José María Salazar Núñez (Lima, 1994) viene publicando libros de poesía de forma constante. “Isabel y yo” es su quinto volumen. En él, explora las posibilidades del lenguaje a partir de una experiencia amorosa.
Para el poeta, hijo del periodista Federico Salazar, tocar el asunto amoroso en un libro de poesía era una tarea pendiente.
- Has publicado ininterrumpidamente desde el 2018. Es este tu quinto libro y de la lectura se evidencia que es bastante personal. Cuéntanos cómo se gestó.
Desde hace mucho tiempo quería escribir un libro que tuviera que ver con la experiencia amorosa. Un libro que me marcó mucho es Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes; mi idea era escribir algo a partir de eso como base, pero no desde el punto de vista filosófico y lingüístico sino poético. Tenía esta idea desde el 2019 y no lo conseguía, no sabía cómo planearlo; recién con la pandemia y el tiempo que eso me dio tuve la posibilidad de investigarlo, entré al taller de El Laboratorio (de Maurizio Medo) que luego se convierte en editorial y es la que publica el libro. En el proceso me di cuenta que tenía que ser un libro que partiera de la experiencia de alguien que pasa por eso y muy rápidamente supe que tenía que ser mi experiencia. Acaba de publicarse El libro de todos los amores de Agustín Fernandez Mayo (un autor que me gusta mucho) que intenta ser como una enciclopedia de los amores; ese es el libro que me hubiese gustado escribir si yo tuviera 40 o 50 años y pudiera ponerme en esa posición de hablar acerca del amor. Como no tengo tantos años sería ridículo que hable de manera general del amor por lo que partí de la especificidad de mi experiencia. No se trató de poetizar esa experiencia ni hablar sobre mi relación, pero sí (a la manera de Barthes que parte de los momentos del enamorado) generar los textos que tienen nombres largos (la idea es que el título mismo sea una pequeña obra) y a partir de eso ver qué es lo que le sucede al lenguaje amoroso. Si lees los textos en sí mismos no dicen casi nada personal, la palabra amor no aparece como tal.
- La experiencia amorosa es el detonante, pero la materia es el lenguaje mismo y las asociaciones que se hacen conforme evoluciona el texto. En su estructura el libro avanza desde el sí inicial hasta un problema importante en la relación que parece desestabilizarla. Lo que el lector encuentra no es un libro romántico sino una experimentación del lenguaje.
Me alegra la lectura. Yo escribo poesía y me cuesta escribir narrativa porque siento que nadie me va a creer, la ficción tiene una convención que a mí me cuesta hacerla. Tampoco me interesa una escritura del yo que tenga valor porque te pasó a ti, nada en literatura o en arte me parece que tenga valor porque te pasó a ti. Estando entre esos dos lados es que hice este libro: partí de lo personal y busqué un lenguaje que aleje lo personal. Cuando terminamos una relación idealizamos y demonizamos. Creo que la experiencia amorosa es algo que le pasa al lenguaje.
- El libro abre con un poema casi bucólico para después citar las últimas líneas de Ulises de James Joyce en las que hay una aceptación del amor romántico: “sí dije sí quiero Sí”. ¿Consideras ese libro como un pilar en la composición de Isabel y yo?
Sobre todo ese último capítulo. La experiencia amorosa empieza con el sí, esa constante de afirmación nunca se ha explorado mejor que en el Ulises de Joyce. Lo que entendemos por amor en occidente se lo debemos mucho al renacimiento y en español a Garcilaso de la Vega, por lo que el primer poema del libro está basado en las églogas de dicho poeta. Descubrí una conexión entre el Ulises de Joyce y estas églogas, me pareció una conexión perfecta a ese sí que se le da a la otra persona, entregarte a esa experiencia es entregarte a toda la tradición que hay en el amor, porque el amor al final es una construcción.
- En la composición del libro utilizas fragmentos de canciones, incorporas fotos de boletos de conciertos, haces referencia a películas, entre otros. ¿Consideras que esa memorabilia es parte fundamental en la formación de los recuerdos románticos?
Sí, completamente. En una relación nunca son solo dos personas (espero no sonar poligámico aunque no tengo nada contra eso), estás construyendo algo y siempre pones elementos de otros lados, es como un museo. Me ha pasado que cuando termino una relación digo: la película que vimos, esto que hablamos y eso que le dije a esa persona y no a otra ¿a dónde van? Nada ocurre endogámicamente, todo está relacionado con el afuera porque la experiencia amorosa es parte de ese afuera, no es algo que ocurre en una bola de cristal.
- En el libro también hay fragmentos de conversaciones de Whatsapp entre Isabel y el yo poético. Así, conversaciones del ámbito privado se vuelven públicas al tener un lugar en la creación artística. ¿Cómo fue que decidiste valerte de ese recurso? ¿Tiene que ver con concebir tu trabajo a partir de la honestidad?
No me gusta hablar de honestidad porque creo que no tiene que ver mucho en la creación. Aunque Maurizio Medo tiene fama de ser anti-romántico fue su idea lo de incluir los whatsapp; me encantó la idea. Las conversaciones son reales pero editadas. Me gustan mucho los libros que muestran el proceso mismo de cómo se están haciendo. La idea era mostrar cómo se construye este discurso a partir de la relación. Hay cuestiones que aparecen en los whatsapp y también en los textos, entonces se ve cómo funciona el proceso.
- Hay un verso que dice: “poder mirar y decir esto es mío / ese es el conflicto en toda representación del amor”. ¿Crees que el sentido de posesión es el principal impedimento de un amor romántico saludable?
Es un tema muy importante, por eso el texto se llama “Isabel y yo”. Creo que fue Slavoj Žižek (filósofo esloveno) quien dijo que el amor es la cosa más fascista del mundo porque dices “yo quiero a esa persona” y “esa persona me quiere tener a mí”, como algo abusivo. Obviamente no es cierto y creo que es algo que estamos aprendiendo a ver hoy en día. En el libro hay un texto que parece un reporte periodístico o ensayístico sobre Gustavo Adolfo Bécquer y el famoso “poesía eres tú”. Es un verso que no me gusta pero que me permitió partir de esta idea de que la otra persona (casi siempre la mujer) termina siendo posesión. Creo que el amor es más bien ruptura de posesión, entrega, derrota. Estamos en un mundo donde todo lo ve propiedad entonces hay ese conflicto. Creo que vivimos un momento en que el amor se está resignificando y es súper sano.
- En un poema sobre la estancia en un restaurante salta la pregunta “¿Supimos todo acerca de la comunicación?” Y ese es un tema central en toda relación humana. ¿Piensas que la incomunicación es un problema actual para la vida en común?
Sí. Pero ¿Qué es la comunicación? En mis relaciones personales me gusta hablar, comunicarme y dejar las cosas en claro; sin embargo, cuando uno comunica algo siempre está ocultando algo por más que no quiera, si la cámara enfoca algo hay otro algo que deja de enfocar. La comunicación en las relaciones es una aspiración sana pero imposible de alcanzar plenamente. Hay otras formas de lenguaje que no son comunicación.
- En otro poema escribes: “el espejo no puede reflejarse a sí mismo y, en el fondo, es lo único que puede hacer”. El verso transmite cierto desconcierto, una especie de lógica extraña que es la que recorre el libro. ¿Has tratado de plasmar esa fragmentación de la que parece estar compuesta la existencia amorosa? Te lo pregunto porque hay otro verso que dice: “Imposible poner el dedo índice en un tiempo”.
Mi visión acerca de muchas cosas es que son fragmentarias, no solamente el amor. Sin duda esta idea de que todo es representación es postmoderna; el espejo refleja otro espejo y no hay nada real. La idea de ese primer verso es que a veces parece que no estamos ante lo real pero que ese fenómeno es un fenómeno real. Esa fragmentación es una unidad. El segundo verso parte de la idea de la deixis: la primera función del lenguaje es señalar. Sin embargo, el lenguaje humano va más allá, señala algo que no está ahí. En el momento en que entendemos el tiempo la deixis ya no basta. Es imposible abarcar todo lo experimentado.
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