Esa noche casi no habían dormido nada. Estuvieron grabando un videoclip hasta las 4 de la mañana en el Teatro Principal de Zaragoza. Siempre es la misma función/ El mismo espectador/ El mismo teatro/ En el que tantas veces actuó, cantó Enrique Bunbury una y otra vez, como parte de La Herida, el tema que iban a promocionar con esa pieza audiovisual. En el escenario, convertido en un Olimpo de claroscuros, un enorme telón reproducía –como si se tratara de una amenaza que se cierne sobre los músicos- “Saturno devorando a sus hijos”, el célebre cuadro de Goya que es miedo, poder y pasión al mismo tiempo. Horas de playback y decenas de extras con maquillajes freaks, entre los que también había gigantes y enanos, prostitutas y enfermos, fueron rutinarios ese día. En medio del vértigo de una fama cuyo afianzamiento seguía sorprendiendo a sus más críticos, toleraron de buen ánimo todo porque a cargo de la fotografía de aquel video estaba Steve Cheers, colaborador en el mismo rubro de artistas respetados por el grupo, como U2, Depeche Mode o Annie Lennox. Lo que tuvieron que tolerar también fue casi no cerrar los ojos entre el momento en que terminaron de grabar el video de La Herida y su siguiente cita.
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El mismo espectador/ El mismo teatro/ En el que tantas veces actuó, parecían seguir cantando cuando, a las 8 de la mañana, se presentaron en Madrid casi ‘de boleto′ para reunirse, en el Palacio de la Zarzuela, con el príncipe Felipe, confeso fan de su música. Nunca antes la monarquía española había recibido a un grupo de rock y, en esta ocasión, lo hacían en reconocimiento a su labor de difusión del castellano en el extranjero, dado que, para ese entonces, ya habían tenido destacadas presentaciones en países como Bélgica o Alemania. En este contexto, la reunión no hubiera tenido nada extraño, si no fuera porque Enrique Bunbury había llegado a decir, no solo que era antimonárquico, sino que “el rey, ni pincha ni corta”.
Según cuenta el escritor y periodista Pep Blay en su libro “Enrique Bunbury: lo demás es silencio”, la informalidad y el relax no solo los llevaron en el atuendo -pantalones negros, chalecos, chaquetas de cuero, cabellos largos sueltos como en la previa de un concierto-, sino que aprovecharon la oportunidad para fumar un poco de hierba en el mismísimo Palacio –a la manera de Willie Nelson en la Casa Blanca-, lo que seguro inspiró una breve pero jugosa conversación rockera con el heredero Borbón: no hablaron de las declaraciones contra la monarquía, sino de Dire Straits y Led Zeppelin. Además, Felipe prometió irlos a ver apenas pisara Zaragoza, orgullosa tierra natal del grupo.
Dada la usual actitud rockera, rebelde y hasta pedante que solían ostentar frente a la prensa, recibieron muchas críticas por ese instante de supuesta “condescendencia con el poder”. “No vais por ahí de rock and roll y de que sois muy punkis y anarquistas y tal,
¿Por qué no le escupisteis en la cara al príncipe?”, llegaron a preguntarles. Bunbury lo justificó razonablemente: “Nunca descartaría tener un vis a vis con un personaje histórico así no sea cercano a mis ideas (…) No se trata de compartir ideas, sino de escucharlo”, aseguró, según cita Pep Blay en su libro.
“Nosotros teníamos una actitud ante la prensa muy beligerante (…) Desde siempre nos han llamado un poco engreídos y protestones. Es posible que sea porque siempre hemos tenido las ideas bastante claras con respecto a lo que debe ser nuestra carrera”, ha dicho Bunbury.
Para el momento en que se encontraron con Felipe de Borbón, los Héroes del silencio tenían aún frescas las sensaciones del 16 de junio, cuando tocaron a lleno total en el Palacio de los Deportes de Madrid, el mismo lugar que vio triunfar a U2 o Peter Gabriel. Sus discos se vendían ya por decenas de miles. Y por fin he encontrado el camino/ Que ha de guiar mis pasos…
Iberia sumergida
“A nosotros nos gustaría que cualquier persona pudiera ser público de Héroes del Silencio. Odiaríamos ser un grupo de quinceañeras y odiaríamos ser un grupo de cuarentones o de underground o gente vanguardista o de lo que sea… Nos gusta que podamos abarcar todos los tipos de público. Lo que más odiaríamos, desde luego, sería encasillarnos”, declaran casi al inicio de su carrera, en una escena que aparece como parte del documental “Héroes: silencio y rock & roll”, estrenado este fin de semana en Netflix. Dirigido por Alexis Morante –también responsable de “Camarón: flamenco y revolución” (2018), del documental Bunbury: el camino más largo (2016) y de varios videoclips del hoy solista, como Más alto que nosotros solo el cielo, Vámonos o Los inmortales-, hace un repaso a toda la carrera de la banda, con momentos que desnudan a un grupo de jóvenes que amaban la música y que siguieron un duro camino desde sus primeros días en Zaragoza, los cambios que dieron pie a la formación clásica, las limitaciones que experimentaron por ser de provincia, las primeras negativas de las disqueras, el poco presupuesto para equipos, hechos en los que se movieron con tozudez y con la seguridad que les daban sus fuertes lazos de amistad y el talento que se reconocían. Luego, la suerte, que también es útil: cuando empezaron a llamar la atención en varios pubs de su ciudad natal, cruzaron sus caminos con Gustavo Montesano.
Ex integrante de la banda argentina de rock progresivo Crucis, el bonaerense Montesano era parte entonces de Olé Olé, exitoso conjunto que lanzó a la fama a Marta Sánchez. Hacia 1987 y tras ver en vivo a Héroes del silencio, decidió convertirse en su productor. La historia, al detalle, la cuenta el documental, pero, al menos en su inicio, se resume así: una vez que Montesano logró convencer a los ejecutivos de EMI que la banda podría ser una buena inversión, les dejaron grabar un single con un presupuesto exiguo y les pidieron vender 5 mil copias. Si no lo hacían, aquella corría el riesgo de ser su primera y última experiencia discográfica. Decidieron hacer su propia campaña, presentándose en todos los locales posibles. Así, no solo llegaron a las 5 mil: fueron 30 mil copias vendidas de aquel single que incluía su hoy clásico Héroe de leyenda, un tema originalmente llamado Héroe del silencio del que, finalmente, tomaron el nombre.
“Héroes: silencio y rock & roll”, cuenta con testimonios de los cuatro ex integrantes de la formación clásica: Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu, además de Alan Boguslavsky, quien la integró entre 1993 y 1996. Hay sorprendentes imágenes inéditas de archivo y sinceras confesiones de otros personajes que fueron parte del ascenso, la apoteosis y el cierre de un grupo que, aún hoy, forma parte decisiva de la historia del rock en español.
Deshacer el mundo
“Yo quiero hacerlos sonar como lo hacen en vivo”, les dijo apenas los vio. “Fui a verlos y dije “Estos son unos rockstars. Vestidos de negro y todo el público de negro. Y los miré y miré al público, y vi que tenían una resonancia increíble y vi las posibilidades ahí mismo”, ha confesado el reconocido guitarrista y productor Phil Manzanera, quien se convertiría en productor de Senderos de traición (1990), el disco que seguiría al debutante El mar no cesa (1988). “Yo siempre fui muy fan de Roxy Music y que él apareciera una noche para vernos en un concierto era como estar con la realeza”, llegó a confesar Bunbury sobre este encuentro.
La noche en que Manzanera los vio en Calatayud, Zaragoza, por primera vez en vivo y los conoció, fue también la noche en que estalló la Guerra del golfo. Cuando Manzanera volvió a su hotel tras el concierto, después de haber intercambiado ideas con ellos para lo que podría ser aquel siguiente disco, recibió una llamada urgente: debía volver a casa de inmediato porque su madre se estaba muriendo. Manzanera viajó raudo a Barajas, pero el aeropuerto de Madrid estaba cerrado, precisamente, por la guerra. España era parte de la coalición formada por la ONU para sacar a los iraquíes de Kuwait. Pasaron horas hasta que pudo subir a un avión hacia Londres. Llegó y su madre, lamentablemente, falleció pronto. “Esa noche fue muy importante –recordó el productor-”. Una que nunca olvidará, por razones obvias.
Juntos, Manzanera y Héroes del Silencio, hicieron un disco que, según la confesión de sus integrantes, fue en el que mejor identifican su propio sonido. Vendieron casi 100 mil ejemplares solo en la primera semana de lanzamiento, teniendo a Entre dos tierras como single principal. “Yo sabía que esa canción iba a abrir puertas”, confesó Manzanera. Tenían unos 130 conciertos programados en España. Cuando iban alrededor del 80, se preguntaron “¿Por qué no salimos a Europa?” Y lo hicieron, a pesar de las dudas iniciales de la disquera, su productor y su manager. Dieron conciertos en Suiza, Alemania y Bélgica, adonde viajaron en una furgoneta, pasando horas, días y semanas juntos, en tiempos en que su relación era sólida y cercana.
En 1991 volvieron a Alemania. Fueron invitados a tocar en Berlín, en el Festival contra el racismo. Para suerte de la banda, el festival fue televisado y el boom fue inmediato. Dieron conciertos posteriores en ciudades como Hamburgo, Frankfurt, Mûnich o Bônn. No habían pasado ni dos años de la caída del Muro y ya en el Este y el Oeste querían rock y libertad.
Luego, la historia parece la narración clásica de toda banda de rock que vive intensamente: los fuegos empiezan a apagarse antes de consumirlos a todos. En 1993 grabaron El espíritu del vino, también con Manzanera como productor, y en 1995 llegó Avalancha, a cargo de Bob Ezrin. Las fricciones, producto, entre otras cosas, de los egos, las diferencias creativas y el excesivo consumo de alcohol y drogas, crearon un clima de permanente tensión entre los hasta hace poco amigos. Los detalles, podrán conocerlos en el documental.
Lo que no hay, curiosamente, es ninguna mención a la ‘conspiranoia’ de Enrique Bunbury, alineado en la misma idea de Miguel Bosé sobre la pandemia: critica la obligatoriedad de las vacunas, involucra a Bill Gates en el tema y cree posible que nos introduzcan con ellas nanochips para controlarnos. Sirena, vuelve al mar/ Varada por la realidad/ Sufrir de alucinaciones/ Cuando el cielo no parece escuchar, parece cantar, como en una de sus canciones emblemáticas.
“¿Qué hay acerca de ese mito de que para componer Sirena varada se ayudaron con drogas?”, le preguntan en el documental sobre aquel tema. Bunbury es muy directo: “No es ningún mito. Es una realidad”.
“En el ámbito de la creación –defiende al grupo-, cualquiera tiene la curiosidad de hasta dónde pueden llegar sus límites y los estira todo lo que pueda. Y eso es lo que hicimos nosotros y me parece absolutamente lógico y racional”.
Héroes del Silencio sigue siendo una banda indispensable para entender al rock en español de entre 1984 a 1996, que fue lo que duraron. Vendieron 6 millones de discos en más de 40 países y, por eso, su legado es seguir sorprendiendo. Justamente fue aquí, en Lima, a mitad del tour Avalancha, en 1996, donde anunciaron su separación. El 2007, tras una breve reaparición que sirvió como despedida formal, tocaron por última vez en Valencia, ante 80 mil espectadores en una noche de esas que se hacen eternas. “El fuego que era a veces propio/ La ceniza siempre ajena”, cantaban en La chispa adecuada, y parecía un eco de la realidad. “¿Cuántos millones de años formaron los latidos en los que estamos?”, cantaban en ¡Rueda, fortuna!, y parecía una pregunta legítima para sus seguidores.
Después de todo, como cantó alguna vez su admirado David Bowie, aparición, poesía, delirio y camino a seguir: “We can be heroes, just for one day”.
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