Las muertes fingidas son un tema que excede lo literario. En el Perú, el suicidio de un expresidente despertó sospechas y teorías de conspiración. En “Las fiebres de la memoria”, Gioconda Belli nos presenta al patriarca de su familia, Charles Choiseul de Praslin, quien tras asesinar a su esposa y fingir su muerte en la cárcel, huyó de Francia a Centroamérica. La escritora nicaragüense, quien en sus años en la clandestinidad (durante su lucha contra el dictador Somoza) debió cambiar varias veces de identidad, es la autora más indicada para responder a preguntas sobre el pasado de nuestros ancestros o la reinvención del emigrante. “Los secretos de familia son novelescos por insólitos. Si uno se remonta al pasado del árbol genealógico, que en América suele incluir inmigrantes, no es raro encontrarse esas historias”, afirma la escritora. El libro se presenta este 27 de julio en la FIL Lima.
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—Todas estas reflexiones tienen que ver con el tema de la identidad. ¿Definir nuestra vida desde la incertidumbre es una oportunidad o una condena?Creo que ambas cosas. En la novela, ese conflicto es el tormento del personaje de Charles. Un hombre acostumbrado al poder, de su estatus de noble, tiene que haberse sentido despojado de todas sus señas de identidad. Debió fingir ser una persona anónima. Solo tras reconocerse a sí mismo se fue humanizando. Descubrió entonces una suerte de liberación al vivir de acuerdo a sus capacidades y no al artificio del dinero y los títulos. Aprendió a ser fiel al yo interior.
—¿Crees que tu lejano pariente estuvo marcado por lo que llamaríamos el signo de Caín?: vivir en constante huida, refugiarse en donde nadie pueda reconocerlo. Las historias apócrifas de la Biblia (que usé en mi novela “El infinito en la palma de la mano”) dicen que Caín huyó con Luluwa, su gemela, a la Tierra de Nod y que allí procrearon una raza de seres humanos tan bellos que los ángeles se enamoraron de sus mujeres. En el Génesis hay una mención muy breve a una raza de gigantes y gente licenciosa que motivó el castigo del diluvio. El signo de Caín es un mito interesante. Charles huía de sí mismo, pero en su huida encontró redención.
—¿Durante muchos años, en Francia se dio por muerto a Choiseul de Praslin. ¿Cuándo se advirtió en su país el engaño?Los rumores corrieron desde el principio. Se habló de que había huido a la isla de Wight, luego al Nuevo Mundo. Pero el engaño como tal siguió envuelto en misterio.
—¿Cómo se llevó en tu casa la historia del crimen del patriarca familiar?Charles se declaró inocente siempre. Y el hombre que se conoció en Matagalpa, donde vivió y procreó a la familia, fue un personaje querido y respetado. Mi investigación sobre el crimen me llevó a la conclusión que está en el libro. ¡Si te digo más, no le dejamos nada al lector! [Ríe].
—¿Cómo te fue en tu estadía en la Francia del siglo XIX? ¿Qué tan gozosa para una escritora resultó la investigación? Mi investigación para escribir esta novela fue un gozo. Pude entender una época fascinante de la historia de Francia, pero también de Estados Unidos y de Nicaragua. Consulté muchísimos libros, mapas, historias de historias, biografías de los personajes reales, que son la mayoría de los que aparecen. En la Biblioteca Nacional de Francia encontré hasta cartas del que hacía los corsés de las mujeres de la casa del duque, quejándose por la cantidad de encargos que hacía la institutriz de los niños, la famosa Henriette Deluzy-Desportes, la amante de Charles.
—Para terminar, quería preguntarte por tu opinión sobre las críticas a la Bienal Vargas Llosa, en la cual participaste. ¿Es justo señalar que había un menor espacio para las mujeres?La bienal de este año fue muy incómoda para mí. La carta con la crítica cayó como un balde de agua fría y creo que canceló cualquier oportunidad que hubiese tenido, como finalista, de obtener ese premio. Acabó siendo contraproducente y una especie de profecía autoprovocada. No tomó en cuenta que entre los semi-finalistas hubo cuatro mujeres de diez seleccionados. Sin embargo, hay que decir que la carta exponía un problema que vivimos a menudo las escritoras: nos tratan con frecuencia como segundonas. Lo primero que viene a la mente de los organizadores de estos festivales son los nombres masculinos. Ya vimos lo que pasó en la inauguración de esta misma feria. Pero yo no estoy de acuerdo con la idea de cuotas. Nuestra inteligencia ha sido menospreciada históricamente, pero nuestro lugar lo estamos ganando por la calidad de lo que hacemos. Es bueno que se visibilice el problema. Ya es hora de que nos vean y nos den el lugar que merecemos.
MÁS INFORMACIÓN Título: “Las fiebres de la memoria”.Autora: Gioconda Belli Editorial: Seix BarralPáginas: 368El polémico patriarca: Charles Choiseul de Praslin.