Hay un momento clave en las conversaciones entre el poeta Martín Adán y el psiquiatra Francisco Alarco: aquel en el que este último decide no encender su grabadora. Ese pequeño detalle cambió la dinámica entre ambos, y sobre todo la actitud de Adán hacia quienes lo buscaban para conversar: porque el escritor rehuía a las entrevistas, desconfiaba de los periodistas en general, y se mostraba cada día más huraño con el mundo.
LEE TAMBIÉN: Julio Ramón Ribeyro: tras 30 años de su muerte nadie lo olvida | FOTOS
Sin embargo, Alarco Larrabure llegó a él como un amigo. Conversaban una vez por semana –ya sea en el Hospital Loayza o el albergue Canevaro del Rímac, donde Adán pasó internado sus últimos meses de vida–, y luego el psiquiatra volvía a casa para registrar a vuelapluma todo lo charlado. El material recogido en esos nueve meses de pláticas ha sido recopilado por el editor Andrés Piñeiro en un reciente volumen publicado por el Fondo Editorial PUCP.
Allí encontramos muchas digresiones, algunas infidencias, frases altisonantes (“Adán era un rajón profesional”, dice Piñeiro), temas que el poeta repite una y otra vez (el linaje, la política, su obsesión con Luis Alberto Sánchez y José Carlos Mariátegui), etc. Pero entre muchas recurrencias y naturales sinsentidos, también hay pasajes de auténtica brillantez. “Para Alarco debe de haber sido muy interesante como psiquiatra conocer a una persona genial. Ver cómo trabajaba el cerebro de alguien como Adán”, estima el editor del libro.
Palabra final
Durante las visitas –que tienen lugar entre abril de 1984 y enero de 1985–, es habitual que Adán se muestre renuente a bañarse (un signo de su depresión, como estima Alarco) o encontrarlo leyendo El Comercio con una lupa de filatélico, debido a su cada vez más afectada visión. Hay datos reveladores también, como el hecho de que estuviera convencido de que la Tierra era plana, o su confesión de que nunca llegó a subir a Machu Picchu debido al soroche (pese a que la ciudadela lo inspiró para escribir su monumental “La mano desasida”).
En opinión de Piñeiro, las reuniones entre Adán y Alarco no seguían los protocolos de una sesión psiquiátrica, sino que eran charlas amenas que propiciaban la soltura al hablar del autor de “La casa de cartón”. “Alarco tenía la sensibilidad a la que hacía referencia Hölderlin: el buen conversador no es el que habla mucho, sino el que sabe escuchar. Y Alarco también sabía hacer las preguntas pertinentes”, señala el editor.
Y aunque el Martín Adán que revelan estos diálogos parece no tener ningún filtro al momento de hablar –desde su desprecio racial y de clase, hasta la compleja relación con las mujeres, en especial su madre Rosa y su tía Tarsila–, hay un tema que nunca aborda: su homosexualidad. “Adán suelta todo, menos eso –refiere Piñeiro–, pese a que es más o menos conocida su relación con Allen Ginsberg o los testimonios sobre el tema que dejaron autores como Oswaldo Reynoso o André Coyné”.
La última entrada del libro corresponde al 29 de enero de 1985, en el Hospital Loayza. Un día antes, Adán había sido sometido a una pequeña operación, y por eso recibe a su amigo psiquiatra en cama. “Vivo a medias –le dice–. Un buen día estiro la pata”. Alarco lo ayuda a comer y se despide al rato con un “hasta el sábado”. Sin embargo, en la noche de ese mismo día recibiría la llamada telefónica que no quería escuchar: le informaban que Adán había muerto de un infarto.
Pese a las dolencias y los problemas de esos últimos meses, Alarco escribe a manera de colofón que ese quizá haya sido el año más feliz en la vida de Martín Adán. Piñeiro coincide con la observación. “Hay que entender que gran parte de su existencia la pasó en sanatorios, no vivió una vida ni medianamente normal –advierte el editor–. Y puede que al final de sus días entendiera que la vida perfecta era la vida sencilla, en el lugar donde podía descansar y estar bien consigo mismo”.
“Martín Adán. Conversaciones con Francisco Alarco Larrabure”
Editor: Andrés Piñeiro
Páginas: 208
Editorial: Fondo Editorial PUCP.
Contenido Sugerido
Contenido GEC