Se vació de mexicanos, Qatar. Pena, aportaban color y número. En verdad quince hinchadas se fueron con la eliminación de sus equipos, y hoy emprenden el retorno los estadounidenses. También el Centro de Prensa adelgazó de periodistas. Muchos se volvieron al perder sus equipos. Pero otros se embarcaron ilusionados al ver que sus selecciones avanzan. Es posible que lleguen unos diez mil holandeses más de aquí al viernes. El país recibió dos millones de solicitudes del Hayya Card, registro mediante el cual se sabe con exactitud la cantidad de aficionados que vinieron. Y, a pesar de que se alojaron en un radio de 10 km, todos encontraron lugar, no hubo encimamiento ni problemas ni peleas. Ellos han sido testigos del fenómeno Qatar. Que sí, que tiene plata, pero no la acumula el emir en el palacio, la convierte en calidad de vida.
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El Mundial es una excusa, brillante, por cierto, dentro del plan maestro Visión Nacional de Qatar 2030, cuyo objetivo central es que, para ese año, el pequeño emirato “se convierta en una sociedad avanzada capaz de sostener su desarrollo y brindar un alto nivel de vida a su gente”. Los visitantes podemos dar fe de que se está cumpliendo, Lo notable es que el tránsito hacia el mañana se realiza preservando su cultura, su religión y sus tradiciones. Eso es innegociable. Se palpa el orgullo por lo árabe. Hay un salto decidido al futuro sin occidentalizarlo. Parte del plan era que el resto del mundo lo visibilizara. Se ha cumplido.
Holanda fue el primer cuartofinalista del campeonato. A primera hora despachó al entusiasta Estados Unidos, un equipo animoso y ofensivo, aunque con cierto candor en la marca. Y en fútbol el que defiende mal pierde. Holanda es parecido a la cara de su técnico, digamos aburrido pero atildado. Es más Mecánica que Naranja. Y eficiente en ataque. Con eso le alcanzó para sortear la valla y descansar hasta el próximo viernes a la espera de Argentina.
En Uruguay aún saltan chispas por su eliminación. Hay una queja nacional por el arbitraje del alemán Daniel Siebert. Se reclama un penal. Pero la forma en que se retiró del campo la Celeste fue poco deportiva, violenta, con manoseos al juez y sus asistentes, insultos, Cavani derribó de un puñete el monitor del VAR, Giménez golpeó de atrás a un oficial de FIFA… Todo muy Copa Libertadores años ‘60. Puede costarle caro con vistas a la próxima Eliminatoria. Diego Alonso, el entrenador charrúa, finalizó su contrato con la AUF y en Uruguay dan por sentado que no sigue, pero el presidente de la asociación le ofrecerá renovarlo. Los hinchas no quieren más técnicos nacionales “porque son defensivos”, dicen. Sonó el nombre de Marcelo Bielsa, pero Bielsa es argentino, algo indigerible para los uruguayos.
El Mundial ha sido una guillotina para una quincena de directores técnicos. Ya se fueron Gerardo Martino (México), Roberto Martínez (Bélgica) y Otto Addo (Ghana). Están en el precipicio el mencionado Alonso (Uruguay), Jalel Kadri (Túnez), Félix Sánchez (Qatar), Carlos Queiroz (Irán), Kasper Hjulmand (Dinamarca), Hervé Renard (Arabia Saudita), Rob Page (Gales), Rigobert Song (Camerún), Luis Fernando Suárez (Costa Rica), Gustavo Alfaro (Ecuador) y Hansi Flick (Alemania). Ni el crac del ‘29 generó tantos despidos.
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Euforia argentina
Todo de Leo
Pero ni eso ni ninguna otra cosa importa cuando juega el mejor de la historia y estamos en la cancha, sólo interesa que la toque él. Que le llegue la pelota y proceda. Pero no le llega porque Australia es un bloque defensivo compacto y duro. Dan leña hasta para vender. El partido no se quiebra por ningún lado. Argentina no puede atravesar esa aduana y entonces toca hacia los costados, hacia atrás, da vueltas y vueltas. Y ya van 35 minutos de bailar con la hermana hasta que el genio aparece y, de la nada, inventa un gol colosal, y el Ahmad Bin Alí, un estadio también colosal, explota. Literalmente, revienta. Es el poder de lo sobrenatural, de lo antiterrenal que tienen estos sujetos a quienes Dios les confirió poderes que a nosotros no. Tiró una pared larga con Mac Allister, el 20 se la devolvió, pero le cayó a Otamendi, que quiso pararla y le rebotó, Messi casi que se la robó del pie y le dio como venía entre medio de un bosque de piernas australianas. Y la bola entró, entró, sí… Y se rompió el partido. Y ahí empezó el genio a componer una oda mundialista. Y treinta o cuarenta mil comenzaron el clásico “Meeeessi… Meeeessi…” haciendo la reverencia, una creación catalana de cuando el 10 deleitaba en el Barcelona.
Explotó el canto también. “Vení, vení, canta conmigo… Que un amigo, vas a encontrar… Que de la mano, de Leo Messi… Todos la vuelta vamos a dar…” Y eran decenas de miles que trasladaron el ritual dominguero de allá para acá. No era la cancha de Boca o de River, era Qatar. La noche que cumplía 1.000 partidos oficiales le regaló él una fiesta al país. “Está acabau”, dicen en España. El acabau dio un recital con Calamaro y juntos enloquecieron a la gente.
Otra vez, como ante México, Messi desahogó a toda la Argentina. Ahí el equipo se soltó y comenzó a jugar liberado. Y llegó el segundo por una picardía de Julián Álvarez que le robó el balón al arquero Ryan (no el soldado) y rapidísimo la mandó a la red: 2-0. Y siguió el festival de Messi, pero en una contra de Australia, un tiro desde fuera del área se desvió en Enzo Fernández y descolocó a Dibu Martínez, el gran custodio de los palos argentinos. Insólitamente, Australia se ponía 1-2 y empezó a agrandarse. A su vez, Leo se agrandaba más, por minuto hacía una maniobra más hermosa y profunda que otra. Gambeteó a toda Australia, le sirvió dos goles a Lautaro Martínez que éste falló inexplicablemente (o explicable viendo cómo juega). Y en el último suspiro, con 97 minutos en el reloj, el moreno y fornido Kuol tuvo el empate en sus pies, remató, se congeló el corazón de millones de argentinos, paquistaníes, bengalíes, indios y asiáticos en general que son hinchas de Messi, y el desfachatado pero notable Dibu Martínez hizo una tapada de milagro. Los compañeros se le echaron encima para agradecerle como se agradece a la virgen. Evitó el infarto masivo. Y ganó Argentina. Y está en cuartos de final después de aquella tarde aciaga contra Arabia Saudita. Y celebró como nunca.
Cuando un genio está en su noche es posible hacer felices a cientos, a miles de millones. Se llama Leo Messi y es oficial: no está acabau.
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