Vanessa Adaui (45) y sus colegas de cuatro laboratorios peruanos vieron cómo se encendía esa fluorescencia: la misión había sido un éxito. La prueba de detección peruana era molecular, rápida, económica y fácil de aplicar.
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Ocurrió el 19 de junio del año pasado y, más que un descubrimiento, fue una proeza, considerando que en nuestro país la ciencia no es una prioridad. En cambio, sí posee un capital humano invaluable. Por ejemplo la enfermera Vianca Yalta (23), que trabaja en el Hospital III, esa enorme carpa blanca que se levanta en un descampado de su ciudad, Iquitos. En ese dramático escenario se encargaba de atender a 20 pacientes simultáneamente en los días más crudos de la primera ola y de hacer magia con el oxígeno: se las ingeniaba para que dos hospitalizados compartan un mismo balón a través de la cánula binasal.
Historia muy parecida a la de Ana Paola Cruz-Saco (29), doctora asignada en el Centro de Aislamiento de la Villa Panamericana, complejo habitacional de siete edificios donde cuatro son para pacientes. Cada uno tiene 400 camas y ella sigue allí, en guardia. Igual que Claudia Mengoa, militar que al mando de la patrulla 54 se encargó de vigilar el cumplimiento de la cuarentena en los cerros de San Genaro. “Mamá va a ir a matar a todos los virus para que ustedes puedan salir. Se portan bien, ¿ya?”, les dijo a sus hijos antes de salir de casa. Hizo lo mismo July Pajares (43), doctora cajamarquina especializada en medicina de familia que fue infectada con el virus y sigue prestando sus servicios en Barcelona.
Mujeres coraje
Mónica Lanchipa (56) es una profesora tacneña que aprendió a hacer libros con cartón. Ganó una mención honrosa en el concurso de buenas prácticas docentes y ha contado su experiencia en España, Francia, Chile, México, Argentina y República Dominicana. Pero con la pandemia ha tenido que dictar sus clases por Zoom y WhatsApp. La oxapampina Isabel Cortez tiene que barrer cartones y otros desperdicios de las calles de Lima cada noche. De día es la líder sindical que aboga por los derechos de sus colegas, postuló al Congreso y obtuvo 24 mil votos. Y mientras deja impecable la Plaza 2 de Mayo, sabe que el virus está ahí y es tan peligroso como la amenaza de todos los días: el despido.
Coraje es también lo que tiene Giuliana Matos (57), jefa del departamento de emergencia de ese nosocomio gigante que es el Rebagliati, hasta donde llegan accidentados y pacientes a punto de morir. Hija de una enfermera de la unidad de quemados del Hospital del Niño y de un padre también médico, está al frente de más de 500 profesionales de la salud y no ha tenido un solo día de descanso. Tampoco los tiene Gjilda Zegarra (67), una ex maratonista que se dedica a llamar por teléfono para tranquilizar a los habitantes más angustiados durante esta crisis que parece nunca acabar. La labor de María Antonieta Alva (35), mientras fue ministra de Economía, tampoco cesó: durante los más de cien días de cuarentena, solo dejó de ir a su despacho el Día de la Madre y del Padre.
Todas estas historias están en los dos libros de la serie “Mancha brava” que el periodista Antonio Orjeda lanzó de manera independiente. “Para financiarlos busqué el aporte de empresas que apuestan por la equidad de género. Por la compra de cada libro, otro es donado a los colegios Fe y Alegría. Ya van mil libros donados”, dice. “El libro nació digital y gratuito para que los profesores de todo el país puedan usar sus historias en sus clases virtuales. Ya sobre el toro, me mandé y lo imprimí con el apoyo de la gente: organicé un crowdfunding. Las historias ya son parte de Aprendo en Casa, las he cedido al Minedu”, concluye.
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