ÓSCAR BERMEO OCAÑA
El último domingo la cita empezó a vivirse mucho rato antes de lo pactado. Cinco horas antes de la reunión entre Paul Auster, premio Príncipe de Asturias 2006, y John Maxwell Coetzee, premio Nobel de Literatura 2003, empezó a formarse la larga cola de lectores que ansiaban ser testigos privilegiados del diálogo amical. Una masa heterogénea (jóvenes, adultos mayores, algunos niños) se agolpaba alrededor del auditorio Jorge Luis Borges de la Feria del Libro con el objetivo de tener una silla en la fiesta.
A las 6:30 p.m., cuando el salón principal del recinto ferial desbordaba en capacidad (más de mil butacas), aparecieron los escritores en medio de gritos y aplausos. Muchos de ellos provenían de las afueras. Cientos de personas, que no alcanzaron lugar por limitaciones de aforo, vivían su propia experiencia frente a una pantalla gigante que replicaba lo que sucedía dentro.
Tras la presentación de los organizadores del encuentro, empezó el intercambio de palabras entre el autor estadounidense y el Nobel sudafricano. El guion estaba previsto: las cartas que se enviaron ambos entre 2008 y 2011. La gran mayoría de ellas incluidas en el libro “Aquí y ahora”.
Auster tomó la palabra y se encontró con problemas de sonido, los cuales sorteó con ironía. Saturaciones que interrumpían sus palabras, parecían darle un fondo musical al asunto. “Es como música electrónica. ¿Vienen los platillos voladores? Parece el fondo de un filme de ciencia ficción”, dijo socarronamente. Superados los impases técnicos, el autor de “Leviatán” prosiguió la lectura del intercambio epistolar.
En la primera carta leída, relató sus casuales y continuos encuentros con Charlton Heston, preguntándole a Coetzee si a él le sucedía ese tipo de cosas. El sudafricano leyó una misiva donde le contaba a su amigo su tensa relación con el ajedrez. De joven, practicó mucho la disciplina hasta que hizo tablas con un alemán en un viaje de barco.
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