ENRIQUE PLANAS
Muchos autores han hecho del Premio Alfaguara un género literario. Sus historias de viajes, encuentros y estrés parecen obligar a ello. Al colombiano Jorge Franco, el prestigioso autor de “Rosario Tijeras”, también le gustaría dejar registro de la increíble experiencia que vive este año. En México, por ejemplo, estaba en medio de una entrevista y empezó a sentir un dolor de cabeza muy fuerte. Poco después, se dio cuenta de que había olvidado las palabras más elementales. “Así puede sorprenderte el agotamiento”, explica. Todavía no sabe cómo, pero Franco asegura que escribirá de ello. Pero antes, nos habla de “El mundo de afuera”, la novela laureada que presentó en la Feria Internacional del Libro de Lima.
La historia, basada en sucesos reales, transcurre en Medellín, a inicios de la década del setenta. Don Diego, un importante industrial, ha sido secuestrado, mientras que el Mono, líder de los plagiarios, tiene una razón más importante que los millones exigidos en el rescate para mantener en cautiverio a su víctima: está enamorado de Isolda, una joven rubia a quien su padre, don Diego, mantiene encerrada en su castillo, para mantenerla lejos del mundo.
Cuando leía “El mundo de afuera”, pensaba que un libro como este no podría haber sido escrito por alguien que no sea padre...Tienes toda la razón. El hecho de ser padre [Franco tiene una hija de 7 años] me ha permitido muchas cosas. Entre ellas, una recuperación de mi propia infancia, a través de situaciones que te conectan con algo que viviste y estaba olvidado. Lo otro tiene que ver con hallazgos de literatura infantil: mi hija y yo leemos mucho juntos, todas las noches. Y vuelvo con ella a las historias de “Había una vez”, con princesas y castillos.
Además de recuperar la memoria, otra cosa que aportan los hijos es una serie de miedos que antes de ser padre uno no imagina. Esos miedos también están reflejados en la novela...Sí. En mi niñez, yo vivía cerca de un castillo. Allí vivía una niña que, me contaban, era una especie de princesa. Su padre, don Diego, era un hombre muy conservador. Sus miedos lo hacen construir un castillo, un pequeño reino para su hija y su esposa, con la creencia errónea de que podía liberarlas del mundo de afuera. Todo ello corresponde a mis propios miedos, el deseo de todo padre de crear una burbuja protectora. A lo largo de la escritura, pude descubrir que esa burbuja lo que hace es debilitar a quien la habita. Allí juego con la pequeña Isolda, que quiere salir del castillo, pero que al enfrentarse a un hecho violento, su mente no lo soporta.
Ese fantástico castillo construido en la novela ilustra también las diferencias sociales existentes en MedellínEl origen del caos en Medellín, que padecimos a partir de mediados de los años 70, vino precisamente de un desequilibrio social común a toda América Latina. Cuando llega el narcotráfico, encuentra grupos de jóvenes sin trabajo ni futuro, y lo que hace es armar con ellos su ejército. Esos jóvenes entienden que todo lo pueden conseguir muy rápidamente por la violencia, y esa mentalidad mafiosa persiste hoy. A través del secuestro que narro en la novela, en los diálogos entre don Diego y el Mono, su captor, traté de acercar ambos mundos. Es algo que había hecho en mi novela “Rosario Tijeras”.
¿Crees que “Rosario Tijeras” y “El mundo de afuera” forman un díptico?Nunca lo pensé así, fue un accidente. Yo lo que quería hacer era rescatar un momento de mi infancia, el momento en que se rompió la burbuja en la que yo vivía, marcado por ese secuestro real. Antes de eso creíamos que vivíamos en una Medellín idílica, donde no pasaba nada.
¿Usted diría que con ese secuestro Medellín perdió la inocencia?Un sector socia l sí la perdió. En primer lugar porque don Diego era un personaje muy representativo de una clase industrial, más filántropo que empresario. Y, de hecho, su secuestro no está muy lejos de lo que vendría después. Fue asesinado en el 71, y a mediados de la década se empezaron a ver en Medellín los primeros brotes del mundo absurdo del narcotráfico. La sociedad nunca llegó a pensar que el secuestro se convertiría en algo sistemático en nuestra violencia cotidiana.