Le tiene pánico a las inyecciones, una fobia que no ha logrado superar. Sin embargo, la bailarina Pachi Valle Riestra no ve la hora para que llegue su turno y vacunarse contra el Covid-19. “Definitivamente, creo en las vacunas”, nos dice la celebrada coreógrafa. Con entusiasmo y asombro, aprecia la rapidez con la que científicos de todo el mundo investigaron hasta dar con la vacuna. “Y no por rápido han sido menos acuciosos”, afirma. “Por este motivo, no le temo ni dudo de su eficacia”.
El escritor Gustavo Rodríguez también sentía terror a los pinchazos. Sin embargo, con los años dice haber desarrollado un pellejo más grueso y leído mucha divulgación científica. “Lo que hoy se recela es exactamente igual a lo que se temía hace 200 años, cuando llegó a estas tierras la primera expedición vacunadora contra la viruela”, señala.
El ensayista y profesor sanmarquino Marcel Velásquez, autor del libro “Hijos de la peste”, una historia de las epidemias en el Perú, piensa que la lucha contra la pandemia ha ingresado a una nueva etapa, pues el mundo ya cuenta con vacunas que garanticen la inmunización. “La vacunación masiva en el Perú, país multitemporal y heterogéneo culturalmente, implica una batalla por la legitimidad social de las vacunas. Se requieren efectivas políticas de comunicación, información y sensibilización para garantizar la participación ciudadana en el programa de vacunación contra la Covid-19”, afirma.
La llegada de las vacunas al país resultó una excelente y emocionante noticia. Para muchos, ha significado en comienzo del fin de la incertidumbre. El pintor Eduardo Tokeshi, como toda su generación, lleva la cicatriz en el brazo izquierdo, propia del primer programa nacional exitoso de vacunación, desarrollado en el Perú en los años sesenta. Hoy, para uno de nuestros principales pintores, cuando la muerte y el miedo forman parte de la nueva normalidad, la vacuna simboliza la esperanza: “Un hombro y un pinchazo son suficientes para mirar al futuro”, dice.
“Por supuesto que me vacunaré”, nos dicen todos los entrevistados en enfático coro. La razón también es unánime: “porque creo en la ciencia”. Para el caricaturista arequipeño Omar Zevallos, la vacuna es la única herramienta eficaz que tendremos los humanos para sobrevivir.
Del grupo de entrevistados, quizás la escritora Irma del Águila resulte la más adelantada. Ella formó parte de los miles de peruanos que se inscribieron como voluntarios para poner el hombro. “Hicimos cola para las diferentes pruebas: tamizaje, resistencia física, anticuerpos y las inyecciones, claro. Nos inocularon una cepa inactiva de Beijing o Wuhan, o un placebo”, recuerda. Como todos los participantes, ella apostaba por que la prueba alcance los estándares mínimos de eficacia exigidos por la OMS, y que, eventualmente, la vacuna pudiera llegar pronto al Perú. La realidad le dio la razón: “La llegada del primer lote con 300 mil dosis el 7 de febrero era, en realidad, el final de una ruta que se inició hace más cuatro meses”, señala. La socióloga y narradora tiene motivos para la esperanza de la recuperación nacional: sabe que la pandemia ha cobrado miles de vidas y precarizado la vida de millones. “Somos una sociedad severamente golpeada, pero también una sociedad con una larga experiencia en campañas de vacunación”, afirma. Para Del Águila, lo esencial es asegurar la dotación de vacunas. “Si todo va según lo esperado, podríamos estar inmunizados al 60% o 70% a fines del 2021”, dice.
Por supuesto, como nos advierte la artista visual Natalia Iguiñiz, hemos vivido la llegada de las vacunas como una historia comparable al viaje del niño Goyito que escribió Felipe Pardo y Aliaga. “Toda una parafernalia de falencias y despropósitos nos demostró una vez más lo precario de nuestro Estado”, lamenta. Sin embargo, celebró la llegada de las dosis y las vidas que se podrán salvar con ellas.
Miradas desde fuera
Creadores peruanos radicados en otros países miran también con expectativa y esperanza en nuestro proceso de vacunación. Su experiencia nos ayuda a contrastar y contextualizar. Es el caso del escritor Juan Carlos Cortázar, quien vive en Santiago de Chile, donde ya son un millón y medio de personas inmunizadas, sin asomar ninguna reacción de movimiento antivacunas. Sin embargo, no faltan las impertinencias desde el foro político: “Hace pocos días, un candidato de izquierda a la Convención Constituyente se declaró públicamente contrario a las vacunas. Dijo que la pandemia era una invención del gobierno para frenar la explosión social”, recuerda. Si bien sus colegas lo criticaron duramente, para el novelista el problema es que este candidato revela lo que puede sentir o pensar parte de la ciudadanía. “Vivimos en un contexto de elevadísima desconfianza respecto a los políticos. Es como bola de billar: golpea en cualquier lugar y va en cualquier sentido”, afirma.
En Barcelona, España, donde Santiago Roncagliolo reside, ya se vacuna pero aún a un ritmo lento. “Yo no estoy en ningún grupo de riesgo, pero me vacunaré en cuanto pueda. La mayoría del país desea vacunarse, sobre todo los mayores, aunque hay grupos negacionistas, como en todas partes. El vacío de ilusión produce monstruos”, señala. “Yo no sé de ciencia, pero creo que los médicos saben más que yo. Y prefiero ponerme en sus manos”.
Por su parte, la periodista cultural Fietta Jarque, espera con impaciencia su turno en la campaña de vacunación en Madrid. “Si no inmunizamos a la mayoría en todos los países seguirán las cuarentenas, la ruina económica y la parálisis social. También el sufrimiento y la muerte”, reflexiona. Apunta hacia la misma dirección su colega Diego Salazar, quien vive en México, país cuyo presidente es reacio a llevar tapabocas. “Por lo que he visto, pese al retraso frente a otros países que iniciaron antes sus campañas de vacunación, el Perú está avanzando en la administración de vacunas a una buena velocidad”, dice.
Fe en la ciencia
El escultor Aldo Shiroma ha creído en la ciencia y en las vacunas desde siempre. Su padre fue médico y su madre es químico farmacéutica. Muchas vacunas y refuerzos le fueron suministrados en casa o en el consultorio familiar, recuerda. “Mis primeros juguetes fueron construidos con cajas vacías de pastillas, ligas y cinta adhesiva. Cuando me aburría leía el vademecun en la farmacia”, recuerda.
Por ello, el reconocido artista plástico asegura que la manera más viable de retomar cierta “normalidad” es con la vacuna. “También sé que mientras el virus siga saltando de humano en humano será más difícil de controlar. Por lo tanto, es imperioso que nos vacunemos todos, por uno mismo, por los que te rodean y aún por aquellos que se encuentran al otro lado del planeta”, afirma. La escritora Claudia Salazar lo dice en otras palabras: “Vacunarse no es solo una cuestión de salud personal sino nuestra manera de contribuir a que el virus deje de transmitirse. Si algo nos queda de estos tiempos de pandemia, que sea poder mirar más allá de nosotros mismos y pensar en nuestra comunidad”.
¿Cómo explicamos el resquemor de muchos frente a la vacuna cuando la ciencia ha demostrado su eficacia? Un recelo que, como señala el crítico literario Alonso Rabí no tiene sentido, pues desde el siglo XVIII la ciencia trabaja en lograr inmunizar al hombre contra variadas enfermedades y desde niños, todos hemos recibido por lo menos una docena de vacunas contra distintos males. “Vacunarse contra el Covid 19 es una obligación ética, un gesto solidario, una contribución para alcanzar la inmunidad de rebaño.
El historietista Javier Flórez del Águila es también un hombre de ciencia. El médico neurólogo piensa que la llegada tan rápida de la vacuna, un año de iniciada la pandemia, resulta un gran triunfo de los investigadores. “La ciencia está camino a anotarse un triunfo si se lograra vacunar siquiera un 75% o un 80% de la población mundial”, señala.
Sin embargo, reconoce, en el camino este logro deberá enfrentarse a los peligrosos movimientos antivacuna que aducen motivos pseudo religiosos, filosóficos, médicos, económicos y otros de tinte folklórico o mágico. “Aunque la evidencia científica demuestra la inconsistencia de sus argumentos, el público desinformado solo escucha a los charlatanes y seudo líderes que usan los medios para su propio interés”, lamenta.
Para su colega, el dibujante Juan Acevedo, tristemente resulta normal la desconfianza cuando vivimos en el mundo del “me parece” o “dicen que”. “Sin embargo, todos tenemos parientes o amigos muertos por el virus, todo se paralizó, perdimos el trabajo. Esos son hechos, no chismes. Si el virus salió de China o lo inventaron algunos platudos para controlar más al mundo, qué se yo. Otro día me cuentan, yo me vacuno, no quiero al Covid-19 en mi cuerpo”, aclara.
Para la escritora Irma del Águila, la desconfianza en nuestro país es, en parte, consecuencia de un sistema de salud con un precario nivel primario de atención. “A falta de este servicio digno de este nombre, la gente recurre a lo que tiene a la mano, el empleado de la botica que la “medica”, la partera que le da “consejos”, la televisión y las redes sociales. La desconfianza ante la ciencia está fuertemente relacionada con esta exclusión social”, señala.
Para el historietista Jesús Cossío, en medio del fatalismo y el miedo, las vacunas ayudan a no perder la esperanza. “Espero vacunarme, claro, pero sobre todo espero que quienes más lo necesiten lo hagan pronto: entre ellos mis padres, que pasan de los setenta años y por quienes me preocupo a diario, a la distancia. Es comprensible cierto temor a una enfermedad y a una vacuna de las cuales sabemos poco en comparación a otras. Que ello lleve a algunos a aceptar respuestas simples para explicarse una realidad compleja muestra lo precario del pensamiento racional que sostiene nuestra civilización”, reflexiona.
Como advierte el periodista Diego Salazar, hay que diferenciar entre el llamado movimiento antivacunas crecido en los últimos años, basado en cuestionamientos infundados y desmontados infinidad de veces por especialistas, y la desconfianza natural que podría haber ante proyectos de vacunas desarrollados a una velocidad superior a lo habitual frente a una enfermedad desconocida. “Hay que responder con respeto, y explicando por qué, ahora, con los ensayos hechos y revisados, no hay motivos para temer”, explica. “La investigadora Zeynep Tufekci decía que no basta con decir ‘hay que hacer caso a la ciencia y a los científicos’, sino que la ciencia y los científicos tienen que ser capaces de explicar por qué hay que depositar esa confianza en ellos. Esto es algo muy importante. La ciencia es un método y es parte de la responsabilidad de los científicos -y también de los periodistas que divulgan ciencia- explicar cómo funciona ese método y cuáles son las razones por las que confiamos en él”, señala Salazar. “Tratar a la gente de idiota o ignorante es la peor estrategia posible para comunicar conocimiento”. En ese sentido, para el estudioso Marcel Velásquez, la historia cultural explica las resistencias populares y las teorías conspirativas de hoy. “Hay que combatir el miedo popular con la difusión de los resultados de la inmunización global (en Estados Unidos ya han comenzado a caer las cifras de contagio y de muerte) y enfrentar a las teorías conspirativas con educación, evidencia y persuasión”.
Para el sociólogo Guillermo Nugent, por lo general los logros humanos suelen estar acompañados por la controversia y la vacuna contra el COVID19 no es la excepción. “De hecho, la vacuna en sí misma es una controversia con el virus SARS-CV2. No lo suprime, simplemente lo coloca en una condición donde ya no puede seguir dañando a los humanos”, dice. Algo que, como señala el estudioso, define as controversias públicas: “antes que suprimir al adversario se trata de ponerlo en un lugar donde pueda seguir existiendo, pero sin capacidad destructora. La vacuna contra el COVID-19 es la más grande lección política que tenemos a nivel global”, añade.
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El papa Francisco y la reina Isabel II dan ejemplo con las vacunas contra COVID-19
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