“Puedo decirte que el premio Herralde estaba a punto de ser póstumo”, me dice el escritor. Luisgé Martín no tiene complejos al momento de decir que sabiendo más o menos la fecha en que se fallaba uno de los más prestigiosos galardones de novela, las dos últimas semanas de octubre él estaba a punto de morir de los nervios. Un estado casi Almodovariano por esperar una llamada que, al final, nunca llegó. El autor de “Cien noches” supo que había sido el elegido a través de un wasap enviado por su editora. “Yo estaba con mi marido, y al leerlo, me sentí la persona más feliz del mundo” -dice- “Me puse a llorar, abrí una botella de vino, y celebramos”.
Luisgé Martín ha ganado el Premio Herralde el año de la peste. Y para él, ha sido una felicidad dentro de la oscuridad. “Algo que produce una satisfacción mayor”, explica el escritor madrileño invitado a participar de la Feria del Libro Ricardo Palma, donde hablará de esta novela el sábado 28 de noviembre, días antes de que empiece a circular en librerías locales. Su título, “Cien noches”, es justamente la tesis central de esta novela de ideas. Habla de aquella certeza científica que establece el tiempo exacto del frenesí sexual al inicio de una relación, lo que dura la mecánica del deseo. “A partir de entonces, se instala una cierta rutina en la relación que se mantendrá por otras razones: el amor, la decisión de compartir la vida, pero ya no tanto por el erotismo. Por lo tanto, el resto del mundo erótico permanece abierto”, señala.
¿Qué detonó el proceso de escribir una novela como “Cien noches”?
Hay dos disparadores. Uno es la observación antigua de la gente que me rodea y las infidelidades que uno descubre a su alrededor. También la duda, la obsesión, la propia mirada hacia las relaciones afectivas versus las sexuales. Otro disparador más concreto tiene que ver con un estudio que leí en la prensa, que hablaba del número de personas que se declaraban a sí mismas infieles. No me creí el porcentaje que arrojaba: un 50% en el caso de los hombres y un poco más de 40% entre las mujeres. Ahí se me ocurrió pensar qué pasaría si tuviéramos la capacidad y el dinero necesario para espiar a la gente que se dice fiel, para ver si realmente lo es. Eso, que en la vida real sería en delito, en la literatura es una forma de poner en marcha una historia.
¿Nos define la mentira? ¿Estamos acostumbramos a mostrarnos de una forma que no somos?
No sé si nos define la mentira. Creo que hay algunos aspectos en nuestras vidas en el que la mentira se convierte en un instrumento necesario para preservar aquello en lo que creemos. La mentira preserva las relaciones sentimentales en la que nos sentimos representados, evita que el daño se concrete. Pero es una ilusión, por supuesto.
En el Perú las cifras de violencia de género son enormes, y mucha de esta violencia nace al establecer relaciones basadas en la idea de la pertenencia, cuando el hombre piensa a la mujer como una propiedad. ¿La fidelidad es una forma de enmascarar la idea de pertenencia?
No. Creo que la duda sobre la infidelidad, o la intolerancia a la infidelidad, resulta exactamente igual en la mujer, solo que toma otro cariz. La mujer es mucho más resistente o resiliente al abandono, mientras que la mayoría de los hombres son de una vulnerabilidad sentimental destructiva y autodestructiva. Es por ello que convierten esa eterna violencia patriarcal en agresión. Pero el sentimiento de dolor por la infidelidad es semejante en el hombre y la mujer.
Muchas veces leermos los discursos científicos de forma acrítica, olvidando que todo texto tiene una intencionalidad ideológica o moral. Así, hay estudios que hablan de los humanos como una especie monógama, comparada a ciertos mamíferos y aves como los pingüinos. ¿Cuántos discursos científicos nos han desencaminado al momento de entender lo que somos?
Probablemente muchos. Hay estudios claramente encargados, pagados por un cliente, que llevan el resultado que se quiere obtener de ellos. Hay otros que simplemente van ampliando la muestra y su forma de experimentación, y por lo tanto no son erróneos sino más bien incompletos. Te confieso que a mí me fascinan algunos de esos estudios de la sicología conductual o la sicología experimental realizados durante el último siglo. En el caso de los estudios sexológicos, todos están absolutamente incompletos porque la gente que participa en ellos siempre miente. ¡La gente miente sobre todo cuando habla de sexo! A mí me gusta mucho un punto de inflexión que hay en este tipo de estudios cuando, por ejemplo, a los delincuentes sexuales se les empieza a poner sensores en el pene, lo que permite detectar reacciones más allá de lo que ellos dicen. Yo estoy expectante: no voy a vivir suficientes años para verlo, pero estoy seguro que los descubrimientos de la neurociencia nos va a descubrir muchas de las causas de nuestro comportamiento. Y en el ámbito sexual, también. En este momento, la ciencia aún no nos puede dar respuestas pero sí abrir expectativas.
A la comunidad gay se le vincula siempre con la imagen de salir o no del closet, pero lo cierto es que todos, viviendo el papel de la monogamia, viviendo dentro de nuestros propios armarios también...
Eso ha sucedido durante toda la historia de la humanidad. Probablemente lo único nuevo es que la tecnología deja registro de esa habitación cerrada que antes podíamos esconder. En nuestro celular tenemos escondida una vida paralela, en algunos casos mínima, en otros, muy amplia. En otros tiempos lo único que había eran chismorreos de pasillo. Yo creo que si hay algo a lo que estamos absolutamente entrenados es a vivir así. Y no hablamos de algo sexual o prohibido, sino de pequeños secretos, lo que hacemos cuando estamos solos, aquellas cosas en las que no nos atreveríamos a hacer con alguien mirándonos. Desde mirar un programa de televisión vergonzoso pero que nos gusta ver hasta el adulterio o el sexo fuera de la norma. Voy a decir algo romántico que no me corresponde: el adulterio es uno de los grandes estímulos de la literatura, si no perdería su juego ligado al descubrimiento. Si todo fuera trasparente, abierto, permitido, dejaría de ser valioso.
Muchas veces has hablado de la promiscuidad como un espacio de descubrimiento, de aprendizaje, junto con los viajes y la lectura. ¿Hay que asumir sin culpa la promiscuidad en nuestras vidas?
Mi vida ha tenido tres etapas. Una etapa de represión sexual, en toda mi adolescencia y juventud, de castidad, digámoslo claro. Luego una etapa de estallido, de ruptura y, por tanto, de promiscuidad. Y luego, una tercera etapa, mucho más humana, de pseudo monogamia, de pareja estable, de afectos, y de vejez, por cierto. La promiscuidad, que tiene muy mala prensa por razones religiosas, es algo que hay que defender. En mi generación, la promiscuidad tuvo una connotación sanitaria terrible. Ser promiscuo era estar expuesto a una serie de enfermedades mortales, como el Sida, sobre todo en el mundo gay. Había todos esos estigmas casi diabólicos. Pero yo soy un grandísimo defensor de la promiscuidad, sobre todo en las edades en que a uno le supone una apertura de mente, una capacidad de descubrir. En el erotismo, en la conducta sexual, allí realmente está el sustento de nuestra arquitectura de la personalidad. En ese sentido, la simpleza de haberse acostado con una persona en toda la vida, como recomendaban nuestros abuelos, (y que nadie hacía entonces), es una limitación. El poliamor es algo que me cuesta entender, tampoco celebro las orgías perpetuas. Pero sí abogo por una apertura mental que nos permita acercarnos al sexo, a las relaciones sexuales y a la promiscuidad, de una manera más simple, desprejuiciada y hedonista.
Tu libro es también una muestra de promiscuidad literaria, en la medida que permites que otros escritores metan mano en tu historia. Les pediste a tus colegas que escribieran sobre infidelidades reales para luego incorporar esos textos a la novela. ¿Qué resultó de ese ‘melange’?
Fíjate que después de hacerlo, me sorprende que no se haga más a menudo. Estas acostumbrado a encontrar esa promiscuidad en el mundo de la música y en el mundo del cine, pero en el mundo literario no hay ese acercamiento. Fue una idea que se me ocurrió porque quería incluir en la novela varios informes policiales o detectivescos sobre casos de infidelidades. De repente, quería que fueran redactados por detectives muy distintos, en situaciones muy distintas. Y pensé, en vez de hacerlo yo, pedírselo a varios amigos cuya obra admiro y creí que podrían hacerlo bien. Fue una forma de abrazarlos y tenerlos dentro de mi libro. Así lo hice y la respuesta fue unánime. Edurne Portela, José Ovejero, Manuel Vilas, Sergio del Molino y Lara Moreno son cinco escritores españoles con los que tengo una relación muy especial. El resultado ha sido el esperado, son cinco historias que tienen valor en sí mismas. Ellos escribieron a ciegas, solo sabían lo que tenían que saber, no tenían idea de cuál iba a ser el contexto de la novela. Y yo estoy encantado de esa proximidad.
Presentación
- La edición virtual de la 41ª Feria del Libro Ricardo Palma es organizada por la Cámara Peruana del Libro en alianza con el Ministerio de Cultura hasta el 6 de diciembre, a través de las redes oficiales de la feria como Facebook, YouTube e Instagram.
- En ese marco, Luisgé Martín, Premio Herralde de Novela, hablará sobre “Cien días” el sábado 28 de noviembre, a las 3 pm.
- Canal: Facebook de la Cámara Peruana del Libro.
VEA EL VIDEO
Perú será invitado de honor en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
LE PUEDE INTERESAR
- Kathy Serrano, de actriz a escritora: una entrevista sobre el miedo, la indignación y la violencia
- Susana Baca sobre “A capella”: “Ha sido una tarea difícil, pues hay que buscar la excelencia” | ENTREVISTA
- Natalia Iguiñiz: “Ver chicas desactivando bombas lacrimógenas nos hace ver la fuerza de una generación”
- Recordemos a Elsa de Sagasti, madre del actual presidente del país y recordada figura del periodismo peruano
- Nugent: “Puede que la conducta de la PNP llame la atención, pero no es muy distinto a Tía María o Las Bambas”
- Rocío Silva Santisteban: la poeta feminista que estuvo cerca de ser la primera presidenta del Perú