Mojar la palabra: el mantra de las reuniones sociales peruanas que se vuelve llamada de atención cuando alguien se empalaga con el verbo y se demora en terminar el trago. Todos toman de un solo vaso y calentarlo con la mano es casi un insulto o, peor aun, la demostración de que la persona no ha entendido que cierta peruanidad se configura, popularmente, por la afición a los potajes, a la cháchara y a la bebida.Bien lo decía el psicoanalista y profesor universitario Julio Hevia (1953-2018): el peruano es hablador, y qué mejor lugar para ejercitar la lengua que la sobremesa, ritual en el que se aúnan las expresiones gastronómicas y la amistad.
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Al respecto, la academia tiene una deuda: le ha dedicado poca o nula atención a esos tres aspectos que, juntos, dan sentido a uno de los fundamentos de la identidad nacional. Recién ahora, gracias a Hevia, esas expresiones tendrán crédito y serán entendidas como una sola base: la editorial de la Universidad de Lima presentará el 24 de julio en la Feria del Libro de Lima “Comer, beber y hablar”, obra póstuma del maestro.
“La investigación académica, en efecto, suele llegar tarde, cuando los actores ya han comido, bebido y hablado –acota Óscar Quezada, semiólogo y rector de la Universidad de Lima–. Julio Hevia, evadiendo las trampas del intelectualismo, ofrece [en este libro] el análisis y la interpretación ‘desde dentro’ de esas prácticas; sabe llegar a ellas, arraigarse en ellas como pleno participante. ‘¿Acaso la relación establecida entre el sector intelectual y el popular remeda una lógica como aquella en la que, según Bateson, el padre instala al hijo, haciéndole ver (y sentir) que se equivoca tanto cuando actúa como cuando deja de actuar?’. En esa punzante pregunta, Hevia revela mucho del sentido de su libro”.
¿Es la falta de estudios el resultado del poco prestigio que tiene la cultura oral? “Más que eso, lo que hay en juego es un marcado paternalismo de lo escrito sobre lo oral –agrega Quezada–. A pesar de que toda materia escrita supone o requiere de un soporte oral y de que este último suele sobrevivir sin el auxilio de lo escritural, los aparatos de control político sitúan lo oral en un plano subalterno respecto al poder legitimador y legislador de la escritura”.
—Al detalle—Para no dejar cables sueltos en su investigación, Hevia circunscribe su obra en Lima y las diferentes situaciones en las que se come, bebe y habla. Él abarca experiencias aparentemente muy disímiles: desde la comida hecha en casa, una parrillada en casa de un amigo, hasta el cebiche o caldo de gallina para curar la resaca o cerrar una noche de juerga.
Además de apoyarse en los servicios del Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima, Hevia aplica entrevistas. En “Comer, beber y hablar” se lee cómo entienden estos conceptos César Quiroz, mesero del restaurante Canta Rana; Toshi Matsufuji, cocinero y dueño de Al Toke Pez; Aarón Díaz, bartender dueño de Carnaval; Ignacio Medina, crítico gastronómico; Eloy Jáuregui, periodista; Pedro Córdova, ex ejecutivo de Apega, organizadora de la recordada feria Mistura; y otros más.
En la investigación no han quedado afuera muchas de las “conjugaciones” del trío estudiado. Están: hablar mientras se bebe, hablar mientras se come; hablar y beber para comer y seguir hablando; hablar sobre el habla; hablar y comer mientras se habla de lo mismo; el blablablá y el ruido; hablar de lo que se come, aunque el comer hable por sí mismo; el habla en escena y el racismo en cuestión. De todo un poco.
—La comida es la salvación—Hevia es cauteloso con las conclusiones de su trabajo. Esto tiene que ver con la intención que da sentido a sus exploraciones: lo que buscó fue poner la primera piedra, invitar a que otros tomen la posta y continúen investigando sobre cómo se articulan comer, beber y hablar, y se convierten en la base de la peruanidad.
De las pocas sentencias que da Hevia, se rescata el ‘boom’ gastronómico como fuerza identitaria. Él dijo: “Independientemente de lo que haya de desproporcionado y arbitrario [...] en el posicionamiento alcanzado por el ‘boom’ [...] se trata de la solidificación de un emblema, de la elevación de una marca identitaria”.
En 1947, el genial pintor Camilo Blas retrató el goce nacional por los potajes en “Los picarones” (óleo sobre tela).
MÁS INFORMACIÓN Lugar: auditorio Ciro Alegría. Dirección: parque Próceres de la Independencia (Av. Salaverry cdra. 17, Jesús María). Horario: 24 de julio, 7 p.m. Entradas: S/7.