Bien reza el dicho que “quien a hierro mata a hierro muere”. Hoy se ha desempolvado un tema que ruboriza a Rusia: la misteriosa muerte de Alexandder Valterovic Litvinenko. El último espía de la KGB que sufrió una muerte trágica. Todos los dedos apuntan a Vladimir Putin.
Como se recuerda, Litvinenko fue un agente de la KGB que pasó a ser colaborador del servicio de inteligencia del Reino Unido (MI6). Ahora su nombre engrosa la lista de los agentes muertos con ponzoñosos procedimientos. Este tipo de personajes suelen ser parte de novelas y películas que relatan la épica de su oficio; sin embargo, pocos cuentan la historia de aquellos que fueron derrotados con sus propios métodos.
Hoy se discute si Putin ha sido el autor mediato de la muerte de Alexandder Litvinenko. Según las conclusiones del juez británico Robert Owen el mandatario ruso habría estado involucrado en este asesinato.
“La operación de la SFS [Servicio Federal de Seguridad ruso, el órgano sucesor de la KGB] para asesinar al señor Litvinenko fue probablemente aprobada por el señor (Nikokai) Patrushev, entonces director del SFS y también por el presidente Putin”, precisa Owen.
Desde una fragancia, un paraguas o la bebida preferida pueden ser los vehículos de la letal sustancia, como el polonio-201, que llevará al trágico desenlace.
A continuación, cuatro historias de espías que han tenido finales semejantes al de Alexandder Litvinenko:
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► 1) “El asesinato del paraguas”
Georgi Markov, un caso muy parecido al del agente Litvinenko, murió en 1978 por culpa de un paraguas. Era un dramaturgo búlgaro que residía en el Reino Unido y tenía un programa radial desde el cual lanzaba duras críticas contra el régimen comunista en su país.
A raíz de ello fue condenado en ausencia a seis años y medio de cárcel, por atentar desde el exterior contra los intereses de Bulgaria. Sus agudas críticas habían encolerizado a los más poderosos en su país, en especial al dictador Todor Zhikov.
Ya en dos oportunidades, el dramaturgo se había librado de ser envenenado. Pero en la mañana de un 11 de setiembre, cuando esperaba en la fila del autobús que lo llevaría a su trabajo en la estación de la BBC, sintió un pequeño hincón en la pierna derecha.
Seguidamente, un hombre de acento extranjero se disculpó y ambos siguieron sus caminos. Aquella noche, tras haber comentado en la oficina el incidente con sus colegas, el dolor se agravó y vino acompañado de intensas fiebres. Tres días después Markov falleció.
El primer diagnóstico señaló que la muerte fue a causa de una septicemia, debido a un problema renal. Luego, los médicos forenses encontraron en la herida una pequeña esfera, similar a la cabeza de un alfiler de metal, con 0,2 miligramos de ricino, una letal sustancia. Al parecer el ricino había ingresado al cuerpo de Markov a causa del piquete realizado con el paraguas en la parada del autobús.
Tras su muerte, un general búlgaro mandó destruir los documentos del caso y fue a prisión, otro se suicidó y un espía que habría participado de la operación murió en un trágico accidente automovilístico. Años más tarde, dos ex agentes de la KGB aseguraron que esta organización había perpetrado el asesinato de Markov de la mano de espías búlgaros.
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► 2) “El cheque de la muerte”
La afamada espía de la Primera Guerra Mundial, Margaretha Geertruida Zelle, mejor conocida como Mata Hari, fue condenada a muerte tras haber servido como doble agente en este período.
La holandesa fue famosa a inicios del siglo XX por sus exóticos encantos al bailar y amar. Incluso en su juicio se hizo recuerdo de ello.
Mata Hari siempre se vio atraída por uniformes militares que tras un fallido matrimonio la ayudaron a salir de la miseria, jugando en dos bandos durante el evento contencioso más importante de inicios de siglo. Se hizo famosa como bailarina exótica, se presentaba en Europa cubierta de gazas que iba descubriendo a cada paso mientras engañaba a su audiencia y les hacía creer que era una princesa proveniente de Java.
Fue la espía más cara y consentida, tanto así que para deshacerse de ella los alemanes le tendieron una trampa. “Era su espía mejor pagada, se había convertido en una carga financiera y el aumento de la vigilancia francesa había disminuido su eficacia”, cuenta Irving Wallace en su “Almanaque de lo insólito”.
Sabiendo que la bailarina estaba entre dos fuegos, el servicio secreto alemán le envió un mensaje cifrado en el que le prometían pagarle un jugoso cheque en París. La misiva estaba escrita en un código que los alemanes sabían que los franceses podrían descifrar.
Mata Hari nunca fue a cobrar el dinero. El juicio que la llevó a la muerte no escatimó en detalles sexuales. Sus numerosos amantes le ofrecieron un sinnúmero de alternativas para escapara a su cruel destino. Uno le sugirió que se presentara semi desnuda y solo con un abrigo de piel para que en el momento mostrara su cuerpo, al que ningún hombre osaría disparar. Un piloto le prometió estrellar su avión contra el pelotón de fusilamiento. Otro amante le pidió acogerse a la ley que impedía ejecutar a una mujer embarazada. Incluso le ofrecieron sobornar a sus verdugos para que usen cartuchos vacíos. Pero la dama decidió no escapar de la muerte.
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► 3) “Perfume de mujer”
El Perú no es ajeno a estos casos. Un agente ecuatoriano fue seducido rumbo a su fatal destino. Las rutinas y los instintos suelen ser los principales verdugos de un espía, por ello se aconseja apegarse al estoicismo.
El ecuatoriano Enrique Duchicela, sargento primero de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, perdió la vida por seguir sus instintos carnales. Mientras realizaba una labor encubierta en la embajada ecuatoriana en Lima para conseguir información clasificada sobre el armamento peruano, fue seducido por Teresa. Una dama que se presentó en la sede diplomática para pedir información para viajar a Quito.
La atractiva mujer que inmediatamente hizo química con el agente, logró concertar una primera cita con él. “Cuando era evidente que entre los dos había mucha simpatía, Duchicela celebró esta coincidencia feliz: él también viajaría dentro de poco a Ecuador. Tendría mucho gusto de ayudarla a conocer Quito, por supuesto si a ella le parecía bien”, precisa Ricardo Uceda en su libro “Muerte en el Pentagonito”.
En la segunda cita, Teresa invitó a Duchicela a un departamento de Miraflores, donde lo esperaban agentes del SIN. El ecuatoriano no terminaba de entrar cuando sintió el empujón. Al poco tiempo fue trasladado en una maleta rumbo al Pentagonito. Nunca vio a Teresa. Fue interrogado durante cuatro días. Le prometieron que al final sería entregado a su embajador. Le mintieron. Fue conducido al incinerador de papeles, donde se encontró junto al cuerpo del agente peruano que había sido su contacto. Sus últimas palabras fueron silenciadas con un balazo, lo quemaron hasta las cenizas.
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► 4) “Amor filial”
A veces la familia puede ser el pero verdugo. Ni el espionaje durante la Independencia de Estados Unidos se salvó. Nathan Hale, un capitán del ejército de George Washington, trabajó como un eficaz granjero en territorio inglés. A sus 21 años, se dedicó a dibujar mapas y pasar datos de los ingleses al ejército de Washington, hasta que un pariente suyo lo delató.
Tras pasar por un agudo interrogatorio, Hale fue conducido a la horca. En aquella época, los espías eran considerados combatientes ilegales. Se dice que las últimas palabras de Hale fueron: “Solo lamento tener una única vida que perder por mi país”.
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► 5) El hermano delator
Un caso similar es el del matrimonio Rosenberg durante la época del macartismo en Estados Unidos. Ethel y Julius Rosenberg fueron una pareja de científicos estadounidenses acusados de vender secretos atómicos a la Unión Soviética. El dedo acusador vino de parte del hermano de Ethel, David Greenglass, un mecánico del Ejército. David sostenía que la pareja estaba vinculada al Partido Comunista y que le habían solicitado información del laboratorio atómico de los Álamos, sacando provecho de su empleo. Solo con esta información, los esposos fueron condenados a la silla eléctrica. Los Rosenberg eran inocentes.
Por otra parte, en Rusia la vinculación entre los venenos y la política parece ser muy estrecha. En el 2004, el candidato presidencial ucraniano Víktor Yúshchenko sufrió una deformación en el rostro por intoxicación con dioxina. Ese mismo año la periodista Anna Politkóvskaya sufrió una insuficiencia orgánica luego de beber una infusión. Dos años más tarde fue asesinada. Su caso fue el último que Alexandder Litvinenko investigó.