Este domingo 8 de agosto finalizaron los Juegos Olímpicos de Tokio, que la pandemia pudo retrasar, mas no vencer. Un triunfo más de la vida y la humanidad sobre los emisarios de la muerte: otra metáfora luminosa que este evento nos regala, una de muchas. En estos juegos suelen comparecer conmovedoras escenas de solidaridad, épica, superación, victorias contra toda esperanza, valor y limpieza moral que nos persuaden a creer, aunque sea cada cuatro años, que nuestra especie no está tan viciada como las evidencias nos enrostran. Claro que en ocasiones el lado oscuro del alma asoma por sus estadios -nunca olvidaremos a Ben Johnson-, pero esas eventuales tinieblas no consiguen opacar tanto fulgor.
TE PUEDE INTERESAR: “La jaula invisible”: nuestra crítica al libro de Martín López de Romaña sobre su paso por el Sodalicio de Vida Cristiana
La gloria olímpica resulta rico pasto de literatura. Muchos libros se han escrito acerca de las gestas que reinauguró el barón de Coubertin. Pienso en “Correr”, pequeña obra maestra del francés Jean Echenoz. Se trata de una biografía novelada de Emil Zátopec, apodado la Locomotora Checa, quien pulverizó todos los récords en las carreras de fondo celebradas durante Helsinki 1952, conquistando tres medallas de oro en los cinco mil metros, diez mil metros y en la maratón: nadie ha logrado reeditar esa hazaña. Carecía de técnica -su avance era desgarbado y hasta estrafalario- pero no había bípedo en la faz de la Tierra capaz de alcanzarlo. A Zátopec -hombre amigable que desconocía la envidia- no le interesaba la fama ni el dinero ni nada de lo que seduce a los atletas profesionales; lo único importante para él era lanzarse por la pista y no detenerse, viajar en el viento, exonerado de lastres.
Esa vocación por la libertad le llevó a pronunciarse a favor de la Primavera de Praga, lo que pagó con un largo exilio en las minas del interior del país. Después lo obligaron a laborar como basurero por las calles de la capital. Los vecinos de su ruta lo querían y lo respetaban a tal grado que le impedían cumplir con su trabajo, echando ellos mismos sus desperdicios al camión recolector. Echenoz relata la vida de Zápotec con esas descripciones casi táctiles que lo caracterizan, ironía elegante y economía verbal cuyos silencios dialogan activamente con el lector.
Han transcurrido 45 años desde Montreal 76; sin embargo, al escuchar el término “gimnasia artística”, lo primero que pensamos es en Nadia Comaneci y su puntaje perfecto. Puede haber chicas mejores que ella -dicen que Simone Biles lo es-, pero ninguna está a la altura de su historia y de su símbolo. Lola Lafon examina ambos en “La pequeña comunista que no sonreía nunca”, ameno volumen donde la jovencísima Nadia debe enfrentar dos dictaduras voraces: la de Nicolae Ceausescu, quien la convierte en un objeto de propaganda política, y la del cosificador machismo occidental, resumido en el titular de un periódico francés cuando la gimnasta cumplió la mayoría de edad: “la magia se esfumó”. Lafon vivió de niña en la Rumania socialista y sabe bien las difíciles condiciones en las que se desempeñó Comaneci, experiencia vital que complementa con vasta información y audaces licencias literarias, empleadas sin dañar la credibilidad de lo expuesto. Es factible leer este libro como un alegato contra la sexualización de las atletas olímpicas, asunto en el que, lamentablemente, se ha progresado poco: las quejas de la selección noruega de balonmano sobre los brevísimos uniformes que se le imponen es solo el último caso entre varios más.
En los días de Barcelona 92, una noticia de El Comercio revelaba que los integrantes del combinado de básquet estadounidense se aburrían en sus cuarteles, esperando que terminara la competición, recoger la de oro e irse. Jack McCallum registra en “Dream Team: la intrahistoria del mejor equipo que ha existido jamás” cómo los portentosos Larry Bird, Magic Johnson y Michael Jordan trituraban a sus rivales por marcadores de escándalo, así como la convivencia entre partido y partido, develando las disímiles personalidades de unos hombres convencidos de que la inmortalidad era solo cuestión de tiempo. Esa seguridad en el triunfo no le quita interés al reportaje de McCallum, que pormenoriza el instante en que el deporte de las canastas conoció su punto más excelso y a la vez su canto de cisne: después, nada fue igual. Quienes pudimos gozarlo damos fe de eso.
Las fichas
Jean Echenoz. Correr. Anagrama, 2008. 144 pp.
Lola Lafon. La pequeña comunista que no sonreía nunca. Anagrama, 2015. 288 pp.
Jack McCallum. Dream Team: la historia del mejor equipo que ha existido jamás. Contra, 2017. 400 p.
Te puede interesar
- Un aullido de libertad: sobre las protestas en Cuba y la inmortal obra literaria de Reinaldo Arenas
- “Desde la ventana indiscreta. Páginas de cine”: la crítica de Luces al libro de Isaac León Frías
- La institucionalidad en peligro: tres lecturas que nos alertan del peligro de atropello a la democracia
- “El amor es un perro que ruge desde los abismos”: la crítica de Luces a la novela de J.J. Maldonado
- Cuando todo oscila: la literatura peruana y los movimientos sísmicos