Hace pocas semanas reseñamos una ambiciosa antología del microrrelato peruano editada por Ricardo González Vigil; la madurez y plenitud del subgénero en nuestra realidad se evidencian al recorrer sus páginas. Como queriendo refrendar esa impresión, Carlos Herrera (Arequipa, 1961) acaba de publicar “Horrores minúsculos”, una reunión de textos breves que recalan en concisos imaginarios donde mora lo espeluznante y se regodea lo atroz. Quien conozca la obra de Herrera no debería sorprenderse por esta inclinación formal y temática, pues entre sus rasgos característicos se perfila una fascinación por lo macabro y monstruoso, además de un consumado oficio para elaborar escuetas historias sostenidas en el espanto sugerido, en el terror vislumbrado.
“Horrores minúsculos” refrenda también el interés de Herrera por el acercamiento a lo lírico. La primera sección del libro se titula Haikus del fantasma y está construida por diez textos que semejan ese tipo de poesía japonesa. Sin embargo, su discurso amargamente irónico -centrado en las penurias que la condición espectral arrastra- los emparenta más con el senryū, artefacto parecido al haiku, pero más dado al humor negro y a condensar las debilidades y miserias del hablante. Lo dicho sucede en piezas turbadoras como estas: “Raro descanso / este que da sentarme / sobre mi lápida”; “Esta muerte / sería soportable / sin la memoria”; “¿Dador de sustos? / Ni siquiera soy eso. / Brisa inmóvil”.
Otra de las opciones dominantes y recurrentes en este autor es la fabulación a partir de referencias culturales, tanto sofisticadas como propias del ámbito popular. “Historia del arte II”, “Los espejos de Alicia” o “La creadora de Frankestein” recuerdan, por su voluntad de reescribir obras clásicas, a ciertas narraciones de “Escuchando tras la puerta”, el inolvidable debut de Harry Beleván. Especialmente logrado es “Monte de las ánimas”, una suerte de spin-off de una de las Leyendas de Bécquer, transformada aquí en un relato con finales alternativos que oscilan entre la profundización del horror y la mordacidad lapidaria.
La crítica del absurdo colectivo y de la frivolidad mediática que emboba a la sociedad moderna, otro de los leitmotivs de Herrera, no está ausente en las páginas de “Horrores minúsculos”; es en esa vertiente donde nos topamos con algunas de las mejores expresiones del libro. Sirva para comprobarlo la lectura de “Reality show”, espléndida viñeta en la que el sadismo extremo al servicio del vicario placer del público siempre halla formas de ser aún más terrible dependiendo de las imposiciones de una audiencia cada vez más inmune a la brutalidad que se le ofrece a través de las pantallas. Algo similar acontece en el delicioso “El desagüe”: una comunidad de freaks es convocada en un desastrado cine subterráneo con la promesa de espectar la película de terror más violenta de la historia, sin sospechar que todo se reduce a una trampa salvaje en la que no existe salida posible.
No todos los textos detentan los mismos méritos: algunos resbalan en la fórmula efectista (“Thriller” o “Supersticiones”) que se agota en un fogonazo sin reverbero. Pero, en general, “Horrores minúsculos” resulta ejemplar como una propuesta que maniobra con prestancia los complejos mecanismos del cuento de suspenso y terror. Herrera sabe conducir con sutiles engaños al lector hasta despoblados y neblinosos páramos y dejarlo ahí a su suerte, a merced de sus fieras metafóricas y latentes.
Autor: Carlos Herrera.
Editorial: La Travesía
Año: 2022
Páginas: 115
Relación con el autor: ninguna.
Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles.
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