Un Inca más cercano a la figura del faraón egipcio que a la de los gobernantes aztecas o mayas. Así lo imagina el destacado antropólogo Juan Ossio, en su Libro “La monarquía divina de los Incas”, que acaba de publicar la Universidad Nacional Agraria La Molina. En efecto, como señala el estudioso, salvando distancias y épocas, entre unos y otros las similitudes son evidentes. El culto al Sol, la misma posibilidad de comunicarse con las divinidades, sus relaciones endogámicas, su ubicación en la cúspide social, lejos del resto de humanos, solo igualados por su hermanas con quienes deberán desposarse para mantener la estirpe y la pureza de sangre. Y lo fundamental: Faraones o incas, su presencia aseguraba el orden no solo en sus sociedades, sino en todo el cosmos.
El acercamiento de Juan Ossio al tema de las monarquías divinas incaicas está ligado a sus fundamentales estudios sobre el mesianismo andino, nacidos a su vez de sus pesquizas sobre las crónicas de Guamán Poma de Ayala. “A través de él descubrí que la percepción que tenía el historiador indígena del Rey de España como un personaje metafísico. Si existía un desorden en la sociedad, se debía a un cataclismo cósmico producido con la conquista. Y, para Guamán Poma, el único que podía sacarnos de quel caos era un personaje proporcional a ese daño, alguien que debía tener un valor cósmico, metafísico, que trascendiera lo humano. Esa era la visión que tenía el historiador indígena del Rey de España, pues proyectaba sobre él su visión del Inca”, explica.
Así, Ossio fue desarrollando el tema de la monarquía divina en sus diferentes investigaciones, buena parte versadas en el mesianismo andino. No solo en estudios de mitos como el de Incarri, sino sobre los movimientos mesiánicos surgidos de manera continua desde el siglo XVI, suendo el último de ellos el de los Israelitas del Nuevo Pacto Universal, que el antropólogo estudió muy de cerca. “Fui muy amigo de Ezequiel Ataucusi Gamonal, quien era tratado como un Inca”, recuerda. Todo ello definió para el investigador una idea de continuidad en la búsqueda de un personaje metafísico que permita restaurar el orden en la sociedad. Ahora, por primera vez, Ossio plasma todas sus investigaciones vinculadas al tema de la divinidad Inca en un solo volumen.
En su estudio empieza diciendo que monarquías divinas hay en todas partes del mundo, por ello lo interesante es analizar cuán complejo es el vínculo de estas monarquías con el poder. ¿Cómo caracterizaría la monarquía divina incaica? ¿Es tan parecida a la egipcia como sugiere en su libro?
Precisamente mis estudios sobre Egipto fueron estimulados por un profesor de Arqueología en la universidad de Oxford, que me recomendó el libro de Henri Frankfort que se llama “Los dioses y la divinidad” (1965), y que compara la monarquía egipcia y la de Mesopotamia. Puede haber muchas variedades de sistemas monárquicos de carácter divino, pero en este caso, el contraste entre ambas culturas era muy interesante. Mientras el Faraón en Egipto era puesto al mismo nivel que los dioses, capaz de ordenar a los dioses, y representarse más alto que el resto de humanos, en el caso de Mesopotamia el rey era simplemente un humano más, que podía mediar entre las divinidades y los seres humanos, pero de ninguna manera podía ser comparado como un dios. Entonces decidí utilizar estas ideas para poder entender el personaje del Inca, que originó las creencias mesiánicas en el mundo andino, y compararlo a otros monarcas divinos de las culturas desarrolladas en Mesoamérica como los mayas y los aztecas.
¿Qué diferencia cree que es la más destacable?
Llegué a reparar en algo que me impresionó muchísimo. Los Incas habían creado un sistema de dobles, o “guauquis”, lo que les permitía tener el don de la ubicuidad. Es decir que a la guerra podía ir el mismo Inca o su imagen, encarnada en un animal o en una figura, tratada como si fuera el verdadero Inca. ¡Este hecho no ha ocurrido ni siquiera entre los egipcios! A través de este sistema de “guauquis”, los Incas podían estar en varios lugares a la vez, podían tener incluso tres figuras que lo representaran. Para poder fabricar a estos dobles, se guardaban las uñas, los pelos, todos los detritus del Inca. Cuando llegaron los españoles, hay testimonios de haber visitado una habitación donde se guardaban estos restos físicos para poder construir los “Guauquis”. Este detalle me hizo pensar en algo que algunos otros antropólogos que han investigado Mesoamérica mencionan: en el caso de los aztecas, su preocupación era mantener el orden del mundo. Ellos tenían la idea de que vivían en un quinto mundo y que éste estaba condenado a desaparecer. Para evitarlo, hacían sacrificios humanos. En el Perú no ocurría lo mismo. Los sacrificios humanos tenían como objetivo mantener la salud del inca, pues su muerte podría causar el caos, la inestabilidad del mundo. Es por eso que no hay tumbas de Incas. Ellos eran conservados como si estuvieran vivos, eran visitados y sacados en procesiones. Los españoles se quedaron absolutamente asombrados al verlo. Cuando uno quiso casarse con una princesa inca, le dijeron que primero debía ir a ver el cuerpo del abuelo para pedirle su autorización. Así, el hombre debía primero visitar a la momia para obtener el permiso de boda. Allí vemos un contraste enorme entre la cultura andina y las mesoamericanas.
¿Los Incas tuvieron también visiones apocalípticas como las que caracterizaron a mayas y aztecas?
Pensaron exactamente lo mismo. Ellos también creían que estaban viviendo en una quinta edad y que esta iba a terminar con un gran cataclismo. De allí que era necesario velar por la salud del Inca, porque él era el único capaz de proteger a la sociedad de este fin cósmico, él tenía el poder de sustentar la vida de sus vasallos. Y era eso lo que justificaba gran parte de sus conquistas territoriales. Los pueblos avasallados debían rendirle agradecimiento, pues gracias a su sumisión al Inca iban a evitar su propia destrucción.
Uno siempre había pensado al inca como guerrero de ambiciones expansionistas, apoyado en la fuerza de sus ejércitos. En su libro, más bien se sugiere que su poder como figura religiosa fue determinante para la expansión del imperio.
Efectivamente, al tener esa capacidad divina, al llamarse el hijo del Sol, al tener el poder del rayo e identificarse con la montaña Huanacaure, se demostraba que las divinidades celestes le hacían caso al Inca. Era tal su poder que, si por alguna razón perdía una batalla, arrasaba con las huacas, las castigaba por no haberlo ayudado pronosticando una victoria. El Inca tenía la capacidad, como la tenía el Faraón en Egipto, de comunicarse con las divinidades e incluso castigarlas. Ese era el nivel con el que era visto el Inca.
En su libro señala que los detritus del Inca se guardaba para la confección de sus “Guauquis”, pero como señala el cronista Gonzalo Pizarro, era recolección era también una forma de protegerlo de la brujería. ¿Cuán importante era la hechicería en tiempos del incario?
Si bien es cierto que el Inca tenía todos estos poderes, a lo que no podía dejar de hacer frente era a la muerte. Esta podía llegar por una enfermedad, y la enfermedad podía ser producida por alguien que le hiciera brujería. De tal manera que se tenía gran cuidado con el uso de los detritus del inca. Incluso su ropa, una vez usada, se quemaba para que no fuera utilizada para maleficios.
Una limitación muy importante para estos estudios comparativos, lo admite en su libro, es que mientras aztecas y mayas cuentan con registros escritos previos a la llegada de los españoles, los incas no dejaron este tipo de testimonios de su visión religiosa.
Esa es la gran tragedia para el caso andino: no disponer con materiales escritos de la época previa a la llegada de los españoles. Ninguna información que hayamos logrado recoger sobre la sociedad prehispánica es material original, por más cercano a lo que podrían ser los textos indígenas como los de Huamán Poma de Ayala. Mientras la sociedad incaica siempre se modela de acuerdo a un orden divino, los aztecas y mayas desarrollaron un sistemas escrito y pudieron hacer elogios de sus gobernantes como grandes personajes históricos. Nosotros no tenemos forma de saber si realmente existió un Túpac Inca Yupanqui, un Huiracocha o un Pachacútec, porque parece ser que en cualquiera de estos casos el personaje que sume ese rol no es propiamente histórico. Cada uno se modela a un arquetipo, a un jefe de una panaca, los grupos sociales de la nobleza más respetados por su sociedad. Si hablamos que hubo 10 Incas, podríamos decir también que fueron 10 tótems, o 10 grupos sociales que preexistieron a cada uno de esos gobernantes. Posiblemente los únicos Incas de los cuales podemos saber algo de su historia sean de los últimos, Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa, porque desde Túpac Inca Yupanqui así como sus antepasados, ya la figura del Inca cobra cierto sentido mítico.
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La dama del Sauce: La mujer que vivió hace 600 años y que maravilla a los arqueólogos
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