Maestro de dimensiones celestes, quieta explosión del nacimiento, el devenir y la muerte. El poeta oculto en su transparencia va escogiendo versos mientras surca el aire oscuro. Javier Sologuren, quien para su entrañable amigo el pintor Fernando de Szyszlo era un ser angelical, vestido con la piel de la inocencia más allá del combate cotidiano que tuvo que lidiar su generación —la del 50—, nos hace falta. Son once años de ausencia, once sin el autor de ese racimo de poemas que Jorge Basadre publicara como parte de la revista “Historia” de la Biblioteca Nacional en 1944: “El morador”.
La poeta Rossella Di Paolo recuerda : “Cuando tenía 14 años, en el curso de Literatura del colegio analizamos el poema ”Árbol“ de Sologuren: ”Árbol, altar de ramas,/ de pájaros, de hojas,/ de sombra rumorosa;/ en tu ofrenda callada,/ en tu sereno anhelo/ hay soledad poblada/ de luz de tierra y cielo“. Di Paolo confiesa haberse impresionado con la morada que la acogía desde aquel poema pequeño y musical, con esa imagen imposible de una ‘soledad poblada’. Posteriormente, ”cuando estudiaba Literatura en la Universidad Católica“, cuenta la autora de ”Tablillas de San Lázaro“, ”llevamos un curso sobre la Generación del 50. Sologuren fue invitado a nuestro salón de clases, y fue la primera vez que lo vi y lo escuché. Recuerdo que habló sobre su experiencia en Suecia, la relación con la naturaleza, las estaciones, los árboles“, continúa. ”Yo iba repitiéndome los versos de ese poema que marcó mi vida, conmovida por el hecho de ver a su autor sentado frente a nosotros hablándonos con sencillez, con voz tranquila y afable, mientras sus ojos nos observaban a través de los gruesos vidrios de sus anteojos, como a través de una lupa, con curiosidad, con un poco de sorpresa tal vez, pues se advertía que lo suyo era estar entre sus libros. Parecía avanzar en su propio aire diáfano y apacible“.
Durante los noventa, el poeta se reunía no solo con Rossella, pues el grupo había crecido: Ana María Gazzolo, Carlos López Degregori y Jorge Eslava, este último también editor de varios de sus libros. Esas veladas las compartía con Ilia, su esposa, cuya energía vital creaba el complemento de esa especie de ensimismamiento del poeta de “Estancias”. No obstante, Di Paolo apunta que su manera de sonreír, de hacer comentarios específicos y risueños bastaba para señalar que Sologuren estaba allí y “no lejos de nosotros”.
Recuerdos de Chaclacayo. Reynaldo Jiménez, sobrino del poeta, departiendo con él en la casa de Los Ángeles, en el soleado Chaclacayo. (Foto: Violeta Lubarsky)
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RETORNELO O ARIA DE RECUERDOHace más de sesenta años, un grupo de muchachos sincronizaba sus formas de ver el mundo, inclinadas hacia la izquierda, levantando la bandera del arte, la poesía, el pensamiento. Fascinados por Sartre y Camus, Sebastián y Augusto Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, Raúl Deustua, Jorge Eduardo Eielson, Enrique Pinilla; y los mayores Emilio Adolfo Westphalen y José María Arguedas, ocupaban con Javier los alrededores del Parque de la Reserva en Santa Beatriz. Conjunto heterodoxo que, recuerda Szyszlo en entrevista con el periodista Carlos Batalla, se congregaba en la librería del coronel Alayza en el Centro de Lima y en la peña Pancho Fierro, de las hermanas Bustamante, para intercambiar lecturas de Neruda, Vallejo y Rilke, así como para discutir sobre indigenismo, vanguardia y arte prehispánico. Por allí pasaron también los ibéricos León Felipe y Pedro Salinas, incluso el propio Neruda. Eran tiempos líricos de la bohemia.
Ricardo Silva Santisteban, actual presidente de la Academia Peruana de la Lengua, coloca su amistad con Sologuren en privilegiado podio y admite: “De todos aquellos amigos que se fueron, él es al que más extraño”. Cuenta Silva Santisteban que fue Javier quien le enseñó el oficio de editor y lo introdujo en el mundo de las imprentas. Y así recordamos el enorme aporte a la poesía de las artesanales ‘plaquettes’ del sello La Rama Florida a través del cual Sologuren dio a conocer a jóvenes poetas del país y Latinoamérica: Antonio Cisneros, Mirko Lauer, Luis Hernández, Antonio Claros, Óscar Hahn, entre otros.
ÓPERA ESPIRITUALJosé Miguel Herbozo apunta que pueden encontrarse textos como “Recinto” (1967) o “La hora” (1980), extensos poemas en los cuales la estética del mundo como ruina expone el encuentro de la lírica latinoamericana del siglo XX con sus lecturas de clásicos orientales. Relucen logros sonoros e indagaciones y “resuelven el tratamiento del vacío como metáfora negativa, frente a la imaginación oriental del mismo que representa la armonía en la naturaleza”.
El poeta exploró distintos estilos de composición en “Otoño, endechas” (1959), “Corola parva” (1974) y “Folios de el enamorado y la muerte”(1978). Su diversidad y su experimentalismo poético fueron recogidos íntegramente en el volumen “Vida continua”.
Javier Sologuren por Reynaldo Jiménez.
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No perdamos de vista sus aproximaciones ensayísticas de “Gravitaciones & tangencias”(1988), sus numerosas y encomiables traducciones de “Las uvas del racimo” (1975) —autores suecos, italianos y franceses—, “Razón ardiente” (1988), antología de poesía francófona —de Apollinaire hasta el postsurrealismo de mediados del siglo XX—, “El rumor del origen” (1993) de literatura japonesa, entre otros. En ellas, los procesos de interpretación con respeto del texto en su idioma original encarnan las intenciones expresivas de Sologuren.“Hojas de herbolario” (1995) agrupa exquisitas muestras de microliteratura, reflexiones líricas y metafísicas. Relevante fue su labor a la cabeza de las revistas “Creación & Crítica” y “Cielo abierto”, así como sus guiones en colaboración con el documentalista Jorge Suárez en “Tierra de alfareros”.
ÓRBITAS CERCANAS“Javier Sologuren es primo de mi padre, Manuel Jiménez Sologuren”, cuenta Reynaldo Jiménez, poeta nacido en Lima en 1959 y residente en Buenos Aires desde 1963. “Eran vecinos en Chaclacayo cuando yo era niño. Fue ahí que mis padres conocieron a través de Javier a Allen Ginsberg —luego viajaríamos a Nueva York. En mi casa había libros de poesía, varios de La Rama Florida. Con la separación de mis padres me fui a la Argentina y empecé a frecuentar a Javier durante mis veranos limeños a partir de mis 14 años, cuando ya estaba decidido a escribir poesía. Javier me hizo conocer la poesía peruana y a José Kozer, Américo Ferrari, Octavio Armand. Me publicó poemas en la revista “Escandalar” que este dirigía en Nueva York”.
Las personas que lo conocieron concuerdan en que era un hombre de una bondad única, transparente, gran amigo de sus amigos. “Con los poetas de mi generación”, refiere Jiménez, “fue tan generoso como lo fue con todos los poetas”. “Recuerdo algunas reuniones en su casa de San Bartolo, así como alguna otra en la casa que compartía con Ilia, con la única finalidad de conversar y reunir a los jóvenes poetas de entonces. También recuerdo algunas salidas al cine; particularmente una película de vampiros bastante mala, pero con ese comentario tan de él a la salida de la sala: ‘Pero qué guapa la actriz’”. Un genio.
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MÁS INFORMACIÓNFecha y hora: Del 9 al 11 de junio, 7.00 p.m. Lugar: Centro Cultural de la PUCP. Av. Camino Real 1075, San Isidro.
9 de junio: Disertan Fernando de Szyszlo, Ricardo Silva Santisteban, Jim Anchante y Eduardo Lino.
10 de junio: Ana María Gazzolo, Renato Guizado y Daniel Romero.
11 de junio: Pilar Derteano, Rafael Vallejo y José Miguel Herbozo.