“Después de enviarle a un amigo varios cestos de plantas temporada tras temporada, todos sin resultados satisfactorios... le envié algo de esto”, explicó el botánico John Wood en 1884. Estaba escribiendo un manual de jardinería y colmó de elogios a un sensacional y nuevo arbusto que incluso el horticultor más desafortunado podría manejar.
Era una importación del Lejano Oriente con agradables brotes rojos, hermoso follaje en forma de corazón y tallos que se arqueaban con gracia.
En resumen, Wood no tenía nada malo que decir sobre la planta, que si la dejabas crecer durante unos años, formaría un “matorral encantador”...
Por supuesto, no se trataba de un arbusto ordinario: era una hierba nudosa japonesa (Fallopia japonica) con un detalle deslumbrante que Wood se había olvidado de mencionar.
Aparte de sus cualidades estéticas nobles, aunque quizás un poco exageradas, tiene un valor perversamente bueno, porque una vez que la tienes, es (casi) permanente: nunca morirá, y sin una acción drástica, las generaciones futuras estarán luchando contra bosques de densos tallos por los próximos siglos.
De las 13.000 especies foráneas que han dado la vuelta al mundo desde que comenzó el colonialismo en el siglo XV, la hierba nudosa japonesa es ampliamente considerada como una de las más intratables: asfixia los jardines suburbanos, se traga franjas enteras de vías férreas, e inunda canales y parques nacionales.
Si a este arbusto invasor se lo dejara crecer a voluntad, podría apoderarse rápidamente de todo Reino Unido, excepto los parches sombreados donde hay árboles, dice Dan Eastwood, profesor de biociencias en la Universidad de Swansea, en Reino Unido. “Habría una dominación general”, dice.
Pero quitar esta maleza por completo es extremadamente difícil y consiste esencialmente en extraer la tierra misma: cavar al menos 5 metros de profundidad y desechar todo el lote casi como si fuera radioactivo.
Si queda algo, puede regresar una y otra vez, regenerándose a partir de los fragmentos más pequeños y emboscando a los jardineros hasta 20 años después de que aparentemente haya desaparecido. Un estudio encontró que el arbusto podría volver a crecer a partir de un fragmento de raíz de solo 0,3 g, alrededor del peso de una pizca de sal.
Desafortunadamente, tampoco puedes echarle un poco de herbicida. “Podría volver a crecer aunque parezca muerto”, señala Kevin Callaghan, director de Especialistas en hierba nudosa japonesa, una empresa de erradicación con sede en Londres.
Aparte del hecho de que un monocultivo de malas hierbas de 3 metros de altura no es ideal para un jardín y tampoco lo es para la vida silvestre, la infestación de este arbusto también puede tener consecuencias financieras catastróficas.
En Reino Unido, la presencia de un solo tallo puede reducir instantáneamente entre un 5% y un 15% el valor de una casa y hacer que muchos bancos rechacen una hipoteca.
Entonces, ¿cómo logró la hierba nudosa japonesa volverse tan asombrosamente resistente? ¿Y descubriremos alguna vez cómo vencerla?
El 9 de agosto de 1850, el jardín botánico Kew Gardens en Londres recibió un paquete sorpresa por correo.
El inesperado regalo contenía una serie de plantas inusuales y una nota que revelaba la identidad del misterioso benefactor: Philipp Franz Balthasar von Siebold, médico y botánico alemán.
Von Siebold había regresado recientemente del territorio japonés de Dejima, frente a la costa de la ciudad de Nagasaki, un puesto comercial construido en una isla artificial. Fue el único punto de contacto que tuvo el país con el mundo exterior durante el aislacionista período Edo, cuando el país cerró sus fronteras a los extranjeros durante más de dos siglos.
Como médico de renombre, Von Siebold tuvo un acceso sin precedentes a una variedad de contactos en Japón y los utilizó para satisfacer su pasión por las plantas: tenía personas recolectando especímenes de todo el país. Pero después de una rara visita al continente y un desafortunado incidente relacionado con un mapa prohibido, que los funcionarios locales encontraron en su equipaje, finalmente se le pidió que se fuera.
Entonces, Von Siebold empaquetó unas 2.000 plantas y regresó a Europa. Esto incluía un arbusto magnífico y extenso que se encuentra en Asia, incluidos Japón, Taiwán y Corea del Sur, donde se valoraba por sus usos en la medicina tradicional y, curiosamente, como verdura. Cuando se cocinan, sus brotes frescos tienen un sabor agrio y fresco similar al del ruibarbo.
En poco tiempo, nació Von Siebold & Company of Leiden, una empresa especializada en la venta de plantas del Lejano Oriente, con sede en Países Bajos. Y desde el primer momento, la Fallopia japonica fue una de sus plantas estrella.
Era natural que esta vigorosa belleza se compartiera con los demás, y Kew Gardens recibió debidamente su propio ejemplar. A partir de ahí, su conquista fue rápida.
La Fallopía japonica fue un éxito y, en tan solo unas pocas décadas, estaba hundiendo sus profundas raíces en la tierra en Oceanía, América del Norte y gran parte de Europa. Muchos de estos grupos del siglo XIX todavía existen hoy en día, exactamente en los mismos lugares en los que fueron plantados. Se dice que la planta sobrevive tanto al jardín como al jardinero.
Según Eastwood, esta temprana popularidad es la primera pista de sus formidables poderes de invasión. “La realidad es que fue traído a este país y plantado en masa desde la era victoriana, durante un período bastante considerable”, dice. “Entonces, cuando hablas de la cantidad de individuos que colocas en un ecosistema antes de que pueda establecerse [allí], los seres humanos en realidad jugaron un papel importante en eso”.
Sin embargo, los jardineros no merecen todo el crédito. El arbusto es realmente excepcional: un invasor alienígena verdaderamente fuera de este mundo, de una tierra estéril de lava y gases tóxicos. El hábitat natural de la planta son las laderas de los volcanes, donde es una de las primeras en establecerse después de una erupción.
Puede hundir sus famosas raíces imparables en roca volcánica sólida y fresca, y allí acechará durante años, aferrándose incluso si sus tallos y hojas sobre el suelo están sepultados en magma incandescente.
A un mundo de distancia de este entorno hostil, en el paraíso del jardín suburbano promedio, estas adaptaciones naturales significan que la planta es prácticamente imposible de vencer. Y esta historia es el secreto de su decidida expansión y su impresionante supervivencia.
“Todos los años, cuando comienza la fotosíntesis y la planta capta la energía de la luz, toma ese recurso y lo pone bajo tierra”, dice Eastwood. Las partes superficiales se marchitan y mueren cada invierno, pero sus rizomas -una especie de tallo modificado y retorcido- todavía están allí, anidados en el suelo, reteniendo los azúcares que produjo cuando todo iba bien.
La próxima primavera, la planta envía nuevas raíces para expandir su área de distribución lateralmente, y estas a su vez dan lugar a más tallos sobre el suelo. De esta manera, avanza lentamente, hasta que ha monopolizado cada centímetro de espacio disponible.
Este sistema de dos partes, con partes del cuerpo por encima y por debajo del suelo, significa que es extremadamente difícil controlarla con productos químicos. El más efectivo es el glifosato, que actúa inhibiendo una enzima que las plantas necesitan para producir aminoácidos, y la mejor forma de usarlo es contradictoria.
Como muchos propietarios han descubierto en su afán por erradicarla, si usas demasiado, puede ocurrir que la planta se propague accidentalmente.
La parte que se ve por encima del suelo es la corona: esta es la parte dominante de la planta que acumula energía de forma activa. Pero tiene respaldo. “Alrededor de esas coronas hay brotes inactivos, por lo que podrían generar un nuevo crecimiento, pero no lo hacen porque la corona los suprime”, dice Eastwood.
Entonces, si inundas una de estas malas hierbas con herbicida, podrías matar la corona por completo y, de repente, todos sus brotes satélites se despertarán.
Poco sabía Von Siebold cuando envió la primera muestra a Londres que se convertiría en uno de los mayores villanos de la historia de la botánica.
Desafortunadamente, la hierba nudosa japonesa no es la única planta invasora con un futuro brillante que se traga vastas extensiones del planeta. De hecho, las otras dos malezas principales que actualmente preocupan a terratenientes, gobiernos y ambientalistas comparten algunas similitudes asombrosas.
El Heracleum mantegazzianum llegó a Reino Unido en 1819, después de que se enviaran semillas a los Jardines de Kew desde las montañas del Cáucaso en Rusia. Hoy en día, sus tallos altísimos y sus flores blancas se pueden ver en toda Europa y América del Norte, sobresaliendo de los arcenes de las carreteras, a lo largo de las vías del tren y cerca de los cursos de agua.
Además de ser invasivo, es extremadamente tóxico: aparece regularmente en los titulares después de que los transeúntes desprevenidos sufran graves ampollas y quemaduras químicas debido a su savia.
La Impatiens glandulifera llegó dos décadas después, luego de que un cirujano de India enviara muestras a la Sociedad Hortícola de Londres. Rápidamente se convirtió en una planta popular, apreciada por sus delicadas flores rosadas parecidas a las orquídeas y su follaje espeso.
Pero en unos pocos años se escapó a la naturaleza, y para el cambio de siglo ya se consideraba una maleza.
Junto con la hierba nudosa japonesa y muchas otras, como los rododendros, estas plantas están liderando el botanocalipsis, el reemplazo gradual de las plantas nativas por aquellas que son difíciles de controlar.
Y la historia está lejos de terminar. Aunque la era de los jardines expansivos del siglo XIX y las importaciones de plantas no reguladas han quedado atrás, se cree que muchas plantas presentes en millones de patios traseros en todo el mundo tienen un potencial invasivo.
Eastwood está dispuesto a apostar que el próximo gran invasor será la anémona japonesa. Con flores rosadas, moradas o blancas en forma de platillo en tallos delgados, este miembro de la familia de los ranúnculos es popular para agregar color a los jardines a fines del verano.
Pero al igual que con la Fallopia japónica, puede propagarse fácilmente bajo tierra y tomar el control rápidamente. Tal vez a la gente no le importe tanto un invasor tan bonito; ciertamente es difícil imaginar que su presencia reduzca el valor de una propiedad. Pero si sucede... digamos que lo escuchaste aquí primero.
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