Halloween | “¡Dios mío, no quiero pasar por ahí! Pero tampoco puedo quedarme aquí parada…” El corazón me palpita con fuerza, tengo la boca seca y una niebla densa me oculta el camino a seguir. La música de suspenso que emana de los altavoces eleva la tensión que siento. Doy un paso hacia la niebla y… de repente, emerge ante mí, vociferante, un mutante de brillantes ojos. Doy un alarido y salgo corriendo.
El mutante es uno de los 280 monstruos del "Halloween Horror Show” del Parque Cinematográfico de Bottrop que vagan por el recinto para asustar a los visitantes. Aparte de los entes errantes, hay también casas del horror, diseñadas específicamente para confrontar al visitante con sus peores miedos. Casi me da un ataque de nervios mientras espero en la fila para "disfrutar” de una de esas atracciones. En cambio, la gente que hay a mi alrededor parece feliz de sentir miedo. ¿Cómo es posible dejarse asustar voluntariamente y, además de ello, disfrutar?
El juego del miedo y la emoción
Esta es la respuesta de los psicólogos a mi pregunta: el placer de sentir miedo. A primera vista, parecen dos emociones contrapuestas. En realidad, solemos hablar de una mezcla de sentimientos. "En los momentos de placer y miedo, algo nos sume en el pánico y, poco después, nos damos cuenta de que no estamos en peligro en absoluto”, dice el psicólogo Peter Walschburger, de la Universidad Libre de Berlín y miembro de la Sociedad alemana de Psicología. El origen de esta mezcla de sensaciones está profundamente enraizado en el hombre. El miedo tiene como objetivo la supervivencia, nos advierte del peligro, mientras que el deseo de emoción y placer asegura la reproducción. Pero, para poder sentir el placer y el miedo como adolescentes y adultos, tiene que haberse creado en la primera niñez algún tipo de desconfianza hacia un mundo seguro. "Dependiendo de la manera en que la persona viviera la confianza en su niñez, estará más o menos abierta a nuevas experiencias en su vida adulta”, dice Walschburger.
Huir o luchar
El psicólogo pone como ejemplo un paseo por el bosque al caer la tarde para explicar lo que sucede en el cerebro. "Usted es de por sí una persona algo nerviosa y, de repente, nota un movimiento serpenteante entre el follaje”, plantea Walschburger. Una estructura del sistema límbico, responsable cerebral de la elaboración de las emociones, nos da una señal de alarma: ¡cuidado, peligro! ¡una serpiente! Ello conduce rápidamente y sin mayor reflexión al impulso de huida o al de ataque. Pero, a algunas personas, el hipocampo les permite detenerse y reflexionar. Vuelven a mirar y observan que, lo que parecía una serpiente, es, en realidad, una rama inofensiva. Ya no existe peligro, llega el alivio. Otras personas se alarman de tal manera, que no son capaces de reflexionar y solo quieren huir o reaccionan de manera agresiva. La manera en que el cerebro almacena este paseo por el bosque determina nuestro comportamiento en el futuro. "Quien supera la situación, refuerza la seguridad en sí mismo y querrá volver a pasear por el bosque por la tarde. Quien, por el contrario, sale huyendo, limitará su radio de acción y evitará el bosque por la tarde en el futuro”, explica el psicólogo.
El horror como válvula del deseo
Sentir miedo y placer funciona sobre todo en aquellas personas que se sienten seguras a pesar de vivir una situación angustiosa. Por ejemplo, en las películas de horror en el cine. "El horror nos ofrece una variante segura de aquello que no queremos en el mundo real”, dice el experto en cultura Christian Lenz, de la Universidad Técnica de Dortmund. En el cine, el espectador puede taparse los ojos y en casa puede apagar el televisor. Esa sensación inconsciente de seguridad protege.
De acuerdo, ya he comprendido el gusto por sentir miedo, pero las películas de horror me suscitan una nueva pregunta: ¿Por qué la gente ve en la pantalla crímenes brutales que rechazarían en la vida real? "El asesinato en el cine recrea acciones que uno mismo no puede llevar a cabo. Todo el mundo ha pensado alguna vez ‘si pudiera, te mataba…'. Funciona en el espectador como una especie de proyección”, explica Lenz. Así pues, el miedo y especialmente las películas de suponen una válvula para pensamientos y deseos que no son compatibles con las normas sociales.
Fuente: DW