ENRIQUE PLANAS
En su más reciente novela, el escritor argentino Eduardo Sacheri no habla de ‘thrillers’ políticos ni de historias de fútbol. En efecto, el prestigioso autor de “La pregunta de sus ojos” y de “Papeles en el viento” abandona su zona de confort para meterse esta vez en la piel de Sofía, una adolescente de 14 años que llega al Gran Buenos Aires a tocar la puerta de Lucas, un escritor en crisis vocacional, para decirle que es su hija y que su madre ha muerto.
Conmovedora e íntima, “Ser feliz era esto” es su más reciente novela lanzada en la Feria Internacional del Libro de Lima: un testimonio de aprendizaje mutuo entre adultos y adolescentes. Esta es una de esas novelas que no puedes escribir si antes no eres padre...Así es. O al menos no lo hubiera deseado. Una de las claves de ese libro, muy privada y personal, tiene que ver con mi vínculo con Clara, mi hija. Me gusta que en mis libros las personas cerca de mis afectos encuentren huellas dejadas solo para ellas. En particular, sobre todo los diálogos de la novela entre Lucas y Sofía, tienen mucho que ver con el modo en que charlo con mi hija.
La vocación de escritor surge muchas veces por una difícil relación con el padre. ¿Es también tu caso?Mi padre es determinante pero en su ausencia. Yo lo perdí cuando era pequeño, tenía solo 10 años. Una de las primeras cosas que escribí tenían que ver con escribirle a mi padre, en el contexto en que yo me preparaba para serlo. “Ser feliz era esto” redefine lo que podríamos considerar una novela juvenil. Si bien la historia sigue a Clara y sus problemas adolescentes, se ve complementada por las ansiedades de Lucas, su confundido padre...Cuando empecé con este libro, pensé que tal vez lo terminaría como una novela juvenil. Pero rápidamente, en mi cabeza y en las páginas que se acumulaban, apareció ese padre y su propio mundo, mirado por su hija. Creo que en el mundo de los editores de literatura juvenil estos son bastante cautos en cuanto qué cabe en el género...
Por no decir conservadores o francamente reaccionarios...Bueno... [sonríe]. Cuando empecé a conversar no con mis editores habituales, sino con aquellos que pensé les interesaría una novela juvenil, me salieron con obsesiones del tipo ¿cómo puede estar en la historia el mundo del padre? Rápidamente abandoné entonces la idea de una novela juvenil, pues no estaba dispuesto a aceptar esos límites. ¿Por qué crees que es tan difícil el contacto entre adultos y adolescentes?Es más un estado de prevención, de cautela, de prejuicio, de disgusto. Cuando miramos nuestra propia adolescencia con nostalgia y la actual con rabia, empezamos a bajarles una preceptiva de lo que debería ser la adolescencia. Con la niñez también hacemos eso. Si uno hace un esfuerzo de memoria, el mundo adulto miraba nuestra niñez o nuestra adolescencia también con una fuerte dosis de prejuicio, distancia y rabia. Sin duda, la adolescencia de hoy es diferente a la mía, pero no quiero pensar que sea peor. En la novela, Lucas es el autor de un libro de un éxito enorme. Sin embargo, él no se siente escritor y más bien quiere dedicarse a la agricultura. ¿Cómo convives tú con la fama y la vocación?Es un buen ejercicio personal considerar provisorio lo que somos y lo que hicimos. Pensar que, tal vez, un día nos levantemos queriendo dejar de ser lo que estábamos seguros que éramos ayer por la noche. A mí no me sucede como a Lucas este disgusto con su vocación, porque yo sigo escribiendo. Pero sospecho que, si en algún momento de mi vida, no me sale escribir, posiblemente empiece a sentirme como él. Pienso por eso que está bien, de libro en libro, hacer cosas diferentes. De allí que esta novela se aleje de ciertos territorios cómodos para mí. Eso habla de una minúscula pero necesaria temeridad: ir hacia otros sitios.