Desde la publicación de los tres tomos de “Contra viento y marea”, que seleccionaban lo más sustancioso de su trabajo periodístico forjado entre los años sesenta y ochenta, Mario Vargas Llosa se ha dedicado, cada cierto tiempo, a urdir recopilaciones de sus artículos (“Desafíos a la libertad”, 1994; “El lenguaje de la pasión”, 2001) que significan, en conjunto, una bitácora tanto intelectual como vital de sus intereses políticos y literarios que mantiene llamativas correspondencias con sus ficciones y sus memorias, convirtiéndose así en uno de los pilares insoslayables de la vasta producción que ha plasmado a lo largo de seis décadas. La aparición de la primera parte de su obra periodística completa, “El fuego de la imaginación”, editada y prologada por Carlos Granés, refuerza esa impresión: sumergirse entre estos textos agudos, informados y siempre dueños de una visión apasionada de la realidad y de las expresiones artísticas que la auscultan o cuestionan sigue siendo una experiencia muy gratificante.
Esta entrega inicial de “El fuego de la imaginación” se enfoca en los artículos que Vargas Llosa ha destinado a examinar diversas manifestaciones culturales como el cine, el teatro, las series de televisión y, por supuesto, la literatura. Decir que la obra periodística de nuestro Nobel puede leerse como una autobiografía intelectual no es exagerado, pues en ella habitan las obsesiones, decepciones y reformulaciones que caracterizan toda andadura existencial: ciertos viejos amores letrados, sólidos como secuoyas, resisten en estas páginas el implacable paso del tiempo o la veleidad de las modas (de ahí su resuelta defensa de autores usualmente juzgados como anacrónicos: Darío, Pérez Galdós, Azorín). También podemos percibir y contrastar sus cambios de opinión sobre determinados títulos. Es el caso de la magnífica “Don Julián” de Juan Goytisolo, que en un texto de 1971 era considerada una novela de “clima encantatorio” cuyo mejor ramal es “ágil e imaginativo”; cuarenta años después, dicha ficción es calificada por el mismo Vargas Llosa como “pretexto para una retórica sin vida”. Desde luego, esas radicales mutaciones hablan más de quien las experimenta que del libro que se asedia.
Uno consume este volumen con fruición, admirando de pronto un juicio especialmente sagaz o debatiendo mentalmente con alguna afirmación controversial, como aquella tan discutible acerca del carácter cuasirreligioso de la obra de Brecht. Cosa similar sucede con sus artículos dedicados al cine, donde podemos hallar análisis luminosos (los centrados en “Alphaville” de Godard o “El silencio” de Bergman, por ejemplo) al lado de apreciaciones por lo menos discutibles: pienso en su acercamiento a “Más allá del bien y del mal”, esperpento de Liliana Cavani. Vargas Llosa encuentra allí –insólitamente– una audaz visión antiideológica de la vida en lo que apenas es una cinta de explotación perpetrada bajo deplorables pretextos pseudointelectuales.
“El fuego de la imaginación” concluye con un apartado sobre la plástica contemporánea, que Vargas Llosa cree –salvo excepciones– hechura del “relativismo y confusionismo” donde nadie sabe ya “qué es creación o impostura”, y a cuyas expresiones ha llamado con mucho humor “caca de elefante”. Difícil no coincidir con él en este punto, así cierto comisariato cultural progresista apostrofe de reaccionario a todo aquel que ose dudar de la valía estética de absurdos esperpentos que, bajo la coartada de lo conceptual, participan de una farsa inacabable que el novelista arequipeño señala con el coraje y lucidez que le conocemos.
Editorial: Alfaguara
Año: 2022
Páginas: 786
Relación con el autor: conocidos
Valoración: 4.5 estrellas de 5 posibles.
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