Su primer tatuaje es el estereotipo de una quinceañera rebelde: una Betty Boop mal hecha, de trazo irregular, pero coqueta en su vestido rojo. La adolescente Amy Winehouse se lo puso justo en la baja espalda, un poco tirado a la derecha, y cualquiera que haya volteado a mirarla tiene que haberse topado con él. Casi indistinguible, pero siempre llamativo.
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El homenaje a la ‘flapper’ de gran cabeza no era arbitrario. Desde muy joven, Winehouse cimentó su música y su estilo en un cúmulo de referencias retro: el peinado ‘beehive’ sesentero de Dusty Springfield, el maquillaje y la estética de Ronnie Spector de The Ronettes, el sonido ‘revival’ del jazz, el blues y el R&B que plasmó en sus discos “Frank” (2003) y “Back to Black” (2006). Un combo que, en una industria tan nostálgica como la musical, surtió efecto de inmediato. La cantante británica supo hacer del reciclaje su marca de fábrica.
Años después, se cubrió el brazo derecho con otra imagen seductora: una chica ‘pin-up’ que no era otra que su abuela Cynthia, la principal motivadora de su carrera artística. Porque Winehouse no tuvo ni en su padre taxista ni en su madre farmacéutica a una figura modélica; sí, en cambio, le resultó inspiradora esa abuela que fue cantante de cabaret en su juventud, y que eventualmente le transmitiría el amor por el jazz.
En el brazo opuesto, el izquierdo, Winehouse llevaba escrito un “Daddy’s Girl”, dedicado a su padre, Mitch Winehouse. Fue él quien la hizo escuchar Frank Sinatra y le marcó la vida (el primer disco de Amy se tituló “Frank” justamente por el cantante); y fue Mitch también quien fundó Amy Winehouse Foundation, la organización que, desde el inesperado fallecimiento de la cantante, ha tratado de crear conciencia sobre los problemas de adicción.
Pero Winehouse padre no se ha salvado de la polémica. En el estupendo documental “Amy”, del cineasta británico Asif Kapadia, se desliza la posibilidad de que haya sido el propio Mitch Winehouse uno de los responsables de los problemas de la artista. Como era de esperarse, el hombre intentó impedir el estreno de la película e incluso amenazó con demandar a Kapadia, quien, por cierto también ha dirigido poderosos documentales sobre Diego Armando Maradona y Ayrton Senna. Vale la pena verlos.
AÑOS OSCUROS
Otra figura controversial en la vida de Amy Winehouse fue su pareja de años, Blake Fielder-Civil. Y a él también lo perpetuó con un tatuaje: se puso su nombre en el pecho, a la altura del corazón, a pesar de que él fue el principal señalado de conducirla por la senda del consumo de drogas y el alcohol. En el tiempo que estuvieron juntos, rupturas mediante, Winehouse pasó por algunas de sus etapas más críticas y Fielder-Civil acabó incluso en prisión.
Quizá no haya mejor momento para escenificar los dramáticos altibajos de Winehouse que el 2008, cuando gracias a su álbum “Back to Black” se llevó cinco premios Grammy, entre ellos los de Canción del año, Grabación del año y Mejor artista nueva. Pese a dicho récord, no pudo asistir a la ceremonia porque Estados Unidos le negó el visado por abuso de narcóticos.
En una transmisión vía satélite desde Londres, Amy agradeció los reconocimientos y se los dedicó a su disquera, a sus padres, a Londres, y a su “encarcelado Blake”. Eran los tiempos en que ya comenzaba a ser difícil ver a Amy, tan asediada por las contradicciones. Nunca la gloria y la desgracia estuvieron tan juntas en su vida.
LA VOZ APAGADA
Un ruiseñor, unas notas musicales y la frase “Never Clip My Wings” (Nunca cortes mis alas) conformaban otro de los significativos tatuajes de Amy Winehouse. Lo llevaba en el antebrazo derecho, el mismo que a duras penas levantaba para sostener el micro aquel 18 de junio del 2011 –noche de sábado– en el Kalemegdan Park, Belgrado, Serbia.
Es, casi sin dudas, la más triste de sus actuaciones. Visiblemente afectada, tambaleándose en el escenario y prácticamente balbuceando en vez de cantar, Winehouse era abucheada por un público incapaz de entender que era una mujer en crisis. Poco quedaba de la artista desbordante, de asombroso registro vocal, que sacudió al mundo con su talento y su gracia. Las pifias y los vasos de plástico que caían a sus pies no la ayudaban a superar sus tormentos.
El de Belgrado era el primer concierto de su gira, pero terminó siendo el último de su carrera. Días después del incidente, sus representantes informaron que el ‘tour’ sería cancelado hasta que Amy pudiera recuperarse. La preocupación por su salud ahora sí alcanzaba su pico.
Al poco tiempo, el 20 de julio, apareció sorpresivamente en un escenario de North London, para acompañar a una ahijada suya que hacía sus pininos en el canto. Era un concierto pequeño, con público reducido, en el que Winehouse no cantó, pero lucía feliz y animada. Tenía la serenidad luminosa que suele anticipar algunas tragedias.
Tres días después, a los 27 años, Winehouse se unió al fatídico club integrado por Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, Kurt Cobain y otros desaparecidos prematuros. La encontraron en su departamento de Camdem junto a tres botellas de vodka vacías y 416 mg de alcohol por decilitro de sangre, una proporción a la que difícilmente un ser humano puede sobrevivir.
En su espalda, casi debajo de la nuca, permanecía bien marcado uno de los últimos tatuajes que se hizo: un águila envuelta en el símbolo egipcio Anj, que representa la vida. Esta vez no había contradicción en la imagen. Era ella inmortalizada para siempre.
Para ver
- Este viernes 23, a propósito del aniversario de su partida, se estrenará el especial “Other Voices: Amy Winehouse”, que cuenta la historia del día en que la cantante grabó una actuación acústica en una iglesia del pequeño pueblo pesquero irlandés de Dingle. Podrá verse en la señala OnDIRECTV y en la plataforma de streaming DIRECTV GO.
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