Ansioso, acelerado, preocupado, pero seguro de sus hallazgos, expansivo en sus gestos, atropellado al hablar e hiperactivo. Así vivió Alberto Nisman sus últimas horas entre Puerto Madero y su fiscalía, preparando la exposición en el Congreso que nunca ocurriría.
Separado desde hacía más de tres años de la jueza federal de San Isidro Sandra Arroyo Salgado, Nisman estaba en Amsterdam con una de sus hijas la semana pasada, para celebrar sus 15 años, cuando tuvo un entredicho telefónico con su ex mujer. El viernes 9 ya había decidido volver antes de lo previsto de España, donde pensaba pasar el fin de semana esquiando con su hija. Iban a ir a Andorra. Pero cambió de planes y Arroyo Salgado recogió a la chica en España y siguieron viaje juntas.Seguir a @Mundo_ECpe!function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Alberto Nisman quería saber qué pasaba en Buenos Aires, qué se comentaba y si, más allá de la pelea entre la Justicia y el Gobierno por la designación de 16 fiscales subrogantes, había trascendido algo de lo que él tenía preparado.
Una vez aquí, el lunes apuró su trabajo para tener lista la denuncia en la que venía trabajando desde hacía dos años. Acicateó a sus empleados, tuvo discusiones con algunos de ellos, pero el miércoles llegó a presentarla.
Nisman estaba inquieto esa mañana. Pensaba que algo se tramaba en su contra. “Me están preparando algo”, le dijo a un amigo al que llamó a media mañana. No le dijo más, pero le dio a entender que se relacionaba con algo de su trabajo, una denuncia, un sumario o algo así. Fuentes de la Procuración General de la Nación negaron la semana pasada y ayer mismo que se estuviera pensando en apartarlo de la unidad fiscal a cargo de la causa AMIA. Ni antes ni después de su denuncia. Indicaron que, por el contrario, le habían ofrecido reforzar su custodia.
Alberto Nisman señaló la semana pasada que no creía que lo fueran a remover de su cargo porque pensaba que, si bien Gils Carbó mucha simpatía no le tenía, sacarlo “va a tener un costo”, según escribió en un chat a un amigo suyo el 7 de enero.
Días después les envió a sus amigos un largo mensaje de WhatsApp que decía: “Este es un mensaje de difusión masiva para un grupo pequeño y querido de amigos y allegados que no siguen el día a día mi actividad. Es simplemente informativo, por favor no responderlo. Debí suspender intempestivamente mi viaje de 15 años a Europa con mi hija y volverme. Imaginarán lo que eso significa. Pero a veces en la vida los momentos no se eligen. Simplemente las cosas suceden. Y eso es por algo. Esto que voy a hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que me vengo preparando para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Sería largo de explicar ahora.
“Como ustedes ya saben -agregó en el mensaje-, las cosas suceden y punto. Así es la vida. Lo demás es alegórico. Algunos sabrán ya de qué estoy hablando, otros algo imaginarán y otros no tendrán ni idea... Hasta dentro de un rato. Me juego mucho en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones. Y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido. Sé que no va a ser fácil, todo lo contrario. Pero más temprano que tarde la verdad triunfa. Y me tengo mucha confianza. Haré todo lo que esté a mi alcance, y más también, sin importar a quién tenga enfrente. Gracias a todos. Será justicia. ¡Ah! Y aclaro, por si acaso, que no enloquecí ni nada parecido. Pese a todo, estoy mejor que nunca. Jajaja :)”
Ese miércoles 14 de enero cuando hizo pública su denuncia estuvo en su fiscalía, donde LA NACION lo entrevistó pasado el mediodía. Se lo notaba hiperkinético, verborrágico, con párrafos extensos llenos de subordinadas. Estaba preocupado porque quedara claro que no se trataba de un ataque político sino basado en pruebas. Además, quería destacar que estaba pensando en una nueva estrategia para extraditar a los iraníes prófugos, dándole intervención a un organismo internacional al que Irán reconoce e integra.
Dijo ese día que no temía represalias, pero se refirió a las decisiones administrativas de su jefa, Gils Carbó. No imaginaba nada más. “Apoyame, no me dejen solo en ésta. Me la juego toda”, dijo antes de despedirse, atolondrado.
Habló más tarde con periodistas locales y corresponsales extranjeros. A la tarde se fue a su departamento de Puerto Madero. La noche anterior no había dormido y sólo quería descansar y prepararse para la entrevista que a las 22 tenía previsto dar en TN. Que Nisman fuera explosivo, atolondrado y ansioso era lo habitual. Se dio una ducha y accedió a unas fotos para LA NACION de traje y corbata en la vereda del edificio Le Parc de Puerto Madero donde lo cuidaban 10 custodios de la Policía Federal en turnos de 24 horas. El resto de la semana dio entrevistas y organizó su visita de ayer al Congreso. Habló varias veces con la diputada Patricia Bullrich. Quería asegurarse que la sesión donde iba hablar de las pruebas de su denuncia fuera reservada. Temía que la pelea política entre opositores y oficialistas eclipsara el peso de lo que iba a decir.
Las rutinas de seguridad eran siempre las mismas, hablar desde un celular seguro, O hacerlo desde la central de su fiscalía donde transferían la llamada cualquiera que sea el lugar del mundo donde Alberto Nisman estuviera,
El viernes al mediodía almorzó en Puerto Madero, Optó por el sushi en el restaurante Itamae, de donde era cliente y sabía que era poco concurrido. Eligió una mesa escondida, detrás de una celosía. Su celular no paraba de sonar. No estaba angustiado, sino entusiasmado y seguro de su investigación. Atolondrado y atropellado en sus palabras. Se fue en un Ford Mondeo oscuro con vidrios polarizados hasta su fiscalía donde trabajó.
El sábado trabajó por teléfono con empleados suyos en la preparación de la presentación del Congreso. El domingo a la tarde su celular sonaba sin que nadie lo atendiera, seguía recibiendo mensajes de WhatsApp, pero ya nadie los respondía.
Fuente: La Nación de Argentina / GDA