Abordar críticamente el tema de las guerrillas en Argentina resulta incómodo hasta hoy. En 1975, en una convulsa Argentina operaban en las ciudades grupos que creían en la toma del poder por la gracia del fusil. Meses después, la pesadilla impuesta por uno de los golpes militares más sanguinarios, el del general Jorge Rafael Videla, haría que las guerrillas montoneras o el autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo sean recordados con cierto romanticismo.
Para Eduardo Sacheri, autor de “Nosotros dos en la tormenta”, novela que aborda esta violenta coyuntura a partir de la amistad entre dos amigos involucrados en actividades revolucionarias, esta romantización idealizada incluye un simbólico desarme de la guerrilla. “Lo que fue una opción por las armas para tomar el poder, se convierte en una militancia social de fronteras difusas, de ideales, sin ningún tipo de base militarizada”, explica el autor de “La pregunta de sus ojos”. Se trata, en palabras del autor, de un “lavado de cara” poco entendible, pero socialmente muy profundo en capas populares y medias lo que ha llevado a inventar un pasado diferente del país. “Nuestras sociedades, por suerte, hoy en día no consideran a la violencia como una herramienta política legítima. En ese momento, sí. Esa tensión entre la consideración de la violencia del pasado y la actual, en lugar de resolverla desde la comprensión y desde la comparación, se resuelve desde el inventar un pasado diferente. Eso parece penoso en cuanto a nuestro conocimiento de la historia, sobre este tema o sobre cualquiera”, señala.
—Vuelves al gobierno de Isabel Perón de 1975, año en el que transcurre buena parte de “La pregunta de sus ojos”. ¿Es más interesante para un escritor los momentos previos a una dictadura que la dictadura misma?
Me pasa que los momentos que han sido muy visitados por la literatura y por el cine me resultan poco fecundos, en el sentido que siento que no tengo nada más para decir, nada más para agregar. Ya se ha hablado muchísimo al respecto. Pasa con la dictadura, pasa con el momento de la fundación del movimiento peronista. Siento que en esos temas, que con motivos muy fundados han sido muy visitados, no tengo nada para decir. En ese sentido, me resulta mucho más interesante ir a épocas poco frecuentadas por la literatura. Y todo el retorno de Perón, su muerte y su reemplazo por Isabel, es un tema muy incómodo para el peronismo en mi país. El enfrentamiento salvaje dentro del peronismo entre la izquierda y la derecha, no es un tema que el peronismo recuerde con alegría, ni que le guste que los demás, que no sean peronistas, lo recuerden. Eso también lo vuelve interesante.
Hablamos de dos jóvenes guerrilleros, pero también de sus amigos, sus víctimas y de su familia. Y de un padre que sabe lo que está pasando con su hijo, pero no pregunta para evitar perderlo. ¿Cuánto hay de tus propios miedos de padre en esta novela?
No solo de mis miedos, de mis preguntas, de mis dudas, de mis deseos, de todo eso como padre, hay mucho en mis novelas. Siempre mis novelas tienen un espacio donde más allá de la ficción que te estoy contando, me dedico a pensar en voz alta sobre temas de mi vida y cosas que le importan. Indudablemente, mi paternidad es una de las cosas que más me importan en la vida, por eso aparece.
—Ambos guerrilleros están empeñados en la “conquista revolucionaria del poder”; sin embargo, la pelea por el liderazgo en el interior de la célula partidaria reproduce mecanismos de la política más tradicional. ¿Es imposible romper con esa dinámica?
Me parece que esta idealización absoluta que esos jóvenes hicieron de sus propias posibilidades, de sus propias cualidades, esa grandilocuencia con que se sintieron fundando un mundo nuevo, les dificultó buscar caminos de posibilidad. Ese “todo o nada” que finalmente fue nada y que se parece tanto a algunas opciones de la actualidad. Te escribo desde una Argentina que se encamina una elección presidencial y estas cosas del “todo o nada”, todo nuevo o todo viejo, todo puro o todo nefasto, los revolucionarios adoptaron ese maniqueísmo y así les fue. Y así nos fue. Y así nos va.
—¿A 50 años vista, cuán distintas crees que son hoy las demandas políticas de la juventud argentina?
Creo que hoy la juventud argentina está mucho más jugada a reivindicaciones, a veces de grupos, a veces individuales. Cuando digo de grupo pienso en la visibilización de la identidad de género o del feminismo, que son bastante fuertes. Y a veces de manera absolutamente individual: antes te decía que estamos muy cerca de una elección nacional, donde probablemente gane Milei, que está fuertemente identificado con un individualismo muy rabioso, muy enojado. Bueno, me parece que no es casual y no es menor. Me parece que por esos caminos andan las reivindicaciones de la juventud actual. Lejos de la lucha armada y, sobre todo, lejos también de proyectos colectivos o narraciones muy abarcativas y generalizadas.
—¿Crees que hoy el radicalismo ideológico tiene que ver más bien con la corrección política y la cancelación del pensamiento más divergente?
Coincido bastante con la formulación. Me da la sensación de que, en todas las épocas, está el anhelo por la certidumbre. Este deseo de moverse según una moral irreprochable e irreprochada. Es algo que llevamos los seres humanos muy instalado, que es muy difícil salir de eso, y que en distintas épocas los pensamientos únicos buscan siempre consolidarse, expresarse y acallar las disidencias, sean estas las que sean. Y en eso sirve un parentesco claro, entre unos “unanimismos” y otros.
—En una entrevista leí que parte de tus lecturas para esta novela fue “Que difícil es ser Dios”, libro de Carlos Iván Degregori, (un gran sociólogo que nos hace mucha falta) que alerta de como un proyecto mesiánico o utópico dispone de la vida de los demás. Es algo que ahora vemos en los ataques de Hamás. ¿Crees que es el lenguaje, por ejemplo nuestra capacidad de llamar “expropiación revolucionaria” a lo que es un simple secuestro, es lo que permite justificar a estos grupos disponer de la libertad o la vida de los otros?
En la novela intenté, cuando el punto de vista era el de estos pibes, respetar su modo de ver el mundo, que incluye indudablemente un lenguaje. Una manera de nombrar el mundo es una manera de legitimar ciertas cosas y de condenar otras. Este vínculo que estableces con Hamás, sigue en la misma línea de la pregunta anterior: Supongo que dotar a tu ideología, a tu práctica política, de un fundamento puro, cristalino y perfecto, te sirve para envalentonarte y liberarte de la duda y de la culpa, dos cosas que, por suerte, también son muy humanas. Yo, cuanto más viejo me hago, más abrigo la duda y más sana me parece la culpa. La culpa es un freno necesario a nuestros impulsos más destructivos de lo que es diferente a nosotros.
—¿El lenguaje estructura la realidad o más bien una ilusión de esta? Pienso, por ejemplo, como la guerrilla en Argentina y Sendero en el Perú se sentían triunfadores, muy cerca de tomar el poder. Se trata de grupos cerrados, que se movían en círculos pequeños, retroalimentándose, pensando todos lo mismo. ¿No crees que sucede lo mismo hoy con las redes sociales?
El lenguaje estructura la realidad solo hasta un punto. Después, la realidad derriba esos castillos lingüísticos y semánticos en los que muchas ideologías sienten placer en construir y encerrarse. Creo que la misma militancia revolucionaria clandestina favorecía ese encapsulamiento. Grupos cerrados, documentos de la conducción que había que analizar, tus únicos grupos de referencia eran esas esas células. Tu distanciamiento con respecto a la realidad indudablemente aumentaba, a medida que tu vida clandestina crecía y se consolidaba. En cuanto a las redes sociales, en parte pienso lo mismo. Uno diseña en las redes itinerarios, círculos que favorecen esta visión enclaustrada de toda gente que piensa como yo o siente como yo. Sin embargo, me parece que en las redes hay una dinámica más amplia, pese a todo. Aunque sea en la denostación, hay un lugar para el discurso del otro de primera mano. En ese sentido, me parece un poco menos dañino que esos mundos enclaustrados de los que hablábamos antes. No es que las redes me parezcan maravillosas, pero me parece que tienen elementos positivos: la circulación horizontal, aunque la sesguemos con nuestras elecciones, es una de las ventajas de las redes sociales.
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