Las recientes novelas de Jaime Bayly (Lima, 1965) delataban a un autor que no recorría precisamente el tramo más llamativo de su obra. En realidad, ninguno de sus libros supera a los primeros que publicó: “No se lo digas a nadie” (1994) y “Los últimos días de La Prensa” (1996). Estas son sus ficciones más audaces, cargadas de una afilada crítica que trascendía el mero regodeo autobiográfico y cuestionaba ácidamente las costumbres de una burguesía limeña que, incapaz de adaptarse a los cambios sociales e históricos del país, se transformaba en una patética caricatura de sí misma. Bayly retrataba con frescura e impiedad a esa clase social que conoce tan bien, desnudando sus secretos y prejuicios a través de un humor cáustico e insolente. Por desgracia, sus libros posteriores repitieron y extremaron sin freno estos escenarios, personajes y recursos hasta convertirse –como ocurre con “El cojo y el loco” (2009) o “Pecho frío” (2018)– en meras monstruosidades de feria.
► “Desde el exilio”: nuestra crítica al libro de Mariella Sala► “Japón no da dos oportunidades”: nuestra crítica al libro de Augusto Higa
Sin embargo, incluso en sus entregas menos satisfactorias, era posible toparse con páginas en las que Bayly nos recordaba el versátil narrador que siempre fue, lo que se ve en la parte final de “El niño terrible y la escritora maldita” (2016), donde se relata la ruptura de la relación del protagonista y sus hijas con nervio e innegable habilidad para plasmar conmovedoramente la soledad y vacío materialista que lo devoran. El problema central de las novelas de Bayly es su patente irregularidad. Nunca se destacó por construir estructuras sólidas que las contuvieran y las moldearan. Salvo pocas excepciones, son historias desbordadas y sostenidas apenas por el carnavalesco y errático flujo de su imaginación. Quizá consciente de este límite, en su flamante “Yo soy una señora” ha optado por construir un pequeño mundo familiar a base de cuentos y fragmentos en los que concentra con mayor fortuna su discurso desordenado y torrencial, consiguiendo que esta vez sus arrebatos humorísticos se perfilen con dirección y acierten en el blanco de las víctimas y obsesiones a las que ya nos tiene habituados.
Estos relatos intercalan dos puntos de vista acerca de una misma realidad subvertida y enmascarada. El primero es el de Jimmy Barclays, clamoroso y enésimo álter ego del autor, quien vive en una isla residencial de Florida con su esposa Silvia y su hija Zoe. Es un aparatoso hombre maduro adicto a las pastillas, habitual consumidor de marihuana y dueño de una sexualidad tan desbocada como su ansiedad por el dinero. Su voz se alterna con la de una extraña y autonombrada señora, cuya sinuosa personalidad y difuso pasado mutan según su capricho. Con impudor y desparpajo confiesa las experiencias de cama junto a su infatigable esposo Silvio, la angustia por su galopante obesidad y la insoluble contradicción entre las costumbres libertinas que ejerce con entusiasmo y sus convicciones cercanas a la derecha más fundamentalista.
Ese juego de espejos funciona con sorprendente eficacia, superando la órbita del trazo grueso y del chiste ligero para enfrascarse en un vaivén introspectivo que hurga a fondo en las inquietudes más íntimas y escatológicas de esta identidad dislocada y escindida: la esclavitud del adicto, las dulces o frustrantes ambigüedades del sexo, la sombra omnipresente de la religión y la masculinidad frágil expresada sin coartadas ni retruécanos. Otro logro indudable de estos relatos es la vívida espontaneidad de sus diálogos –el gran punto fuerte de Bayly–, cuya destreza y plasticidad son un bien escaso en nuestra narrativa actual.
No todos sus textos exhiben las mencionadas virtudes, pero “Yo soy una señora”, por la irrefrenable libertad y bullente ingenio con los que ha sido forjado, es el libro más divertido y convincente de Jaime Bayly en muchos años.
DATO3.5/5Autor: Jaime Bayly. Editorial: Alfaguara. Año: 2019. Páginas: 246. Relación con el autor: ninguna.