Un angustiado pasajero observa que, encaramado sobre el ala del avión en vuelo, un monstruo peludo mastica los cables de la turbina. Escrito por Richard Matheson, “Nightmare at 20.000 Feet” puede ser quizás el más recordado episodio de “La dimensión desconocida” (“The Twilight Zone” en inglés), serie emitida originalmente entre 1959 y 1964 a cargo de Rod Serling, su creador. La producción caló profundo en el imaginario pop, e inspiró ficciones igualmente inquietantes como “Black Mirror”.
De niña, a Nona Fernández (Santiago, 1971) le fascinaba esta serie. Un producto del delirio estadounidense de posguerra se reflejaba en las paranoias de cualquier televidente que viviera en el Chile de Pinochet, donde los monstruos podían sorprendernos en cualquier esquina y los presos políticos podían sentirse abandonados o desaparecidos en planetas sin vida. Para la escritora y actriz, la serie producida por la CBS en contrastado blanco y negro resultaba una clarísima metáfora de aquellos años.
En su novela “La dimensión desconocida”, Fernández pinta el perturbador relato de un Santiago de Chile distópico, donde la gente puede desaparecer sin explicación. “Una de las razones por las que escribo es porque todo aquello que observé e intuí cuando era niña y adolescente quedó caldeándose en mi memoria y necesitaba explorarlo y reflexionarlo”, explica.
Sin embargo, en los años 90, cuando empieza a escribir y Chile entraba a la democracia, el país sureño no pretendía hacer esta reflexión. Lo que se había escrito sobre las atrocidades de la dictadura estaba marcado por la solemnidad, el debido respeto y cierta victimización.
“A mí esa ecuación no me acomodaba. Después empecé a entender que la historia no tiene dueño, que no pertenece a quien escribe la historia oficial. Por ello podemos apropiárnosla como queramos”, explica la más reciente ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz por esta novela.
Con esta premisa, Fernández empezó a filtrar su propio imaginario televisivo, la cultura pop y la chatarra de aquella época, para reconstruir estas historias que había intuido de niña, pero sin tener la información para entenderla.
CONTAR SIN MIEDOCon la llegada de la democracia en los años 90, Fernández recuerda que los autores de su generación tenían la impresión de que alguien mayor iba a contarles el relato completo de lo que ellos habían vivido. “Entendíamos que los milicos eran unos malvados y que había que luchar contra ellos, pero pensábamos que las historias específicas estarían más claras después. Pero cuando me puse a investigar en la generación de nuestros padres, me encontré con un silencio sepulcral”.
Eran años aún de 'shock', no había ganas de hablar. Entonces Fernández entendió que era su generación la llamada a imaginar y hablar. “Hay mucha información que no tendremos nunca, pero teníamos la intención de armar ese rompecabezas, algo que mi generación puede hacer con mayor distancia”, afirma.
Por cierto, en esa búsqueda por contar los años de la dictadura desde una nueva perspectiva, la autora cuestiona la narrativa oficial planteada por el Museo de la Memoria en Chile. “Si bien aplaudo que exista ese museo, también soy crítica porque, de alguna manera, lo que hace es tranquilizar nuestra conciencia, plantear los hechos como un enfrentamiento entre los buenos y los malos, entre milicos y civiles. Con ello, todas las zonas grises quedan fuera. La población civil, por ejemplo, queda libre de toda responsabilidad”, afirma. “Cuando divides la historia entre héroes y villanos, el resultado es muy tranquilizador. Eso te quita responsabilidad”.