Gustavo Rodríguez, junto a su hermano menor, estuvo en el Estadio Nacional el último martes, cuando Perú aseguró su pase al repechaje para Rusia 2018. “Somos de la generación que vio de niño a la selección en el Mundial”, dice. Un ajuste de cuentas similar es el que hace en “La furia de Aquiles”, su primera novela que, aunque es en esencia una ficción, bebe mucho de su propia adolescencia en los años 80. Hoy presenta su reedición.
—Cuando publicaste la novela, en el 2001, no se habían caído las Torres Gemelas y Toledo empezaba a gobernar. ¿Cuánto ha cambiado el Perú en 16 años?Es interesante la situación. La novela transcurre entre los 80 y 90, se publica en el 2001 y se vuelve a publicar ahora en el 2017. Me parece que lo más crucial para el país entre los 80 y la actualidad es la aparición de una nueva clase media que se construye a partir de las esteras. Esa es la gran transformación del país, una que nos atañe en convivencia, en política, en lo cultural, en todo. Estamos dentro de una licuadora y, mientras todo da vueltas, no podemos ver las cosas con claridad. Pero si te escapas un poco del vidrio, te das cuenta de que hay cosas que se están asentando y lentamente estamos yendo hacia otra realidad.
—¿Y cuánto has cambiado tú? En esta edición incluso comienzas con una carta escrita por ti para el protagonista de la novela.Bueno, de hecho quien escribió esta novela hace 16 años era un tipo mucho más inseguro y por lo tanto más vanidoso. Yo aún no había procesado muchas cosas, sobre todo la relación con mi padre. Y “La furia de Aquiles” me ayudó a buscar la armonía en mis relaciones. Lo que quería era reconciliarme con mi adolescencia y con las amistades de mi adolescencia. Y creo que lo he logrado. Esa sería la principal diferencia entre quien te habla hoy y quien te habría hablado entonces.
—Por esa época ya eras padre. ¿Influyó eso?Sí, creo que das en el clavo con un tema. Al contrario de lo que piensa mucha gente, yo no soy un publicista que se puso a escribir. Yo he escrito toda la vida, desde que era niño, y en un momento dado encontré el oficio del publicista. Pero mi faceta de escritor se quedó adormecida hasta que nació mi primera hija. Cuando eso ocurrió, volví a sentir la necesidad de encontrarme con la escritura. Algo dentro de mí me decía: “Empieza a entenderte porque vas a encargarte de una vida”. Probablemente tenga que ver con eso; la paternidad hizo que me apretara las tripas en lo cotidiano.
—El año pasado publicaste “Te escribí mañana”, que también trata sobre adolescentes. ¿Qué te cautiva de esa etapa?Lo que más me atrae es que tienen que pasar muchos años para que uno se dé cuenta de que nunca deja de ser adolescente. Lo veo en cada amigo mayor de 40 o 50 años; e incluso en los padres de esos amigos, que pueden tener 80 años. Apenas hay algún tipo de romance o desamor a la vista, una situación en la que aparece una fractura, aflora un adolescente que toma las riendas de su pensamiento. Y a nivel colectivo pasa lo mismo: todavía no dejamos de ser un país adolescente, a pesar de tantos años de supuesta independencia.
—Hay autores que tienen una relación tormentosa con el primer libro. Obviamente no te ha pasado.No. De hecho, no le he cambiado ni una coma. Nunca me ha provocado hacerlo. Estoy satisfecho con lo que me salió en ese momento, así que no me flagelo demasiado. He tratado de no ser muy crítico conmigo mismo.
—Dices que siempre escribiste, pero con los años fue que incursionaste en la publicidad. ¿Cómo llevas las cosas a la par?A mí lo que siempre me ha llamado la atención es por qué no se le pregunta eso a alguien que se dedica al derecho o al periodismo o a la ingeniería. No sé si se deba a que primero me hice relativamente conocido como publicista, o a que de alguna manera la publicidad siempre es sospechosa...
—Yo creo que es eso: que la publicidad es sospechosa. Y te haré una pregunta no sin malicia: ¿se miente más en la publicidad o en la ficción literaria?Bueno, la publicidad es sospechosa para todo el mundo hasta que tiene que vender su carro. Allí haces todas las mañas que criticas. Pero no, definitivamente en la publicidad se miente oficialmente menos. Hay toda una regulación para que la manipulación no sea escandalosa. En la ficción literaria la censura solo la pones tú. Y puedes ser lo más impune que quieras.
—¿Y ambas disciplinas se han retroalimentado en tu caso?Sí, aunque creo que mi faceta de publicista es la que más se ha beneficiado con mi narrativa literaria. Igual llevo ambos trabajos a la par, pero lo que tengo claro es que cuando llegue mi jubilación, esta será como escritor.
—¿Y cómo te ves en esa jubilación? ¿Por dónde crees que va tu rumbo literario?Bueno, a mí me leen mucho en los colegios. Al margen de la escritura que puedo ofrece al público de las librerías, la jubilación de un autor se juega más en tanto te lean los jóvenes. Pero claro, decir que te adoran en un colegio no es tan vendedor como decir que te aplaudieron en un festival literario. Son cosas de la frivolidad.
MÁS INFORMACIÓNPresentación del libroLibrería Íbero de Larcomar (Malecón de la Reserva 160, Miraflores). Con la presencia de María José Caro y Hernán Migoya. Jueves 12 de octubre, 7:30 p.m.