Carlos, Manu, Beto y ‘Moco’ son cuatro adolescentes de la Lima de inicios de los noventa con historias paralelas pero marcadas por apagones, atentados terroristas y toques de queda.
Sin embargo, ¿acaso son estos los problemas que más preocupan a personas que apenas han dejado de ser niños? La respuesta es, evidentemente, no.
Y es que los cuatro protagonistas “La noche de los alfileres”, la más reciente novela de Santiago Roncagliolo, son chicos de clase media que sueñan con vestir zapatillas Nike y viajar a Miami en Navidad.
El autor de “Abril Rojo” ha creado esta vez a cuatro escolares con familias tan quebradas como reales, y que, a su manera, intentan resolver sus problemas y tomar el poder de su propia vida. Para lograr su objetivo no miden el riesgo y encontrarán en su tutora del colegio, la profesora Pringlin, la manera de desfogar sus frustraciones.
Santiago Roncagliolo conversó con “El Comercio” sobre “La noche de los alfileres” (Alfaguara), su más reciente publicación. Aquí la charla.
-¿A tu edad (41) sientes que ya tienes mucho más tiempo atrás que adelante?
No necesariamente, pero estadísticamente sí es la edad en la que tienes más tiempo detrás que adelante. Aunque también es la edad en la que tienes hijos, y ellos son un espejo de tus defectos, de tus virtudes. Por primera vez tienes un padre y tienes hijos, y miras lo que has sido y lo que serás. Eso lo cambia todo. Tu forma de ver el mundo y la manera en que te entiendes a ti mismo.
-Dijiste que escribir esta novela fue como un “infierno”. Siendo cuatro personajes principales y teniendo que volver de la página 150 a revisar la 30 para que las ideas cuadren, asumo debe ser así. ¿Cuál consideras fue la mayor dificultad al momento de escribir este libro?
Creo que lo más difícil fue -- incluso más que lo técnico -- el sumergirme en mis propios recuerdos en un momento de mi vida y de la vida del Perú que todos preferiríamos olvidar. Creo que toda mi generación se ha pasado años tratando de olvidar estas cosas, tratando de no hablar de ellas. Sin embargo, hay que hablar al respecto. Hay que contar cómo fueron las cosas y cómo se sentía la gente que vivía en esos lugares. Si no lo haces luego vendrá un político, te inventará lo que fue y te engañará para que votes por él. Había una parte, en eso de sumergirte en la oscuridad para contarla, que considero muy importante. Y no solo en lo personal sino también como escritor.
-En la historia hay varios padres de familia. Los desesperados, los comprensivos y los liberales. ¿En algún de estos está el reflejo del tuyo (Rafael Roncagliolo)?
(Risas) Él espera que no. Una vez mi padre dijo sobre uno de mis libros: “Los papás de esta novela son horribles”. Y le dije: “Bueno pero es una ficción. Todos los padres son inventados”. Y me respondió “Claro, ¿pero cómo le voy a explicar a mis amigos que ninguno soy yo?”. Todo en realidad está hecho de cosas que uno vive, de recuerdos que uno recicla. Afortunadamente nadie sabe cuáles son esos recuerdos y cuánto has inventado. Mi papá considera eso lo mejor de que yo escriba ficción.
-La homosexualidad es un tema muy presente en el libro y está bajo el manto de Beto, un chico muy noble y sincero que cierra los ojos esperando dejar de ser gay pero los abre y se da cuenta que sigue siendo el mismo. ¿Cómo te planteaste escribir sobre la homosexualidad en adolescentes, más aún, en el Perú de ese entonces?
En el mundo del que habla el libro y en el mundo que yo crecí a los afeminados los machacaban, los torturaban, les hacían la vida imposible. Y yo era ‘sospechoso’ porque leía, no jugaba fútbol y vivía con mujeres. Cuando había un afeminado se iban por él, pero si no había uno a mano entonces me tocaba a mí. Y tanto ellos (los afeminados) como yo terminábamos recluidos en el mismo sitio. A mí me gustaba leer, y ellos necesitaban un lugar donde no haya matones. Y el único lugar que no pisaba nunca un matón era la biblioteca. Así terminábamos todos en el mismo espacio y siempre sentí que éramos del mismo equipo. Así que Beto suma un poco las dos cosas, lo que yo veía en los afeminados, en cómo eran torturados, pero también es el chico que lee, al que le gustan los libros y tiene cierta sensibilidad artística.
-También está en la historia Carlos, un chico muy ‘adulto’ que me hace recordar al fiscal Félix Chacaltana (protagonista de “Abril Rojo”) por su dominio de los términos judiciales. ¿Te gusta mucho impregnarte de detalles propios de una profesión para colocárselo a tus personajes?
Es que debes ser capaz de reproducir muchos detalles para que una novela funcione. Debes pensar cómo hablaría alguien, cómo se vestiría, qué cosas le gustan, a qué se dedica. Incluso debes pensar muchos detalles que finalmente no salen en el texto pero que forman parte de lo que tú inventas. Y Carlos es, entre todos, el que más racional busca ser. ‘Moco’ se deja guiar por el dolor, Manu por la rabia y Beto por el Amor. Pero Carlos busca hacer lo razonable. Lo veía como alguien que tiene una carrera. Y además creo que es el más consciente (ya en su adultez) de lo que están montando y de lo que hay en su pasado. Si yo hubiera sido Carlos habría estudiado derecho después (risas). Es una manera de estar cubierto ante lo que pueda pasar.
-Y Carlos protagoniza un detalle muy curioso en “La noche de los alfileres”. Cuando está conversando con su enamorada (Pamela) en McRonalds y de pronto “golpea la mesa” de cólera, pero segundos después “toma un sorbo de milkshake”. Esos contrastes me parecen geniales…
Es que normalmente no somos tan teatrales. No estamos totalmente furiosos o totalmente contentos o tristes, no sé. Nuestra vida es una especie de amalgama de cosas, gestos y contradicciones. Me interesaba marcar mucho esto último porque las cosas (que los chicos) hacen son muy extremas. Para que todo esto sea verosímil ellos tenían que estar reconstruidos muy minuciosa y realistamente, con mucho detalle y de un modo muy persuasivo y convincente.
-Dejando de lado a los chicos, también está Pamela, la enamorada de Carlos. ¿Es una chica de esas que hay una en un millón o es alguien completamente común?
Es muy común, pero tiene un lado oscuro también. Creo que ella, al igual que los demás personajes de la novela, tiene una gran desilusión respecto al mundo que le tocó vivir. A un mundo sin sexo, donde no hay ni zapatillas de verdad, a un mundo donde el cielo está a un metro y medio del suelo. Creo que Pamela se ve arrastrada por esta explosión súbita que todos sufren para tratar de cambiar las cosas. Lo que ellos quieren es dejar de ser víctimas, quieren tratar de tomar el control. Lo que pasa es que todo les sale mal y terminan arrastrando incluso a Pamela.
-Es muy difícil encontrar el clímax en tu novela. Cada cierto rato hay una subida tremenda de ansiedad para el lector. ¿Eso es lo que buscaste?
A mí me importa mucho que no quieras soltar un libro, que te metas en la historia y sea una experiencia intensa. Creo que en los libros buscamos una vida paralela y entonces cuando dejas de sentirte vivo en lo que lees, pues ya no tiene sentido seguir leyendo. Y además los libros son un cóctel de emociones. Para que estos imiten la vida de manera consistente debe haber todas las emociones propias de la vida: miedo, humor, tristeza, alegría, ternura. En ese sentido, una novela debe ser una montaña rusa que te hace subir, bajar, dar vueltas y regresar.
-¿Qué esconde el odio de los chicos hacia la profesora Pringlin?
Creo que es más una excusa y si no fuera ella sería otra persona. Lo que les pasa a ellos tiene más que ver con sus vidas que con la Pringlin en particular. Y ella incluso, al igual que los chicos, está tratando de hacer las cosas bien. A mí me interesa el tema del mal, está en mucho de mis libros. Me impacta el hecho de que la gente que está haciendo las cosas más malas es la que cree que está haciendo todo bien. Como periodista he hablado con terroristas, narcos y torturadores. Ninguno cree ser malo y todos te explican por qué son ‘buenas personas’. Ese es el misterio que hace que el mal nos interese tanto y nos produzca tantas interrogantes.
-Has dicho que te asombra la felicidad de tus hijos hoy, porque es algo que no tenías a su edad. Situándote dentro de estas comparaciones, ¿habrá aún chicos que se sientan sorprendidos al ver que una mujer los visite en su colegio ‘exclusivo de varones’? ¿O ves esto como algo del pasado?
Creo que los países viven en tiempos diferentes. Perú es todavía un país muy conservador. Esta semana escuché la historia de un marido que no quiere que su esposa trabaje y de una madre que no deja que su marido vea a sus hijos. Más que desaprobarlos pensé ¿de verdad existe gente así aún? No solo fastidias al otro sino que te fastidias a ti. En España y en el mundo en el que yo me muevo existen menos casos así. Incluso la gente conservadora quiere que sus esposas trabajen. Pero si vas a un lugar como Níger, pues Perú parece Suecia. Es como un viaje a la edad media, donde los hombres tienen muchas mujeres, porque no hay nada que las proteja de la barbarie. En lugares como el Perú todos esos tiempos se cruzan. Hay gente que parece del siglo XVI pero también otra que parece del siglo XXII. Y esos choques son parte de lo compleja que es nuestra sociedad.
-Luego de terminar la escritura de una novela, de publicarla y promocionarla, ¿sueles sentarte con tu editora/agente y conversar cómo te fue en los números?
Bueno, a algunas les va mejor y a otras peor. Te llega un informe siempre y no hace falta comentar mucho. Pero parte de la magia de esto es que realmente nunca sabes qué va a ir bien, qué saldrá mal y por qué. Cuando se ponen de moda los vampiros todos empiezan a escribir novelas de vampiros, pero entre que las escribes, las entregas, se negocian y se venden ya pasó la moda. El gusto de la gente cambia siempre y no tiene sentido pensar qué podría gustarle porque siempre irás detrás. A mí lo que me preocupa es qué me gusta a mí, con qué me siento cómodo. Si no te gusta a ti lo que haces, difícilmente le gustará a alguien más. Aunque también debes saber que a veces por mucho que te guste algo a ti, a lo mejor no le gusta a nadie más (risas).
-Veía tus redes sociales y hay muchas fotos de tus viajes pero básicamente de los lugares en sí. No se encuentra mucho a tus hijos en la prensa. Salvo un par de reportajes con tu padre al lado, no hay mucho más de tu intimidad. ¿Ese aspecto de tu vida te parece innegociable?
Cuando saqué un libro para niños, una revista de padres me pidió hacer algo con mi hijo. Y en Cataluña también una vez salí con mi familia para un programa de televisión. No me importa pero sí lo evito. Los niños se vuelven un poco locos con salir en la televisión. Se distraen mucho y les parece demasiado importante. Trato de que mi vida privada no esté muy en público, primero porque no tiene que ser así, y segundo porque siento que los niños pueden volverse francamente insoportables si se ven en una pantalla o un periódico. Así que es mejor que no ocurra.
AL DETALLENovela: “La noche de los alfileres”Autor: Santiago RoncaglioloEditorial: AlfaguaraPáginas: 416Precio: S/ 69.00