Dos pueblos fundados en las orillas opuestas de un riachuelo. Uno dedicado a la ganadería, el otro, a la viticultura. El paisaje resulta bucólico y sus habitantes, casi arquetípicos: tenemos al molinero, al picapedrero, a la dueña del bar, al carpintero y el profesor, cada oficio representado, además de la pareja de amantes que se dan cita cada noche bajo el árbol. Las estaciones se suceden, y aquel mundo amable al inicio empieza a resentir la decisión humana de dominar la naturaleza y levantar fronteras.
Codirigida por Fiorella Díaz Paz y Jorge Villanueva, “El gran fuego”, maravilloso texto del dramaturgo Ronald Schimmelpfennig (Gottingen, Alemania, 1967) nos trae el recuerdo de un teatro que ya no se hace. Enérgico, coreográfico, solidario, vinculado a la creación colectiva que floreció con el teatro de grupo en los años 80. En efecto, el grupo Ópalo utiliza estos referentes para montar una obra que nos habla del problemáticas urgentes, manteniendo un aliento sumamente clásico, como el de un relato popular de los hermanos Grimm. “El texto de Schimmelpfennig funciona como un gran cuento”, nos explica Díaz Paz. “Definitivamente, se trata de una obra coral, que recae sobre la palabra. Por eso pensé en los actores como obreros de la palabra, al servicio de la acción. Y desde ahí, sostenemos este coqueteo con el teatro de los años ochenta”, afirma la directora.
Escrita en 2018, el tema de la reunificación de Alemania podría ser una de las primeras lecturas de la obra. Sin embargo, para Díaz Paz, “El gran fuego” supera cualquier lectura nacional. “Tiene que ver con la posibilidad de poder caminar en comunidad, como los individuos pueden sentirse uno con el grupo, en tiempos que tan separados estamos uno del otro, divididos por fronteras e ideologías, desconectados con la tierra y la naturaleza”, advierte.
El mundo y el río
El propio texto de Schimmelpfennig fluye como el río que separa a ambos pueblos. A diferencia de la dramaturgia convencional, el autor no reparte diálogos entre los personajes, ni propone acotaciones para el director. Se trata de una historia que corre sin pausa, y que permite a los actores participar de la misma puesta en escena. “Nos hemos mimetizado y compenetrado tanto con el texto que entre los actores podemos intercambiar los personajes”, comenta Jorge Villanueva, parte del elenco de una obra que rompe con cualquier convención, intentando ser siempre móvil y cambiante. Convocando además a Carlos Victoria, Irene Eyzaguirre, Karina Jordán, Anaí Padilla y Gabriel Baltuano, resulta muy interesante el aporte de actores de diferente edad. “Todos propusimos cómo nos dividimos los textos. Convenimos, probamos, negociamos, nos sorprendíamos viendo lo que funcionaba y lo que no”, dice la directora.
“Si algo tenía claro, era que el elenco debía ser intergeneracional. Hablamos de un problema de todos. Y cuando quienes hablan son un actor de 20 años y otro de 70, el mensaje tiene mucha más potencia. Crea un tejido mucho más tupido como sociedad”, señala Villanueva.
Díaz Paz está de acuerdo. “Esta obra nos habla sobre cómo podemos convivir. Eso nos ha obligado a trabajar tejiendo acuerdos, respetando nuestras diferencias de edad y de pensamiento. En ese sentido, la obra también nos ha transformado. Recordar el teatro de los ochenta es nuestra forma de celebrar el teatro más físico, después de tanto tiempo replegados a causa de la pandemia”, añade.
Más allá de la frontera
¿”El gran fuego” es una obra sobre lo absurdo de las fronteras o más bien una lectura ecológica de cómo estamos destruyendo el planeta?
Jorge Villanueva: El texto es brillante porque tiene trampas, tiene misterios. Al principio, nuestra primera lectura advertía que, al pueblo a un lado del rio que le iba bien, le iría bien hasta el final, mientras el otro estaba condenado a la pobreza. Sin embargo, cuando empezamos a desentrañar la obra, vimos que las tragedias afectaban por igual a ambos pueblos, aunque uno se creyera más desarrollado. Por eso pienso que la obra va más allá del tema de las fronteras. Nos dimos cuenta que daba cuenta de lo que hace el hombre contra el hombre y su entorno, su propio hogar.
Fiorella Díaz Paz: La obra nos pone a reflexionar hacia dónde nos lleva la individualidad y cómo podemos volver a formar una sola conciencia. La fragmentación es una excusa para llegar a esa pregunta. La desconexión con los procesos del planeta es otra. Se trata de un ejercicio de memoria. La obra te recuerda que aquello que cuenta se viene repitiendo desde el principio de los tiempos. La cuestión es si podemos hacer las cosas de otro modo.
¿Han tenido algún contacto con el dramaturgo?
Jorge Villanueva: Yo he tenido la oportunidad de conocerlo. Incluso me ha prometido que iba a escribir para el programa de mano. Cuando hablé con él sobre sus más recientes de obras, con esta idea de narrativa, me dijo: “Yo no he inventado nada, el teatro coral está allí desde siempre. Solo que es algo en cuyos recursos quiero investigar actualmente”.
¿Finalmente, qué podemos decir de la feliz noticia de la reapertura del Auditorio del Goethe-Institut Perú?
Jorge Villanueva: Hay una nueva administración, interesada en que haya teatro. Con la pandemia, el instituto estaba cerrado, y su directora, Ulrike Lewark, quiere reactivarlo. Para ella es una apuesta que vuelva a venir gente al teatro, con todos los cuidados por supuesto.
Lugar: Auditorio del Goethe-Institut Perú. Jirón Nazca 722, Jesús María. Temporada: Todos los viernes y sábados del 17 de junio al 23 de julio a las 8 pm (jueves 23 de junio función adelantada en vez del sábado 25 de junio) Entradas: General: S/ 50 Preventa S/ 38 Estudiantes, Adulto Mayor, Conadis S/ 30 (con carnet)
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