Liberada de su cascarón con ayuda de una voluntaria, una pequeña tortuga trepa por la arena de una playa griega hasta alcanzar el agua, iniciando un peligroso viaje en el que solo sobrevivirá una de cada mil tortugas.
“¿Que si soy comadrona? Sí, todos los días”, dice sonriendo mientras extrae un cascarón Kira Schirrmacher, una de las voluntarias que vigilan las playas de la bahía de Kyparissia, en el este del Peloponeso. Esta bahía acoge la mayor concentración en el mar Mediterráneo de nidos de tortugas bobas, cuyo nombre científico es Caretta caretta.
A lo largo de sus 44 km de costas, Kyparissia reunía más de 3.700 nidos este año, unos 200 más que el año pasado.
Normalmente, las tortugas hembra regresan a las playas de su nacimiento a partir de los 20 años para poner sus propios huevos, a un ritmo de una puesta cada dos o tres años.
“Parece que hay más tortugas hembra que sobreviven y regresan a poner huevos”, explica Dimitris Fytilis, un oceanógrafo que dirige el centro de salvamento de tortugas heridas Archelon, en Glyfada, en la periferia de Atenas.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) calcula que en el mundo hay cada año entre 36.000 y 67.000 hembras ponedoras de esta especie vulnerable, cuya situación es aún más crítica en los océanos Pacífico e Índico.
En cada nido puede haber hasta 120 huevos, que pueden tardar unos 55 días en romperse. Pero solo una quinta parte de ellos trae una tortuga al mundo.
Cinco centímetros
Estas tortugas, que en teoría pueden llegar a vivir 80 años y pesar 80 kilos, corren peligro de muerte desde que nacen.
Tras la eclosión del huevo, el recién nacido debe huir de perros, chacales, gaviotas y otros predadores que rondan cerca de los nidos.
El bebé de tortuga, de 5 cm, debe alcanzar el mar lo más rápido posible, sin ser tragado por la arena ni perderse por el camino.
Una vez en el agua, tiene que nadar sin parar durante 24 horas para encontrar alimento, evitando los peligros que presentan los cangrejos, los peces e incluso las tortugas adultas.
El cambio climático hace que la reproducción de las Caretta caretta sea aún más peligrosa, pues los machos solo nacen si la temperatura de la arena es inferior a 29,3 ºC.
“En varios países se sienten ya las consecuencias. Por ejemplo, en Australia han nacido más hembras debido al calentamiento climático”, señala Dimitris Fytilis.
La oenegé Archelon, fundada en 1983 --y bautizada así por una tortuga gigante que vivió en la época de los dinosaurios, hace 70 millones de años-- está presente en más de 12 zonas de puesta de huevos protegidas en Grecia.
Junto a Kyparissia, la bahía de Laganas, en Zante, una isla del mar Jónico al oeste del Peloponeso, es la más codiciada por las tortugas, con un millar de nidos. Pero, junto a ellos, también hay cientos de miles de turistas al año.
Hércules murió
Como en otros lugares turísticos, la cohabitación es difícil. Algunos dueños de hoteles y de restaurantes se ven tentados a infringir las normas de protección de la naturaleza instalando sus tumbonas, o puntos luminosos que por la noche atraen a los recién nacidos fuera del agua.
Según uno de los hoteleros, este atractivo no está suficientemente explotado. “Podríamos tener un barco con un fondo de vidrio para poder ver las tortugas”, propone.
Varios proyectos de exploración petrolera en el mar Jónico y cerca de Creta generan enfado entre los ecologistas, que alertan sobre el futuro de destinos turísticos emblemáticos y sobre el impacto en la calidad del agua.
“Tenemos suerte de tener estos hábitats. Es un tesoro de la naturaleza. Hay que protegerlos”, defiende Dimitris Fytilis.
Solo el año pasado, en Grecia murieron más de 600 tortugas.
Desde su creación, el centro de rescate curó a unas 1.100 tortugas, a menudo heridas por anzuelos o desperdicios de plástico. En más de la mitad de los casos, fue por la acción del hombre, al ser golpeadas en la cabeza con remos o palos.
En julio, una tortuga macho llamada Hércules murió cuando una hélice le partió la columna vertebral, y otro ejemplar joven quedó amputado de una aleta tras enredarse con un sedal de pesca.
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