“Los seres que se habían dado a la tarea de existir allí, entendían, desde hacía siglos, que la felicidad nace de la justicia y que la justicia nace del bien de todos. Así lo habían establecido el tiempo, la fuerza de la tradición, la voluntad de los hombres y el seguro don de la tierra. Los comuneros de Rumi estaban contentos de su vida”.
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Uno de los primeros párrafos de “El mundo es ancho y ajeno” no parece anticipar lo que viene, a pesar del mal presagio que podría significar la aparición de una culebra –y la imposibilidad de capturarla- al inicio del libro. En un mundo de paz, rodeado por una naturaleza fértil y por el trabajo puntual y satisfecho de la comunidad, los dolores y penurias que asociamos a la urbe salvaje parecían mitos lejanos.
“Alegría es el que tiene mayor potencia, el que cambia la situación de la novela y el que inaugura lo que puede llamarse la novela indigenista en el siglo XX”, ha dicho el poeta peruano Marco Martos, quién también ha asegurado que es el primer novelista peruano de dimensión universal. “Con tres novelas -”La serpiente de oro”, “Los perros hambrientos” y “El mundo es ancho y ajeno”-, él llevó el Perú a todo el mundo, no solamente por las traducciones, sino porque nosotros nos sentimos reconocidos en las novelas de Ciro Alegría. Es un lenguaje especial, una problemática que es nuestra y un manejo del castellano muy peculiar, que va dando una especie de estilo nacional que ha sido continuado después por Arguedas, Vargas Llosa o Miguel Gutiérrez”.
¿Qué es “El mundo es ancho y ajeno”? Una novela en la que, a través de la historia de vulnerabilidad de un pueblo abusado puede entenderse un poco mejor la historia entera del Perú. La problemática del hombre del ande, su cosmovisión, la manera en que convive con la naturaleza que lo rodea, la discriminación que sufre por quienes invaden sus tierras, la posibilidad de reivindicación. Todos son elementos que conviven en ella, narrados con una prosa que es también montaña, piedra, cocha, cielo serrano, luna o esperanza.
Poco más de 20 años antes de que Alegría publicara aquel libro, Enrique López Albújar lanzó sus Cuentos andinos, uno de los escasos intentos literarios que buscaron acercarse y entender al poblador andino desde la cotidianeidad de su vida y no solo en la perspectiva de un observador de lo exótico, para bien y para mal. Alegría tuvo contacto con Cuentos andinos en su adolescencia, cuando, tras la repentina muerte de su madre, decidió huir a Lima junto con un amigo. Era 1926 y, tal como es hoy, la ciudad no se abría tan fácilmente ante dos jóvenes provincianos. Tras pasarse días enteros en la Biblioteca Nacional leyendo a López Albújar y otros autores, quedarse sin dinero y dormir a la intemperie en pleno invierno limeño, fue encontrado por uno de sus tíos y regresado a La Libertad para terminar el colegio. Aquella fue la primera de las muchas aventuras que tendría un autor cuya biografía podría ser tan digna de una película como sus propias novelas.
La infancia la pasó entre pueblos y haciendas liberteñas, yendo y viniendo de Trujillo, gracias a la cómoda vida proporcionada por sus padres, una antigua familia de terratenientes paternalistas. Es decir, que mantenían una relación cercana y de respeto con los campesinos que trabajaban sus tierras, no de explotación, como imponía el gamonalismo de aquellos años. Aquel que denunciaría Alegría años más tarde, precisamente, en “El mundo es ancho y ajeno”.
“La historia básica de este libro comienza en mis años formativos. Nací en una hacienda, crecí en otra –ambas pertenecientes a la provincia de Huamachuco, en los Andes del norte del Perú-, y desde niño hube de andar largos caminos para ir a la escuela y al colegio, situados en la ciudad andina de Cajabamba y en la costeña de Trujillo. Así me llené los ojos de panoramas y conocí al pueblo de mi patria”, confesó el autor.
Sin embargo, “El mundo es ancho y ajeno” no es la historia de la felicidad de un pueblo. Tampoco cuenta hazañas o momentos gloriosos que los hayan perpetuado en la historia, ni la plenitud inocente de la vida bucólica, aunque haya atisbos de todo aquello en medio de un paisaje que se hace más imponente conforme se empequeñece el hombre. “El mundo es ancho y ajeno” cuenta la historia de Rumi -ubicada en algún lugar de la sierra de Cajabamba (Cajamarca)-, comunidad encabezada por su alcalde Rosendo Maqui, que se ve obligada a hacer frente a la desmedida ambición de un poderoso terrateniente, Álvaro Amenábar, quien, sea con argucias legales o el poder de los rifles, busca apoderarse de sus tierras y de sus almas, en un periodo que va entre 1910 y 1927, aproximadamente. Es una realidad en la que el hombre del ande no es considerado sino mano de obra.
Antes del mundo
“Yo nací mientras mi papá estaba escribiendo”, nos cuenta el dramaturgo Alonso Alegría, segundo hijo del autor. “Nací el 14 de julio del 40 y mi papá tiene su firma al final del manuscrito, el 31 de octubre de 1940”. Alonso recuerda también que la estrechez económica de sus padres era tan grave entonces, que para poder aprovechar al máximo el papel bulky en el que escribía a mano, utilizó incluso los bordes de una hoja rota que, muy probablemente, había roto el mismo Alonso siendo un inconsciente bebe. “Mi mamá me dijo que me hice la pila en el manuscrito y que hasta tiempo después aún se notaba la mancha. Parece que me puso sobre una mesa donde estaban las hojas y así fue”, cuenta entre sonrisas hoy.
Ciro Alegría, por aquel entonces, escribía siempre en la cama. Su salud había tenido diversos padecimientos, el último de los cuales lo había llevado a un sanatorio en Santiago de Chile, poco antes de concebir la obra maestra de su literatura. Así afianzó esa costumbre aparentemente perezosa que compartía con otros grandes nombres de la literatura, como Juan Carlos Onetti –que, curiosamente, nació el mismo año que él, 1909-. Solía tener tres cosas a mano: un cigarrillo, su cenicero y la tabla sobre la que ponía las hojas para poder escribir a mano sentado sobre su lecho. Salvo mínimas correcciones, las versiones que él entregaba en manuscrito alcanzaban tal nivel de pulcritud en su prosa que salían publicadas tal cual fueron escritas a la primera. Las circunstancias en las que escribió El mundo es ancho y ajeno fueron sumamente difíciles para la familia que, en esos días, se componía por su esposa Rosalía y dos pequeños hijos, Ciro Guillermo y Alonso. Eso fue consecuencia de la azarosa vida que había llevado hasta entonces, cuando con poco más de 30 años se convirtió en una de las grandes voces literarias de Latinoamérica.
“Todo lo que pones ahí en tu libro, todo eso o te lo he contado yo o tu abuela o tu papá. Tú no has inventado nada. Todas son historias que circulaban en la familia”, le dijo su abuelo a Ciro tras leer “El mundo es ancho y ajeno”. Y es que, según su hijo Alonso, “las fuentes que se conocen de las cosas que él pone en sus novelas, al parecer eran todas de su infancia y primera juventud en la sierra de Trujillo. Algunas admitidas por él y otras no tanto. Además, él negaba la acusación de mi bisabuelo, sobre que ellos le habían contado todas las historias que confluían en su libro”. Alegría confiesa que la suya “es, en general, una familia de contadores de cuentos, en la que todo el mundo tiene historias que contar, anécdotas que contar o cosas tragicómicas que contar y que escribir”.
Antes de aquellos meses decisivos de 1940, con la Segunda Guerra Mundial en terrible expansión y Hitler en la cumbre de su maléfico poder, la vida era muy diferente para el joven Cirito. En su presente literario, fogonazos cruzan un continente europeo en plena agitación. En su pasado, disparos salieron de su propia arma, en días convulsos que lo convirtieron en un proscrito, prófugo de la justicia y casi condenado a muerte.
El origen del mundo
Ya en su adolescencia comenzaría a escribir, alimentado por las imágenes de las faenas agrícolas y por las costumbres e idiosincrasia de los campesinos, sus primeros versos y relatos, que le mostraba a su madre, con la que tenía una relación muy estrecha. Sin embargo, tras el impacto de su muerte prematura, la fuga a Lima, los días de bibliotecas y las noches a la intemperie, el joven Cirito se dejaría llevar rápidamente por su espíritu revolucionario y con poca tolerancia a la injusticia. Se convirtió en militante aprista y, como tal, fue apresado por la dictadura de Sánchez Cerro. Más tarde, en los días de la Revolución de Trujillo de 1932 –conocido como “El año de la barbarie”-, fue liberado por sus correligionarios y participó en las sangrientas revueltas callejeras.
Nuevamente apresado, pasó horas de suspenso junto a un primo suyo, Néstor Alegría, mientras de la misma celda iban sacando a otros hombres que eran fusilados en la oscuridad. 50, 80, 100 o más murieron esa noche. Las influencias de su tío Constante Bazán –quien emborrachó al hombre encargado de firmar su camino al paredón- les salvó la vida a ambos muchachos, que fueron trasladados a un penal de Lima a seguir cumpliendo una condena. Liberado, participó en las revueltas apristas de El Agustino y fue nuevamente capturado y llevado ya no al panóptico, sino al Real Felipe. Luego, fue exiliado y puso pie en territorio chileno el 13 de diciembre de 1934, al mismo tiempo que en Santiago otro peruano de vida azarosa, José Santos Chocano, era asesinado por un desequilibrado tras involucrarse en la delirante búsqueda de legendarios tesoros jesuitas.
Y un tesoro era también lo que necesitaba Ciro Alegría para sobrevivir, porque había llegado con lo que tenía puesto y poco más de un sol en los bolsillos. Durante su cautiverio en el panóptico fue visitado por su prima lejana Rosalía Amézquita –joven culta, pianista de conciertos y futura bibliotecóloga-, primero por compromiso y pedido familiar, y luego porque el flechazo fue instantáneo.
Tras pasar semanas de angustia sin conocer su paradero, Rosalía recibiría una carta de Ciro desde Santiago y partiría rápidamente a su encuentro, contra los deseos de toda su familia. Instalados ya juntos allí, sobrevivieron gracias a los trabajos temporales que podía conseguir Ciro, sea escribiendo, corrigiendo textos o haciendo traducciones, mientras preparaba su primer libro, “La serpiente de oro”, con el que poco después vería la primera recompensa por su talento, al obtener el premio del concurso de novela convocado por la Editorial Nascimento en 1935. Poco después, sin embargo, contrae una tuberculosis pulmonar que lo lleva a permanecer internado durante casi dos años, entre 1936 y 1938, en el sanatorio San José de Maipo, a unos 50 kilómetros de Santiago, el lugar en el que tomaría la costumbre de escribir en la cama. Los aullidos y ladridos de los perros guardianes del lugar, que imponían sus ecos en los jardines, le recordarían la terrible sequía en las sierras de La Libertad de la que le hablaba su bisabuela en su infancia. Así nació Los perros hambrientos (1939), que obtendría el Segundo premio del concurso de novela convocado por la Editorial Zig-Zag de Chile.
Sin embargo, entre ambos hechos, una negligencia médica casi trunca su vida. “En la última sesión de neumotórax, un procedimiento mediante el cual le metían aire a la caja torácica para evitar que sus pulmones se muevan demasiado y puedan rehabilitarse solos, se les escapó a los doctores una burbujita de aire que llegó al cerebro y eso le provocó a mi papá un infarto cerebral”, cuenta Alonso Alegría. Tras aquel incidente, su padre Ciro quedó ciego, sin habla y con serias limitaciones para movilizarse. Tenía solo 29 años y mucha angustia. Sin embargo, poco a poco fue recuperando sus facultades hasta volver a la normalidad. Para mejorar el pulso y los movimientos de la mano, los médicos le recomendaron escribir. De ese modo, los galenos colaboraron indirectamente con la salud literaria de Latinoamérica entera.
El mundo entero
Para fines de la década del 30 e inicios de los años 40, los Alegría habían conseguido insertarse en la vida intelectual de Santiago. Pero las penurias económicas abrumaban. Por esos días, Alegría les pasa a algunos amigos el primer capítulo de la novela que estaba preparando. Según su hijo Alonso, ellos reunieron un dinero y decidieron darle una ayuda mensual para que pudiera dedicarse exclusivamente a escribir esa novela, que tenía pensado enviar al Concurso Latinoamericano de Novela, uno de los más importantes de aquellos días, convocado desde Estados Unidos por la Editorial Farrar & Rinehart y auspiciado por la Unión Panamericana, organización precursora de la OEA.
Comenzó a escribirla en mayo de 1940 y, como ya dijimos, la terminó el 31 de octubre, alrededor de las 3 a.m. Como ya era costumbre, Rosalía pasaba a máquina las páginas que Ciro escribía a mano. Tras poner la última palabra, cuenta Alonso, se acomodó en la cama, se puso bien un gorrito que su esposa le había tejido y cayó agotado. Aquella madrugada, ella preparó cuatro copias de la novela que se presentaba, como máximo, al mediodía. Amamantó a Alonso, revisó el sueño de Ciro hijo y fue a dormir. Cuando abrieron los ojos tras el profundo sueño, sin embargo, la hora límite casi se había cumplido. Ciro se levantó como impulsado por resortes, tomó las copias de su novela y salió disparado hacia la oficina donde debía entregarse. Llegó a las 12.40, bastante pasado el plazo. Pero ese día la suerte estuvo de su lado: gracias a la infinita misericordia del amable empleado de turno, su novela fue recibida. Tras algunas semanas de angustia, recibió la noticia: había ganado el primer premio del concurso. Todos los sacrificios valieron la pena. El mundo es ancho y ajeno sería publicada y leída en todo el continente, Estados Unidos incluido.
Realizó algunas correcciones en noviembre y para 1941 ya estaba lista para su publicación en castellano, que estuvo a cargo de la Editorial Ercilla. La versión en inglés, “Broad and alien is the world”, tuvo importantes ventas y una positiva crítica en el New York Times, pero un incidente bélico detuvo la racha: Japón bombardeó Pearl Harbor y, con eso, hizo entrar en la Segunda Guerra Mundial a los Estados Unidos. “Todo el mundo se estaba yendo a la guerra, ¿quién compra libros? Hacía falta Pearl Harbor para cagarme el libro”, llegó a decir Ciro con ironía, según cuenta su hijo Alonso.
Para él, El mundo es ancho y ajeno cambia el devenir de la literatura peruana. “Cambia el juego totalmente. Pero los sinsabores de mi papá se producen porque aparecen críticos que le sacan en cara que sus indios ni siquiera saben hablar quechua. Y él se pasó la vida diciendo “¿Yo qué culpa tengo? No se habla quechua al norte de Ancash. No hay quechua en ningún lado cercano a Cajabamba”. La concepción de país que se tenía entonces desde Lima era que, más allá de Matucana, cualquiera hablaba quechua”. Para algunos, aún hoy, 80 años después, el desconocimiento sigue siendo el mismo.
Después de Alegría, vendrían Arguedas, Scorza, Vargas Vicuña, Colchado Lucio y otros nombres que ahondaron en el alma del hombre del ande. Para su hijo Alonso, “El mundo es ancho y ajeno” cambió la vida de Ciro. “Le dio un montón de oportunidades como escritor, lo hizo famoso en el Perú. Le dio un respaldo para enseñar en muchas universidades y dar conferencias. Trabajó y vivió en Washington, Nueva York, Puerto Rico, México o Cuba”. Así, en carne propia, pudo saber qué tan ancho y tan ajeno era realmente el mundo.
“Cuando la ley da tierras –dice en un momento decisivo del libro Benito Castro, uno de sus personajes principales– se olvida de lo que va a ser la suerte de los hombres que están en esas tierras. La ley no los protege como hombres. Los que mandan se justificarán diciendo: “Váyanse a otra parte, el mundo es ancho”. Cierto, es ancho. Pero yo, comuneros, conozco el mundo ancho donde nosotros, los pobres, solemos vivir. Y yo les digo con toda verdá que pa nosotros, los pobres, el mundo es ancho pero ajeno. Ustedes lo saben, comuneros. Lo han visto con sus ojos por donde han andao.”
Más allá del mundo
“El mundo es ancho y ajeno constituye una fervorosa protesta ante un estado social injusto. De todas mis obras es la que más ha calado en la realidad nacional. A través de ella, muchos pueblos han sabido que nuestra patria existe, con una problemática propia, con angustias y esperanzas propias (…) Yo me sentí portador de un mensaje -grande o pequeño, no sé- y con esa novela lo lancé plenamente al mundo. Es la obra que más nítidamente me representa. Me transparenta. Es mi mejor fruto. Eso pienso yo por lo menos”, le confesó Alegría al poeta Francisco Bendezú en una entrevista a mediados de 1965. Por su parte, Mario Vargas Llosa, escribió: “El libro que vino a llenar el vacío, a proponer una imagen novelesca representativa del Perú a la manera clásica (es decir con audacia, soltura e inocencia) fue El mundo es ancho y ajeno (…) es por eso, de algún modo, el punto de partida de la literatura narrativa moderna peruana y su autor nuestro primer novelista clásico”.
Las alabanzas, sin embargo, trascendieron nuestras fronteras gracias a las muchas traducciones de la obra. “He leído a Ciro Alegría y considero su libro El mundo es ancho y ajeno una obra clásica”, dijo Ernest Hemingway. Su amigo John Dos Passos estuvo de acuerdo: “El Mundo es ancho y ajeno es la novela más impresionante que yo haya leído jamás en español”. Otro premio Nobel como Miguel Ángel Asturias, aseguró: “Nosotros debemos a Ciro Alegría, como escritor que se ocupó del indígena, la salud de la vida de los indios y de sus costumbres, el sentirnos nosotros. Nos ha ayudado a encontrarnos a los latinoamericanos…”. Mario Benedetti, por su parte, consideró que “Su estilo sobrio, sensible e intenso, parece hallarse cómodo junto al alma del indio, cuya fuerza poética logra transmitir en una inusual proeza de simpatía”. Y otro peruano, también indigenista, como José María Arguedas -contertulio suyo en muchos eventos literarios y con quien tuvo un constante intercambio epistolar con mutuo respeto-, sostuvo: “Puede afirmarse que el primer novelista con real vigencia e influencia en mi país fue Ciro Alegría y el primero que trata vastamente y con originalidad el tema peruano”.
“Mi papá, cuando regresó a Lima el año 60, y unos años más tarde –nos cuenta Alonso-, viajó por primera vez al Cusco, lo recibieron muy bien y le pasaron dos cosas que lo emocionaron mucho: una fue que un campesino sacó de su mochila un viejo ejemplar de El mundo es ancho y ajeno y le contó que lo llevaba allí siempre, caminaba con él. Y otra cosa fue que se le acercó otro campesino y le dijo ‘don Ciro, a nosotros nos está pasando exactamente lo mismo, tenemos nuestro Álvaro Amenábar’. En ese momento y ahora es importante hablar de este libro, porque nada ha cambiado”.
Sobre El mundo es ancho y ajeno
Alejandro Neyra, ministro de Cultura
La relevancia de un libro como “El Mundo es ancho y ajeno”, aún 80 años después de ser escrito se sostiene porque hay una historia muy potente en la novela, una que refleja una época terrible de nuestra historia nacional y que sigue vigente en forma y fondo. Ciro Alegría es uno de nuestros primeros autores verdaderamente internacionales. Estaba en Chile cuando escribe la obra y gana un premio en los Estados Unidos. Eso permite que este libro inscrito en el indigenismo y la literatura social se convierta en un éxito de inmediato. Quizás su figura y especialmente “El mundo es ancho y ajeno” complementa desde la literatura lo que dio el Perú con Mariátegui y Haya en la política y las ideas.
Maynor Freyre, escritor
Si bien han desaparecido los gamonales de horca y cuchillo, como Álvaro Amenábar, dueño de la hacienda Umay, que enfrenta a la comunidad de Rumi liderada por su alcalde Rosendo Maqui, constatamos que la posmodernidad ha cambiado los personajes, pero las desigualdades aún persisten en el agro. ¿Por qué hay que seguirlo leyendo? Ha transcurrido casi un siglo de los hechos narrados por Ciro Alegría, que acontecen entre 1912 y 1929, pero como la novela de Alegría parte de una realidad no solo de la sierra de La Libertad, sino que abarca casi todo el país al diseminarse los comuneros por diversos lugares tras ser despojados, la narración es parte de nuestra historia que debemos conocer para evitar que se repita como heridas que no cicatrizan en el cuerpo nacional. Su novela obtuvo un importante premio en EE.UU. y, traducida al inglés en 1941, se convirtió en la cuarta más vendida en esos momentos. Y hay que seguir hablando de Ciro Alegría para reconocernos a nosotros mismos a través de una literatura indigenista que se niega a perecer, y que según la crítica hispanoamericana superó a las obras del venezolano Rómulo Gallegos (Doña Bárbara), del argentino Ricardo Güiraldes (Don Segundo Sombra) y del boliviano Alcides Arguedas (Raza de Bronce). Tiene más de 80 ediciones en varios idiomas, como inglés, francés, italiano, alemán y ruso.
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