Aunque su libro nació como una tesis de doctorado en Medicina, no faltó quien le dijera que parecía más una tesis de Literatura. “Síntomas y metáforas. La poética de José Watanabe desde la psicología médica” de José Li Ning (Trujillo, 1942) se mueve entre ambas especialidades con equilibrada soltura y profundidad. Se trata de un libro atípico, pero que nos conduce a analizar la obra del poeta peruano desde la óptica clínica, rastreando casi a manera de un diagnóstico todo aquello que lo aquejó: el cáncer, el dolor, las operaciones, la depresión.
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Recurriendo a una interesantísima bibliografía de narrativa médica, que combina con la agudeza de un gran lector, Li Ning Anticona –quien fue además un gran amigo de Watanabe– establece vínculos y simbolismos que van de la radioterapia a la cura tradicional con huevo, de la sala de operaciones a los sueños de resurrección. Una lectura inusual pero que abre una nueva vía de entrada hacia el complejo universo del poeta de Laredo.
¿Es este libro una manera de hacer un diagnóstico? ¿Un estudio literario?
Es el estudio de lo que sienten los enfermos, por eso hablo de psicología médica. Todos los pacientes en general sienten lo mismo, con algunas diferencias. La novedad es que este caso es el de un poeta, que expresa sus síntomas con versos. Es como si hubiera escrito un diario de enfermo, solo que no en prosa, sino mediante poemas. La psicología médica es como la psicología normal, pero del enfermo. Entonces no sirve para diagnosticar qué trastorno tiene, sino para ver cómo sufre la gente. Y Watanabe viene a ser aquí el pretexto, el portavoz de todos los pacientes, si se quiere.
Pero además era usted su amigo cercano. ¿Cree que hubiera podido escribir este mismo libro de no haberlo conocido?
He tratado de no incluir en el libro cosas que yo he visto o que él me ha dicho. Como médico, estoy acostumbrado a citar publicaciones. Y eso es lo que hecho: me he limitado a citar lo que ya está escrito, he procurado que todo esté documentado.
¿Qué tan definido estuvo José Watanabe por la enfermedad? Usted comenta en el libro que, incluso, el cambio en el ritmo de su respiración influyó en su escritura.
Sí, eso lo contó él mismo en una conferencia a la que lo invitamos en la Asociación Psiquiátrica Peruana [ver el siguiente video]. Fue casi una confesión. Él solía decir que su estilo estaba madurando, que era más concreto, pero en realidad respondía a una disminución del ritmo, pues así como caminaba también escribía. Y la disminución de la capacidad respiratoria hacía que se cansara con más facilidad. Él tiene un poema incluso en el que se vuelve como la tortuga [”La quietud”], y hace referencia a que sus relaciones eran más lentas.
Y también estaba la depresión…
Eso ocurre después de su separación. La pérdida de la relación conyugal lo conduce a la depresión. Y en ese periodo no escribe nada. Él mismo dice que cuando fue saliendo del estado depresivo jaló el planchador para usarlo como escritorio, y allí escribe los primeros versos de “El huso de la palabra” (1989). Pero mientras estaba deprimido no tenía ni siquiera ganas de levantarse de la cama.
Una situación que describe en el poema “El haragán”, según su análisis.
Claro, ese poema yo lo he interpretado como un cuadro depresivo. Ese síndrome de inhibición que se encuentra en los deprimidos profundos, cuando la familia dice “levántate”, “haz algo”, “báñate siquiera”, “pon de tu parte”. Y el paciente se siente peor incluso, porque percibe que su familia se esfuerza y él ni siquiera puede. Entonces se deprime más. Pero Watanabe decía que estar un poquito deprimido sí sirve. Una dosis de depresión te da ese tinte gris de la vida que te permite ver que hay cosas diferentes, adquiere profundidad. Hasta te incentiva escribir. Mucha depresión ya no. Las dosis grandes te inhiben.
También cuenta un hecho anecdótico: que cuando Watanabe tiene que ser tratado por el cáncer, tenía dos opciones: Cuba y Alemania. Pero la familia elige Alemania a propósito, para que él no entienda el idioma.
(Ríe) Bueno, es que él era muy obsesivo con las explicaciones de los doctores. Y preguntaba todo, consultaba siempre; como era muy inteligente, hasta se ponía a discutir con el médico. Entonces su hermana decide que mejor realice su tratamiento en Alemania para que no esté discutiendo con los médicos. Acá quería saberlo y conocerlo todo. Eso se refleja también en un poema que se llama “El ojo”, en el que él imagina que hay un ojo que mira al interior de su cuerpo, un ojo que sí sabe lo que él no sabe.
En el libro cita a la investigadora Piret Paal, quien señala que los enfermos, al hablar de sus síntomas, suelen recurrir a metáforas no muy elaboradas, a lugares comunes. Pero Watanabe logra escapar de eso…
Bueno, la encuesta que hace Paal es a pacientes comunes y corrientes, que no son literatos, que hablan de sus síntomas desde la experiencia. Pero Watanabe dice, por ejemplo, que cuando estuvo afectado por la ansiedad sentía como estuviera en medio de un terremoto y no pudiera hacer nada. Así se sintió. Y eso es un lugar común. Al momento de expresar sus vivencias sí los usa, pero no en su poesía, donde ni siquiera menciona a la depresión, sino al haragán, como ya hemos mencionado. Es más bien un poco irónico.
También se menciona en el libro que la narrativa médica puede aportar a la empatía en la práctica clínica.
Yo he sido profesor en San Marcos y los psiquiatras dictamos a los estudiantes de Medicina lo que vendría a ser la psicología médica: la relación médico-paciente, la parte menos “farmacéutica”, por decirlo de algún modo. Y el libro está casi inspirado en ese curso. De lo que se trata es de estimular la relación médico-paciente, que con la modernidad se ha perdido un poco. Porque ahora uno solo pide análisis y los revisa; ya no conversa con el paciente, todo se mecaniza, y eso ocurre en general en toda la medicina. Por eso en Estados Unidos ha surgido una corriente de reacción que pide dedicarle más tiempo al paciente. Porque los médicos estamos acostumbrados a ver el dolor de los pacientes cotidianamente, pero para el paciente es un momento único en su vida. Por eso se crea esa distancia entre ambos. Uno se vuelve un poco insensible, un poco duro. Entonces mi tesis es que, quién sabe, si escucha el dolor del paciente dicho de una manera diferente, en un rango más simbólico, pueden encontrar mejores respuestas.
Retomar la calidez y la sensibilidad en el ámbito médico.
Claro. Porque en los grandes hospitales del mundo, hoy las reuniones clínicas se hacen en una mesa como de directorio, todos los médicos con sus laptops, proyectando análisis. Eso es el equivalente a lo que antes era un médico pasando con su séquito a examinar a los pacientes, conversar, explicar. Ahora no. Ahora todo se decide en una sala. Un poco contra eso, para humanizar la relación médico-paciente, es que sustento esta tesis de doctorado en la facultad de Medicina, aunque no faltaron los colegas que decían que era una tesis de Literatura. Porque se suele pensar que este tipo de tesis debe hacerse con análisis cuantitativos, estadísticas, grupo de control, doble ciego y otras cosas más clínicas. Felizmente, la investigación cualitativa se está aceptando más en el mudo científico. Después de todo, lo que presento sobre Watanabe es lo que siente un paciente. Solo que es un paciente especial, uno que puede expresar con palabras las sutilezas del sentimiento.
Hay un análisis notable del poema “La cura”, que permite entender cómo para Watanabe la escritura era terapéutica. ¿En qué medida cree que la poesía pudo haberle ayudado a sobrellevar la enfermedad?
Todas las personas, cuando vivimos un pesar fuerte como perder un amor, un familiar, un negocio, tratamos de contárselo a alguien. Y el solo hecho de contar, de compartirlo, y de encontrar a una persona que nos escucha, produce alivio. Cuando uno cuenta lo que tiene interiormente, ya no está tan adentro, sino que está un poco afuera. Y al estar afuera, ya uno puede verlo desde más lejos. Entonces expresar el dolor que se siente es como una ayuda catártica, te descarga. Eso es lo que hace la psicoterapia: ayuda a restaurar dando comprensión, prestando oídos a esas cosas que parece que no tienen interés para los demás. Eso ocurre también en la poesía, naturalmente: descargar lo más que se pueda, conmover al otro. El escritor tiene su terapeuta en el lector, solo que no lo ve. Quien escribe quiere que su lector sienta lo que él está sintiendo. Entonces busca la palabra exacta para hacerlo sacudir, para que sienta lo que le duele. El “hay golpes en la vida...” es eso, ¿no? Y lo mismo pasa con el que está enamorado. Muchos literatos buscan transmitir esas vivencias, pero de una manera estética.
Para terminar, y saliendo un poco del tema Watanabe: la enfermedad suele ser una cuestión íntima y personal, pero ¿cómo cambia cuando se vuelve social y colectiva, como la pandemia que vivimos ahora?
Es una situación similar a la de afrontar el duelo. El duelo tiene sus etapas más o menos definidas. No hay una reacción exacta entre una y otra persona, pero más o menos hay un esquema general. En el caso de la pandemia, no es que esté enfermo el individuo, sino toda la sociedad. Es decir, hay muchos individuos enfermos y se ha alterado la vida de todo el mundo. Entonces se agregan una serie de circunstancias sociales: porque basta que haya un enfermo para que se altere toda la vida familiar. Y a eso se agrega el tener que convivir dentro de un mismo espacio, una aglutinación que crea hostilidad, agresividad. Estamos enfermos todos.
“Síntomas y metáforas”
Autor: José Li Ning Anticona
Páginas: 282
Editorial: Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa
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