Cuando el líder soviético Joseph Stalin murió el 5 de marzo de 1953, pareció que toda la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se sumía en el luto.
Sin embargo, tras el dolor exterior, había sentimimentos encontrados hacia un personaje bajo el cual millones de personas habían perecido en purgas y hambrunas, y millones más soportaban la pobreza.
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Durante sus casi tres décadas en el poder, Stalin trató de proyectar una autoridad incuestionable y reprimió brutalmente las voces disidentes.
Sin embargo, en la Unión Soviética hubo protestas. No eran frecuentes ni a gran escala, pero indicaban que muchos no estaban de acuerdo con el régimen totalitario. Una de estas protestas la protagonizaron tres niños.
Los hechos ocurrieron en Cheliábinsk, una ciudad industrial de los Urales, una región montañosa que separa las partes europea y asiática de Rusia. En la urbe había una fábrica de tractores.
Un día de la primavera de 1946, tres adolescentes colocaron panfletos en el centro de la ciudad. Los vecinos que hacían cola para comprar comida los observaban cansados.
Los chicos no tenían pegamento, así que utilizaron pan mojado en agua para pegar las hojas de papel, arrancadas de sus cuadernos escolares, en paredes y postes de luz.
“¡Pueblo hambriento, levántate a luchar!”, había garabateado uno de los estudiantes.
Una mujer de la cola leyó el papel. “Esto lo ha escrito una persona inteligente”, comentó.
Los chicos eran Alexander (conocido como Shura) Polyakov, Mikhail (Misha) Ulman y Yevgeny (Genya) Gershovich. Todos tenían 13 años y Shura Polyakov era el líder del grupo.
La familia de Polyakov era originaria de Járkov, en la actual Ucrania, y él había sido evacuado a los Urales con su madre, su abuela, su hermana y su tía. Los cinco compartían una habitación, mientras la ciudad luchaba por alojar a los evacuados de la guerra.
El padre de Shura había muerto en la II Guerra Mundial y su madre mantenía a la familia trabajando como abogada.
Genya Gershovich también creció sin padre, pero por un motivo diferente. Nació en Leningrado (hoy San Petersburgo), y en 1934 su padre fue detenido, acusado falsamente de pertenecer a una red clandestina que planeaba derrocar al gobierno.
El hombre pereció sin dejar rastro.
Para mantener a salvo a sus dos hijos, la madre de Genya se trasladó a Cheliábinsk. A pesar de que su marido era “un enemigo del pueblo”, consiguió un trabajo como profesora de secundaria.
El padre de Genya fue ejecutado antes de la guerra, pero la familia solo se enteró de su muerte mucho más tarde.
Misha Ulman, al igual que Genya, también era originario de Leningrado. Pero su familia estaba intacta, y sus padres se mudaron a Cheliábinsk al comienzo de la guerra para trabajar en la fábrica local de tractores, que en aquella época producía tanques y no maquinaria agrícola.
En Cheliábinsk, la familia de Misha vivía en condiciones de hacinamiento excepcionales, obligada a compartir habitación con un extraño. La habitación estaba dividida por un tendedero y una sábana que colgaba de él.
Los tres niños iban a la misma escuela. Ulman y Gershovich incluso se sentaban en el mismo pupitre de la clase.
Aunque sólo tenían 13 años, los chicos ya leían las obras de Marx, Lenin y del propio Stalin como parte de su programa escolar. De estos libros aprendieron que aceptar la injusticia era un error.
También estudiaban atentamente la letra de “La Internacional”, un himno del movimiento obrero escrito en la década de 1870 por un revolucionario francés y que más tarde pasó a ser usado por todos los que luchaban contra la desigualdades sociales.
La canción fue el himno nacional soviético entre 1922 y 1944. Los chicos no podían creer que la letra, que llamaba a las masas a levantarse contra las diferencias sociales, no estuviera prohibida en la Unión Soviética.
Los chicos y sus familias se enfrentaban a graves dificultades económicas y vivían al borde de la inanición con las raciones de comida de la posguerra.
En la época había un chiste popular en la Unión Soviética, el cual hablaba sobre el momento en que los líderes de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética, reunidos en la Conferencia de Yalta en febrero de 1945, discutían qué método emplear para ejecutar a (el líder nazi Adolf) Hitler, cuando la guerra acabara.
Churchill, entonces primer ministro británico, sugirió la horca. Roosevelt, el presidente estadounidense, propuso la silla eléctrica. Y Stalin, el líder soviético, creyó que la forma más eficaz sería poner a Hitler bajo raciones de comida soviética. Los otros dos estuvieron de acuerdo en que ése sería el castigo más cruel.
Pero no todo el mundo en la Unión Soviética se veía obligado a sobrevivir con raciones escasas. Los tres chicos tenían un compañero de clase cuyo padre era el director de una fábrica.
El estilo de vida de ese compañero era completamente distinto al de ellos: un chofer le llevaba a la escuela, comía comida mucho más rica en el almuerzo y en su fiesta de cumpleaños los chicos pudieron degustar agua con gas y ver películas de Charlie Chaplin, proyectadas en una pared.
La casa donde vivía la familia del director era espaciosa y cómoda, y no tenían que compartirla con ningún desconocido. Parecía sacada de un cuento de hadas.
Las condiciones de vida de los trabajadores de la planta de Cheliábinsk eran duras antes de la guerra: muchos vivían en sótanos y trincheras. Con el comienzo del conflicto bélico, la ciudad enfrentó a una afluencia de evacuados de las regiones occidentales de Rusia, lo que empeoró la situación.
En diciembre de 1943, la dirección de la fábrica descubrió que hasta 300 trabajadores dormían en la planta, en el suelo del taller, ya que no tenían adónde ir. Algunos decían que no tenían ropa de invierno, otros que no tenían calzado y que por eso no podían salir de allí.
Aunque la gente estaba dispuesta a soportar penurias durante la guerra, cuando esta terminó, su paciencia se agotó. Los ciudadanos estaban alegres por la derrota de la Alemania nazi, pero muchos en Cheliábinsk estaban hartos de la constante humillación de vivir en la miseria.
Los tres chicos escuchaban a los adultos quejarse de la humedad de los sótanos, de las goteras en los tejados, de la sopa hecha de ortigas, de pasar cuatro años sin ver una barra de jabón y de muchos otros problemas.
Los jóvenes experimentaban una pobreza extrema y sentían que tenían muy poco que perder.
Los adolescentes estaban cada vez más enfadados con la injusticia que observaban y con el contraste entre lo que la propaganda soviética afirmaba que era la vida en un país socialista y lo que ellos podían ver con sus propios ojos.
Un día de abril de 1946, los chicos arrancaron una página de un cuaderno escolar y escribieron:
“¡Camaradas, trabajadores, miren alrededor! El gobierno les ha estado achacando nuestros problemas a la guerra, pero la guerra terminó. ¿Han mejorado sus condiciones? ¡No! ¿Qué les ha dado el gobierno? ¡Nada! Sus hijos pasan hambre y, sin embargo, les cuentan cuentos sobre una infancia feliz. Camaradas, miren a su alrededor y entiendan lo que realmente está pasando”.
Al principio, los chicos sólo ponían sus carteles por la noche, pero al cabo de unos días se volvieron más atrevidos y dejaron de preocuparse por las consecuencias. Incluso pidieron ayuda a algunos de sus compañeros de clase.
Los temidos servicios de seguridad de la NKVD, lo que luego sería el KGB y ahora en el FSB, se enteraron rápidamente de la situación y no tardaron en descubrir que los panfletos antigubernamentales habían sido elaborados por unos escolares.
Las escuelas se enfrentaron a comprobaciones de la caligrafía de cada alumno para identificar a los culpables. Los niños de toda Cheliábinsk tuvieron que escribir palabras como “camarada” y “feliz infancia”.
Yevgeny Gershovich fue el primero en ser detenido. Luego Alexander Polyakov, y a finales de mayo de 1946 Mikhail Ulman. Sus familias estaban conmocionadas y aterrorizadas.
Los chicos se enfrentaron a un interrogatorio implacable por parte de los servicios de seguridad, que también intentaban condenarlos por simpatizar con los nazis. Los adolescentes estaban indignados: ¿cómo podían ser nazis también los marxistas devotos?
Gershovich y Polyakov fueron juzgados en agosto de 1946 y declarados culpables de difundir propaganda antisoviética. Los dos fueron condenados a tres años de prisión juvenil.
Más tarde recordaron aquella época horrenda, con las palizas regulares y el acoso de otros jóvenes reclusos, encarcelados por delitos penales.
Ulman tuvo suerte: como no había cumplido los 14 años en el momento de su detención, se libró por completo del castigo. Sus padres regresaron rápidamente a Leningrado para mantenerse alejados de los Servicios de Seguridad de Cheliábinsk.
Gershovich y Polyakov también salieron relativamente bien parados, ya que fueron liberados a finales de 1946 con una sentencia suspendida.
La corta edad de los muchachos tal vez les ayudó a escapar de un castigo mucho más duro.
Pero también es posible que los servicios de seguridad y los jueces se sintieran sorprendidos por la seriedad de los jóvenes rebeldes que, a pesar de vivir en uno de los regímenes más totalitarios, creían que podían protestar contra la injusticia social y obligar al gobierno a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.
Más tarde, tanto Ulman como Polyakov emigraron a Israel, donde este último sigue viviendo con su esposa y donde la BBC pudo hablar con él.
Ulman se trasladó más tarde a Australia, donde murió en 2021.
Yevgeny Gershovich fue detenido de nuevo a finales de la década de 1940, poco después de ser expulsado de la universidad, sospechoso de tener inclinaciones antisoviéticas.
Fue condenado a 10 años de prisión, pero fue liberado poco después de la muerte de Stalin, junto con millones de víctimas de la represión. Murió en la década de 2010.
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