Con el fin de alertar sobre lo que el odio puede generar en los seres humanos, mantener viva la memoria de las víctimas y divulgar testimonios de sobrevivientes, el Museo del Holocausto de Buenos Aires reabre sus puertas este domingo tras dos años de refacciones.
La primera imagen impacta: al ingresar al edificio ubicado en el barrio Norte de la capital argentina, el visitante avanza por un camino de adoquines que desemboca en una puerta de vidrio en la que una foto ploteada produce la sensación de ingresar al campo de concentración de Auschwitz.
En un antiguo edificio de 3.000 metros cuadrados perteneciente a una desaparecida empresa de electricidad, el museo alberga una exposición permanente sobre el Holocausto, es decir, el exterminio de seis millones de judíos a manos del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La exposición hace un recorrido histórico que muestra cómo lo que empezó por restricciones y “prohibiones casi absurdas a los judíos para forzar su emigración de Alemania”, desembocó en la llamada 'solución final' que buscó eliminar los judíos del planeta, explicó el responsable de contenidos, el historiador Bruno Garbari.
“No se puede explicar el holocausto sin entender cómo Hitler llegó al poder”, afirmó el experto.
Recursos tecnológicos, pantallas táctiles, espacios sensoriales, mesas interactivas ponen de relieve los testimonios de sobrevivientes, fotos y filmaciones históricas, mientras que dolorosas estadísticas completan la información.
Seis millones de nombres se proyectan en las paredes de una de las salas, expresión de la magnitud del genocidio.
Enfocado en los sobrevivientes que llegaron y reconstruyeron su vida en Argentina, la muestra refleja además la contradicción del país sudamericano de ser refugio de judíos perseguidos pero también haber albergado a jerarcas nazis después de la caída del régimen.
Un sector está dedicado a la captura en 1960 en las afueras de Buenos Aires de Adolf Eichmann, uno de los máximos responsables de la 'solución final' quien fue secuestrado por agentes del Mosad, el servicio secreto israelí, y llevado a Israel donde fue juzgado y ahorcado en 1962.
Se exhiben el salvoconducto de la Cruz Roja a nombre de Ricardo Klemment -el nombre falso que usó Eichmann para ingresar y vivir en Argentina-, fotos y planos referidos a su captura, entre otros.
Otro espacio fue pensado para la introspección de los visitantes, donde una tumba simboliza los millones de víctimas del nazismo. El único objeto exhibido allí es una máquina de escribir con letras en yiddish semidestruida, hallada entre los escombros de la AMIA, la mutual judía argentina que sufrió un atentado en 1994, con un saldo de 85 muertes y 300 heridos.
“Elegimos incorporarla porque decimos que la violencia, el odio no desapareció en Auschwitz”, reflexionó el director del Museo, Jonathan Karszenbaum.
Un conjunto de 83 objetos nazis hallados e incautados en 2017 no forman parte de la exposición permanente, pese a las expectativas generadas hace casi dos meses cuando fueron entregados al Museo para su custodia por la justicia argentina.
“Estas piezas todavía no están elegidas para ser exhibidas, están en investigación. Una vez que haya un resultado fehaciente de que valen la pena, las vamos a instalar”, afirmó Karszenbaum.
La colección -cuya autenticidad generó polémica - había sido hallada durante el allanamiento a la vivienda de un coleccionista en el marco de una investigación en Buenos Aires por supuesto tráfico de objetos chinos.
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