Aunque provienen del mundo musulmán, hay balcones similares en Damasco, El Cairo, Túnez e Islas Canarias, los balcones limeños son uno de los elementos que más ha distinguido a nuestra capital desde los primeros años de fundación.
Los balcones fueron concebidos para proteger del calor a los habitantes de las casonas y recluir a las mujeres que podían mirar sin ser vistas. Los viajeros afirmaban que con la tapada fisgoneando detrás de las celosías de un balcón mudéjar, se advertía cierto aire morisco en Lima.
Los primeros carpinteros fueron españoles y posteriormente los nativos comenzaron a hacerlos. Los balcones eran hechos con roble y cedro traídos desde Ecuador y Nicaragua.
El color preferido fue el mate y el verde olivo. Así sean grandes o pequeños todos tenían como característica ser horizontales. Además podían estar ubicados a cada lado de la portada, uno solo en esquina o doblarla.
Diego Zamora, Juan Bautista y Gonzalo de Aguilar son algunos de los carpinteros más representativos de los primeros años de la historia de Lima.
Con el paso de los siglos, cientos de balcones sucumbieron al crecimiento vertical de la capital. En los años 60 el profesor italiano Bruno Roselli defendió a los balcones limeños. En muchas ocasiones iba a las construcciones y los compraban. Almacenó una gran cantidad de ellos en un terreno hasta que un incendio destruyó sus buenas intenciones.
Sería en 1983 que el alcalde de Lima Eduardo Orrego creó el Patronato de Balcones y gracias a su campaña “Adopte un balcón” logró recuperar 80 de ellos. Entre 1997 y 2002 el burgomaestre Alberto Andrade retomó esta campaña y recuperó 72 balcones. En 2012 haría lo propio la gestión de Susana Villarán cuya meta era poner en valor unos 400 balcones.