La dimensión de Kylian Mbappé obliga a decir una obviedad: bajo todo ángulo es un portento. Bien, pero ¿qué implica ello en la práctica? El aficionado tiende a creer en una combinación natural de talento y constancia. Quizás esa combinación baste para describir a un profesional, pero el 10 de Francia es algo más: su caso tiene algo de rareza y otro de maravilla, sobre todo en la forma en la que se alinearon los factores para producir a este prodigio. ¿Cuáles son? Genes, familia, Estado y empresa. Revisemos las variables una a una.
La genética es el ingrediente más resistido en el análisis deportivo, aunque es uno de los principales. Hay deportes en los que es determinante (¿cuántos basquetbolistas por debajo del metro ochenta hay en la NBA?), otros donde es menos protagónico. El fútbol es uno de ellos y su éxito depende de esa virtud democrática, pues admite una baraja amplia de biotipos (piénsese en la gama que va de Messi a Haaland o de Maradona a Pelé), aunque hay unos más favorables que otros. En Mbappé la carga genética se expresa a través de la velocidad. El delantero alcanza los 10.12 metros por segundo, lo que según el académico Gareth Sandford lo iguala en capacidad a un velocista olímpico de 800 m. Pero el esprint no es todo (Usain Bolt lo sabe): éste debe ser dirigido y para ello se necesita balance. Mbappé cuenta con centro de gravedad bajo, una marca característica de muchos cracks, lo que hace extremadamente difícil descolocarlo, “moverlo”. A su vez, este súper equilibrio le permite amagar y patear en situaciones en las que los mortales trastabillan. Todo se puede entrenar, pero los resultados son distintos cuando vienen favorecidos de casa.
El segundo factor es, precisamente, la familia: Mbappé es hijo de una jugadora profesional de balonmano y de un entrenador de fútbol, quien fue su primer DT. A los 6 años, según Antonio Riccardi, uno de los técnicos del AS Bondy, su primer equipo, ya sabía driblear. Su hermano mayor es también futbolista profesional; el menor tiene ya un contrato preliminar con el PSG. La familia, en este punto, funciona como una empresa con misión y visión en la que todos los miembros son capaces de entender y apoyar el duro camino del profesionalismo deportivo. Tener esa red de soporte es una ventaja grandísima, tanto en el acompañamiento como en la construcción de una mentalidad ganadora. Y Mbappé la ha aprovechado perfectamente.
Pero no ello no es suficiente, el talento encaminado necesito un sistema que lo reconozca y pula. El Estado tiene un rol clave aquí. A los 11 años fue reclutado por el Instituto Nacional de Fútbol y llegó a Clairefontaine, la academia nacional francesa, donde prosiguió su formación. Francia, desde una concepción de la nacionalidad que parte de su vieja tradición del derecho de suelo (siglo XVI), adoptó una política integradora con los hijos de migrantes y los incorporó al proyecto nacional. Mbappé ha sido un feliz beneficiario de esta política y de este semillero, probablemente el mejor del mundo, y por ende su integración a Les Bleus ha sido bastante menos traumática que aquella que tuvieron los hijos de migrantes en Alemania, por ejemplo, donde alguna vez Mesut Özil llegó a decir que cuando ganaba los aficionados lo trataban como alemán, pero cuando perdía era turco.
La empresa privada, finalmente, se encargó de financiar el proyecto. Ya a los 12 años, le confesó un scout del Sevilla a The Guardian, todos los clubes de Europa estaban al tanto de Mbappé e, incluso para una institución importante como la española, era demasiado tarde como para pretender ficharlo. A esa edad, Nike tenía dos años proveyéndole chimpunes gratuitamente y le firmó su primer contrato de representación publicitaria. A los 14 había sido invitado a jugar a las inferiores del Real Madrid y el Chelsea. A los 16 debutaba profesionalmente por el Mónaco, club con el que ganaría la Ligue 1 a los 18. A los 19 años, meteóricamente, era campeón del mundo.
Dos días antes de que cumpla 24 años, este domingo, Mbappé podrá celebrar su segundo mundial. Como se ve, el camino ha sido más largo de lo que parece, y más planificado de lo que cabe imaginar. Para encontrar una referencia de éxito que sirva de comparación en cuanto a logros, solo es posible remitirnos al más grande de la historia, Pelé. No hay otro jugador que resista la comparación a esa edad. Y también es el mejor elogio posible.
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