Se convirtió en padre hace no mucho tiempo y considera que su bebé fue el huracán que remeció su vida. Omar García afirma, en esta entrevista con “El Comercio”, que tener un hijo le ha permitido iluminar los grises de la relación que tuvo con su padre. No es un caso excepcional, todos tenemos buenos momentos pero también otros muy incómodos de los que a veces ni siquiera queremos hablar.
En la obra “Huracán”, este talentoso y experimentado actor peruano interpreta a Collin, un viudo que junto a su padre deben esperar a que pase el huracán Sandy. Sin embargo, un hecho particular (la aparición de Lola, interpretada por Fiorella Pennano) revoluciona todo. Es así como los varones de la historia se encuentran ante una oportunidad única y dolorosa: cerrar heridas del pasado y visualizar lo que podría venir en el futuro.
La obra, ganadora del segundo lugar del quinto Concurso de Dramaturgia Peruana “Ponemos tu obra en Escena”, es dirigida por Chiara Roggero y va de jueves a lunes en el teatro Británico de Miraflores hasta el 27 de marzo.
Aquí nuestra charla con Omar García.
¿Qué rasgos te diferencian de tu personaje (Collin)?
Él es un hombre muy intelectual y busca una respuesta racional para todo. No me considero tan racional e intelectual en ese sentido. Confío mucho en mi intuición, no necesito respuestas ni certezas para todo. Puedo equivocarme y no me 'palteo' por eso. Mi personaje es un ser muy cerrado al cambio, a la posibilidad de transformarse, de vivir experiencias distintas y nuevas.
Muy cerrado a los huracanes…
Exacto. Es alguien muy cerrado a cualquier cosa que lo mueva. Él busca estar encerrado en sí mismo y no desea moverse. En eso no nos parecemos. A mí me cuesta mucho quedarme estancado en un solo lugar, permanecer inmóvil. Me gustan los cambios, la incertidumbre.
¿Y en qué se podría decir que te le pareces?
Probablemente en el vínculo que tiene con su viejo. Collin es un hombre bueno pero además está encerrado en sus emociones. Él perdió a su esposa y a su mamá en un accidente aéreo, y esto lo mantiene atrapado en ese dolor. Creo que el vínculo de Collin y su padre es como suelen ser los vínculos entre padres e hijos. Siempre existen nexos un poco más cercanos, con una mayor comunicación, pero también hay zonas oscuras o grises, de las que nunca se habla.
Queda muy claro en la obra que los personajes varones (padre e hijo) tienen muchos asuntos sin resolver…
En general es muy común entre padres e hijos que estos últimos sientan que hay asuntos por resolver (con los primeros), y depende mucho de la personalidad que tengan para encarar el tema o quedarse con eso para siempre. En eso soy un poco como Collin, en el sentido de la circunstancia en la que está inmerso. Él nunca había buscado a su padre para conversar sobre la pérdida de su mamá y su mujer. Siempre dejó esa zona gris.
Tuvo que venir una tercera persona para que esto ocurra…
Claro. Debió venir una persona de afuera para casi confrontarlos. Y Collin dice (a Lola) ‘me pones en estas conversaciones extrañas que nunca tenemos (con papá)’. Y yo creo que tengo también zonas grises en el vínculo con mi viejo. Pero vino un huracán, que es mi hijo, a facilitar una relación de apertura y una iluminación de las zonas grises. Mi hijo significó verme convertido en un papá criando un niño, como mi padre una vez lo hizo conmigo, y ahí justo surgió la obra “Padre nuestro”, con Mariana de Althaus. Esto me obligó a pensar en mi lugar de padre y de hijo. A partir de ahí me reencontré con mi viejo.
Precisamente, en la obra, el paso del huracán ayuda a recomponer de alguna forma las cosas.
Claro. La mañana posterior al huracán, Collin ya no quiere que su papá se vaya de la casa. Le dice ‘papá, quédate un rato más’. Es como si tuviera ganas de reconstruir el vínculo, de tomarlo por las astas.
Tienes una vasta experiencia en teatro. ¿Cómo ha sido trabajar bajo el mando de una directora que se inicia en esto como Chiara Roggero?
Lo curioso es que cuando iba a montar originalmente “Huracán” me llamó y en ese momento estaba en otros proyectos. Leí la historia, me pareció paja pero no me conecté mucho. Demoré en responderle y cuando la contacté me dijo que ya tenía otro actor.
Esa fue la etapa en que se escenificó la obra en un restaurante…
Claro. Dije ‘qué mala onda, llama a otro sin decirme nada. Quizás es nueva en teatro y no entiende los códigos’. Pero igual yo asumo que me demoré mucho en responderle. Tiempo después me llamó para hacer microteatro. Ahí salió “Water”, una comedia chiquita con dos personajes. Ahí la conocí como directora, pero en un ambiente distinto. El vínculo fue muy paja. Chiara es una directora muy controladora. No le gusta que se le escape nada. Y tras el microteatro me habló de que repondría “Huracán” y yo sin dudarlo mucho acepté. Aunque igual me hizo cásting.
Entonces ahora está el elenco originalmente deseado por la directora…
Así es. Trabajar con ella en teatro está muy bien. Chiara entiende que viene de otro medio y respeta las dinámicas, el espíritu. Lo único que no respeta es el ritual de (decir) ¡mierda! antes del inicio de la obra. Así que decimos shit, shit, shit, o algo así. Pero es solo una anécdota. Además es paja porque yo entré ‘nuevo’ a la obra y tanto Chiara como Sergio (París) y Fiorella (Pennano) han sido encantadores, muy generosos conmigo.
¿Tiene que engancharte un guión para que lo aceptes? ¿Eres capaz de rechazar propuestas laborales en teatro?
Depende. Si no tengo chamba en todo el año cojo lo que haya y sobre la marcha le encontramos el gusto. En este caso sí lo quería hacer porque cuando vi la obra me gustó mucho y, además, ya había trabajado con Chiara en microteatro.
¿Te parece que la gente debe irse con del teatro con una idea clara en la cabeza?
Creo que el teatro es un lenguaje artístico, es una forma de expresar y comunicar cosas. Oscar Wilde decía que el arte es inútil. Y sí, yo no creo que el arte tenga una ‘utilidad’, pero sí considero que no puede ser fútil, anodino. No me paro y convoco a gente que pagará una entrada para ‘huevear’. Creo que el teatro sí tiene un sentido para el espectador. ¡Y debe tenerlo! Además creo que el teatro debe ser una forma de reflejarnos. Cuando yo soy espectador puedo conectarme o no con la obra, y si me conecto encuentro que hay personajes con algo mío, o hallo situaciones que alguna vez viví. Es como una forma de mirarse, y siempre que te miras, te cuestionas. El teatro sirve para que la gente se mire un ratito en algún aspecto de su vida: como profesor, como policía, como padre, no sé. Y eso te lleva a pensarte, a revisarte, a preguntarte. Y todo eso es poderoso.