Con 70 años cumplidos, Tulio Mora sigue siendo uno de los miembros más activos del revulsivo movimiento poético Hora Zero. Ya no tiene la melena ensortijada ni la barba frondosa de juventud, pero conserva la mirada penetrante y el discurso encendido que por momentos lo hacen un personaje casi temible. Su trascendencia en Hora Zero podría dividirse en dos frentes: la primera como autor, con títulos fundamentales como “Oración frente a un plato de col” (1985) y “Cementerio general” (1989); y la segunda como editor y difusor, que lo llevó a publicar en el 2009 “Los broches mayores del sonido”, una suerte de biblia horazeriana que es hasta ahora el acervo más completo que se haya reunido sobre su generación.
Esa doble labor se ha reactivado este año con dos libros: “Oncecielos”, su más reciente poemario, y “Trapos líricos”, esperado volumen editado por Mora que recupera el notable “Poemas de entrecasa” (1969) de Manuel Morales junto a varios textos inéditos hasta la fecha. A propósito de esas publicaciones, conversamos con él.
— No empecemos hablando de ti, sino de Manuel Morales. ¿Cómo rescataste los poemas de “Trapos líricos”?Más o menos por el 2005, Jorge Pimentel y yo habíamos escrito y publicado un manifiesto un tanto provocador, quejándonos de una invitación internacional a algún evento literario que ya no recuerdo. Reclamábamos que se invitara a los escritores de siempre. Entonces nos respondió por Internet un Manuel Morales, que nos daba duro, nos decía acomplejados y envidiosos. El tema es que firmaba su mensaje desde Iquitos, pero nosotros sabíamos que Manuel vivía en Brasil desde hacía muchos años, así que nos dimos cuenta de que era un mensaje falso. Y por alguna extraña razón, el verdadero Manuel Morales también leyó ese texto y se comunicó primero con el escritor Miguel Gutiérrez. Él me avisó que Manuel nos estaba buscando, me dio su número, y fue así como empezamos una comunicación muy bonita. Me envió dos cartas extensas y algunos poemas escritos en portugués. Así pasaron dos años hasta que un día del 2007 lo llamé para hacerle una consulta sobre la traducción de uno de sus textos. Pero me contestó una mujer muy afligida y me dijo que Manuel había fallecido el día anterior, en un accidente casero. Yo no lo podía creer.
— Cuentas en el prólogo que él prácticamente había abandonado la literatura.En realidad lo que no quería era publicar. Cuando él se fue a Brasil, a fines de los 70, estaba decepcionado de la poesía y quería escribir narrativa. Lo sorprendente fue que, unos años después de su muerte, su esposa me envió un paquete azul lleno de textos que había dejado Manuel. Me dijo que era consciente de que la poesía no vende, pero creía justo que se publicara lo que él había dejado. “Lo dejo en tus manos”, me dijo. Eran como 300 páginas, más o menos. Los poemas no estaban ordenados. Había algunos a máquina, otros tenían seis versiones distintas, y algunos estaban escritos a mano, ilegibles. Poco a poco fui ordenándolos, pero demoré un montón. Necesitaba conseguir financiación para traducirlos. Hasta que un amigo me dijo: “Te vas a pasar toda la vida con eso. Tradúcelos tú”. Y me animé: agarré tres diccionarios y comencé a trabajar. La verdad es que no fue difícil, salvo por algunos modismos que fui consultando con amigos brasileños. Además la poesía de Manuel es bastante coloquial, accesible. La verdad es que el problema principal fue el tiempo. Recién este año, luego de jubilarme, he podido terminarlo. Mandé el borrador a la esposa y las dos hijas de Manuel allá en Brasil, y solo me dijeron que había algunas imprecisiones sobre su biografía, pero nunca volvieron a responder. Ellas no conocían ni siquiera el primer poemario de su papá. Y el libro ya no podía esperar más. Por eso lo publiqué.
— ¿A qué se dedicaba Manuel en Brasil?Un poco de todo, pero me parece que básicamente hacía prensa. Lo mandaron a Argentina y Chile, donde pudo entrevistar a Julio Cortázar, Nicanor Parra, Manuel Puig. Pero la verdad es que no sé dónde estarán esos artículos.
— El prólogo en el que cuentas esta historia es notable. Me imagino que también te ha servido para lanzar una mirada en retrospectiva a Hora Zero. ¿Cómo sientes que ha envejecido o madurado el grupo?Bueno, yo creo que es inevitable que todo movimiento rupturista termine institucionalizado. Siempre y cuando el tiempo te dé la razón, por supuesto. Y ya son casi 50 años que han pasado. Dentro de toda la gama poética que existía en esa época, Hora Zero encarnó la menos representativa, con un lenguaje de acceso al otro, al personaje popular, al migrante. El Perú estaba en proceso de consolidar una nueva sociedad, y era el cambio más esperado en la poesía desde los años 20. Nos habíamos propuesto retar a toda la poesía peruana y eso no era algo fácil. Podía parecer la fanfarronada de unos chiquillos de veintitantos años si nos hubiéramos quedado solo en eso. Pero teníamos que respaldarlo con trabajo. Y pienso que la vigencia de Hora Zero no radica solo en la marca, sino en todos los poetas que dejaron gran obra individual. Enrique Verástegui, Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Carmen Ollé. Cada quien puso su propio empeño y ese es el verdadero respaldo.
— Y a pesar de tener mucho en común, también fueron muy diferentes entre sí.Exacto. Sin embargo, algunos críticos un poco despistados decían que todos escribíamos igual. Eso es un absurdo. No se pueden clonar poetas. El hecho de que tuviéramos el poema integral como un norte estético no significaba que íbamos a escribir igual. La importancia del poema integral fue la aparición de poetas de la selva como Jorge Nájar, de Chimbote como Mario Luna, u otros de Cerro de Pasco, Chachapoyas y otros lugares sin pasado literario, o con un pasado muy precario o marginado por el centralismo canónico peruano. Con el poema integral modernizaron su zona y su discurso. Todos ellos son poetas muy modernos y universales dentro de un escenario local. ¿No es ese el sueño de todo poeta? El otro punto clave fue la voz de los migrantes que llegaron a Lima con la intención de construir una nueva y mejor ciudad. Eso hasta ahora no se ha cumplido, lamentablemente. Es una tarea pendiente. Pero una tarea social, no literaria.
— Se suele pensar en la poesía como una creación muy íntima, pero tú sueles trabajar con voces colectivas. En tu nuevo poemario, “Oncecielos”, vuelves a ello.Sí, en parte se debe a que cuando era joven influyó mucho en mí un poeta como T.S. Eliot, aunque recientemente ya no me guste mucho. De las tres grandes vertientes poéticas –la lírica, la dramática y la épica–, lo normal es que la primera sea la más usada, con el poeta escribiendo sobre sus júbilos, sus confesiones, sus tormentos. Pero la poesía dramática es más complicada porque uno debe escribir sobre el otro. Hablar por el otro. La intermediación que funciona normalmente en la novela, en la poesía no es tan habitual. Pero a mí siempre me interesó hablar por el otro. Siempre estoy recreando personajes. Diría que soy como una especie de travesti poético. Tengo un yo poético travestido o multirrepresentacional.
— Y “Oncecielos” nació además con la intención de que sea un poemario gráfico.Sí, porque el libro surge de mis experiencias en los años 80, cuando trabajé para Aprodeh recogiendo testimonios de víctimas de la violencia. Allí aprendí a hacer videos, incluso, y he escrito guiones también. Entonces fue que comencé a desarrollar los monólogos. Y estos luego pedían cruces, diálogos. En un momento pensé en una novela, pero siempre he estado negado para la prosa ficcionada. Hasta que un día se me ocurrió que podría ser un cómic. Y la mejor prueba de que el fondo jala la forma es este libro. Porque cuando lo pensé como un cómic es que el lenguaje se desorbitó. Finalmente no se concretó la parte gráfica porque habría demandado mucho trabajo y una fortuna, pero sí me gustaría que en algún momento se lograra.
— Cuando hablas de la violencia me pregunto: ¿cómo se escribe poesía en medio de tanta vileza?Yo pienso que vivimos una crisis total de la humanidad y del planeta. No creo que haya alguien capaz de negar esas evidencias. Y esa crisis ha arrastrado incluso a la poesía. Somos testigos de cómo esa vileza que mencionas ha invadido incluso campos como la poesía, que solían ser más respetados y venerados por la sociedad, así no la conocieran o les resultara indiferente. La verdad es que es desalentador, es un golpe muy sensible. A mí me queda una desolación muy grande. Yo soñé, como una utopía, que podíamos llevar la poesía al poder. Pero más que una utopía, vivimos una distopía. El derrumbe está aquí, a centímetros. Nos estamos suicidando. Y entonces te preguntas, ¿qué queda por recuperar? Si la palabra más venerada por filósofos o religiosos, la palabra de la poesía, también se envilece, ¿qué nos queda? Yo creo que el silencio.
— Partió Juan Ramírez, partió Manuel Morales, y acaba de morir Enrique Verástegui. ¿Qué sensación queda?Primero, una sensación de descreimiento, porque siempre los tienes presentes. Tienes su imagen y sus memorias que han permanecido por tantos años. Entonces es como un alejamiento de ellos, pero que te gratifica porque han dejado sus libros y sus recuerdos. No siento tristeza porque la muerte es una cosa absolutamente natural. Y ellos han dejado una obra maravillosa. A mí parece hermoso el tiempo que se tomaron todos para escribir. El caso de Enrique es admirable: tantos libros, tanta vastedad. Es para admirar. O el socarrón Manuel Morales, que escribía sus poemas para divertirse. O Ramírez Ruiz, que era un fanático, lo cual es todavía más hermoso. Tenía la mística de los alucinados por la poesía. Por eso me siento todavía acompañado por ellos.
— Si Juan era el alucinado y Manuel el callejero, ¿qué es Tulio Mora? ¿Qué papel te tocó?Imagino que hubo varios roles que tuve que jugar. Quizá el principal fue interiorizar la importancia de dejar una obra crítica sobre Hora Zero. Porque nadie lo iba a hacer. El español Guillermo de Torre decía que todo grupo debía tener su crítico. Y era obvio que en Hora Zero había una ausencia peligrosa en ese aspecto, pues nos estábamos enfrentando a muchas personas, sobre todo a las generaciones que vinieron después de nosotros. Porque Hora Zero siempre encaró a las generaciones de antes, pero contra los que vinieron después no teníamos un libreto. Ellos eran poetas que habían pasado por la universidad, eran académicos, y tenían mucho más instrumental teórico para revolcarnos. Y hubo quienes intentaron borrar toda la poesía de los años 70. No solo a Hora Zero, ojo. También a Watanabe, por ejemplo, y eso que es un tremendo poeta y con un culto merecido. Fue ahí que yo me dije “nos van a borrar”. Porque la historia se borra.
— Y decidiste hacer el papel del crítico de Hora Zero.Claro. Porque todo el mundo se miraba y nadie quería hacerlo. Y en el año 96 o 97 es que comencé a preparar la antología de Hora Zero, “Los broches mayores del sonido”. Fue difícil porque yo había aprendido a nunca escribir gratis, ni una nota policial. Hasta que decidí hacer este libro. Al principio fueron como mil páginas que nadie quiso editar. Lo dejé guardado como 10 años, hasta que me cayó una herencia de mi madre y decidí tomarme un año sabático. Fue un año que realmente disfruté. Porque, además, yo le tenía que agradecer mucho a Hora Zero. Había tenido una militancia política un poco traumática y cometí varios errores en la vida, que me dejaron un vacío muy fuerte. Pero Hora Zero lo llenó. La poesía vino a cubrir ese vacío y darme una rectificación. Y, a pesar de todo lo adverso de lo que ya hemos hablado, creo que despertar y pensar en poesía siempre será mejor que, como decía Philip Levine, levantarte y que el día te afane con cosas idiotas.