Cuando todos estaban embriagados con el rock en español, él estaba haciendo afrojazz. Cuando la rebeldía ordenaba ser subterráneo, él ya era postpunk. Cuando el tropical andino se hizo revival, hacía dos décadas que él había tocado chicha. Y cuando el pop independiente salió a la superficie, él —que siempre estuvo gobernándolo desde Chincha o Tocache—, se inventó un ensamble unipersonal para enseñarle al mundo cómo se hace chillout con quenas, charangos y zampoñas. Pavimentando una trayectoria perfectamente atemporal en la historia de la música peruana, girando en círculos concéntricos en torno a El Carmen y otros centros nucleares de la diáspora africana, Miki González (66) es, sin duda, el primer músico auténticamente posmoderno del Perú.
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Lo cual, strictu sensu, significa trabajar desde el fragmento. Ir a los archivos, cortar, pegar, mezclar. Y remezclar. Una y otra vez. Lo que en Bourrougs era el cut-up, Gonzáles lo hacía con una guillette. Así se pasó media vida, cortando cromo. Hasta que llegó la computadora y todo fue más rápido. Entonces licuó flamenco, marinera, panalivio, son shipibo, huayno, sicuri, blues, house y ambient. Todo un compuesto multiforme impreso en quince álbumes y seis recopilatorios en una trayectoria también alimentada por jingles, remixes, bandas sonoras y reciclajes que han resistido el paso del tiempo sin perder un ápice de su juventud: ya es un clásico.
Clásico y bifronte
Porque si Miki es ese emblema del rock y del pop —que lanzó los álbumes “Puedes ser tú” (1986), “Tantas veces” (1987), “Nunca les creí” (1989) o “Akundún” (1993)—, su alter ego electrónico es Mikongo —el DJ de “Café Inkaterra” (2004), “Apu Sessions – Etno Tronics” (2005), “Inka Beats: Apu Sessions” (2006) e “Iskay: Inka Beats” (2006)—. Será también electrónico “Hi-Fi Stereo” (2007), álbum con el que vuelve sobre sus viejas canciones para reinterpretarlas electrónicamente, cosa que también decidió hacer durante los primeros días de la pandemia de cara a un reciclaje que, esta vez, fue sobre el disco “Mikongo y su kachanga”, el último disco de fusión afro-rock que González editara en 1998.
Así aparece “Koro kemboro”, primer corte de su 16avo disco llamado “Mikongo”. Cajita, quijada y el inquietante sintetizador de los Dengue Dengue Dengue son el sustento de los guapeos de Caitro Soto para un festejo de tempo tan lento que no existe en su hábitat natural. Un colosal banco de sonidos —alimentado desde hace 20 años— provee los insumos para el resto del disco, que el artista describe así: "Hay un track de Rafael Santa Cruz llamado “Danza de los congos”, hay otro festejo donde brillan los guapeos que le grabé a Marco Campos el 2011 y también está el remake del zapateo que corona mis shows".
Y continúa: “Hay otro festejo llamado ‘Black noise’, hay un landó experimental, hay un tema de Chocolate Algendones y para el cierre reciclo ‘dicen que Martín ha muerto / Martín no ha muerto na’ cantado por Mario Cartagena. Para este disco recluté en Nueva York a Bakithi Kumalo, bajista de Paul Simon en ‘Graceland’. Es de origen zulu y se manda algunos guapeos en su idioma. Por supuesto que también está Amador Ballumbrosio. En mis archivos encontré su voz cuando estaba siendo entrevistado y también tocando el violín una danza de contrapunto llamada ‘Serranita’. Todo eso hice gracias a la inmensa cantidad de tiempo libre que nos regaló la pandemia”.
Generación beat
Fascinado por la música negra y Nicomedes Santa Cruz desde los años setenta, será Félix Casaverde quien lleve a González hasta la peña El Inca, donde conocería a Abelardo Vásquez. Su amiga Chabuca Granda le presentó a Caitro Soto y el poeta César Calvo a todo el mundo, empezando por Ronaldo Campos. Así llegaría hasta los Ballumbrosio, cuyas nuevas generaciones también participan en “Mikondo”. “Sí, Alma Morón Ballumbrosio es una adolescente que toca cajón increíblemente y su hermano Josué de 11 años ya es un músico espectacular. El hijo de Miguel Ballumbrosio es francés, tiene 10 años y es el campeón de zapateo de su colegio. A los mayores que tocaban conmigo les va muy muy bien en la Tarumba, en Los Reyes Rojos y con el Centro Cultural Amador Ballumbrosio”.
A 35 años del “Puedes ser tú” y con una entrega a la música de por lo menos medio siglo —en la que has trabajado con sonidos de costa, sierra y selva—, ¿hacia dónde apuntan tus nuevas exploraciones? “Estoy estudiando las raíces de la música. La marinera, que se llamaba zamacueca. El códice Martínez-Compañón (1782–1785). La danza de los congos, el son de los diablos. El uso de quijada, cajita y el cajoneo del arpa hasta antes de 1850, cuando aparece el cajón. Estudio los pincullos del Cusco que se tocan solo eventos de fertilidad agrícola y ganadera. De los sicuris puneños, en las cosechas de mayo. ¿Por qué en Taquile salen a bailar los negritos para pedir que llueva? Todo eso me tiene completamente fascinado”, dice el hombre que a sus 66 años confiesa ser profundamente religioso.
“Me gusta mucho ser viejo ya. Miro hacia atrás y tengo la posibilidad de escoger las mejores lecciones que me ha dado la vida. Ahora veo cosas que antes no veía y todo va sumando, eso es lo bueno de esta edad. Y entender la muerte como un proceso natural. Lamentablemente en nuestra cultura no nos entrenan para ese momento inevitable. Es de lo único que podemos estar seguros. Y hay que hacerse amigos. Pero, claro, nadie está listo para morir porque vivimos un presente repleto de planes y proyectos y no quieres irte porque sientes que tienes algo más que hacer. Pero si tuviéramos a la muerte más presente creo que nuestra conducta diaria sería diferente. Y ya no sigo porque me acaban de diagnosticar déficit de atención, eso puede explicar un montón de cosas”, bromea.
Ficha técnica
Disco: Mikondo
Año: 2020
Sello: Independiente
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