En el centro de la ciudad rusa de Yefremov, situada 320 km al sur de Moscú, hay un muro revestido de imágenes de guerra.
Son retratos a gran tamaño de soldados rusos con el rostro enmascarado, pistolas y las letras Z y V en grande, que son símbolos de la llamada “operación militar especial” del país en Ucrania.
Mira: Oficina de la Corte Penal Internacional en Ucrania permitirá mejor investigación crímenes de guerra, asegura Zelensky
También se lee un poema:
La bondad ha de tener puños.
La bondad precisa de una mano de hierro
Para arrancar la piel de aquellos
Que la amenazan.
En Rusia esta es la imagen oficial y patriótica de la invasión a Ucrania.
Pero en Yefremov encontramos otra imagen de la guerra de Ucrania. Una muy diferente.
La concejala de la ciudad, Olga Podolskaya, me enseña una foto en su teléfono móvil. Es de un dibujo de una niña.
A la izquierda se ve una bandera ucraniana con las palabras “¡Gloria a Ucrania!”; a la derecha, la tricolor rusa y la inscripción “¡No a la guerra!”. Vuelan misiles desde Rusia pero una madre y su hija se interponen, desafiantes, en su camino.
El dibujo es de abril de 2022 y lo hizo Masha Moskaleva, que entonces tenía 12 años.
Alexei, el padre soltero de la niña, habló entonces con la concejale y esta le dijo que, tras ver el dibujo de Masha, la escuela había llamado a la policía.
“La policía comenzó a investigar las redes sociales de Alexei”, me dice Olga. “Y le dijeron que estaba criando mal a su hija”.
Las autoridades presentaron cargos.
Por una publicación contra la guerra en sus redes sociales, Alexei recibió una multa de 32.000 rublos (Unos US$415 en aquel momento) bajo el cargo de desacreditar a las fuerzas armadas rusas.
Y hace unas semanas se abrió una causa penal en su contra por las publicaciones contra la guerra, con la misma acusación de desacreditar al ejército.
Esta vez Alexei se enfrenta a una posible pena de prisión.
El padre de Masha se encuentra bajo arresto domiciliario en Yefremov y su hija ha sido enviada a un centro de menores, sin permitirlesa ambos comunicarse, ni siquiera por teléfono.
“Nadie ha visto a Masha desde el 1 de marzo”, me explica Olga Podolskaya, “pese a nuestros intentos de acceder al centro de menores y averiguar cómo está”.
“Las autoridades rusas quieren que todos obedezcan las reglas. Nadie puede tener opinión propia. Si no están de acuerdo con lo que uno piensa ignoren sus publicaciones en redes sociales, pero no pongan a esa persona bajo arresto domiciliario y a su hija en un centro de menores”, protesta.
Nos encontramos frente a un bloque de apartamentos en Yefremov. Se abre una ventana y un hombre se asoma. Es Alexei.
No se nos permite comunicarnos con él. Según las reglas de su arresto domiciliario, solo se le autoriza a tener contacto con su abogado, el investigador y el servicio penitenciario.
Su abogado, Vladimir Biliyenko, acaba de llegar. Ha venido a entregar a Alexei comida y bebida que activistas locales han comprado para él.
“Está muy preocupado por la ausencia de su hija”, me comenta Vladimir, tras visitar a Alexei Moskalev. “Todo en el piso le recuerda a ella. Está preocupado por lo que le pueda estar pasando”.
Le pregunto al abogado por qué cree que las autoridades se llevaron a Masha.
“Si realmente querían interrogar al padre, deberían haberle pedido una declaración. También deberían haber invitado a Masha para hablar con ella”, sostiene Vladimir.
“Nada de esto se hizo. Simplemente decidieron enviarla (al centro de menores). Pienso que, de no ser por la naturaleza de los cargos administrativos y penales que recibió Alexei, esto no estaría sucediendo. Los servicios sociales parecen obsesionados con esta familia. Creo que es por razones puramente políticas. Los problemas de la familia comenzaron después de que la niña hiciera el dibujo”.
En la calle, hablo con algunos vecinos de Alexei para preguntarles qué opinan de la situación.
“Ella es una buena chica y nunca he tenido problemas con su padre”, afirma la jubilada Angelina Ivanovna. “Pero tengo miedo de decir algo. Tengo miedo”.
“Quizá podríamos recolectar firmas en apoyo (de Alexei)”, sugiere una mujer más joven. Pero, cuando le consulto su opinión sobre lo que está pasando, responde: “Lo siento, no puedo decírselo”.
Le pregunto si tiene miedo de las posibles consecuencias.
“Sí, claro”.
Apenas unos pasos separan el bloque de apartamentos de Alexei Moskalev de la Escuela Número 9, donde Masha estudiaba y cuyas autoridades llamaron a la policía por el dibujo contra la guerra de Masha.
La escuela no ha contestado de momento a nuestra solicitud por escrito de declaraciones. Cuando tratamos de visitarla nos dijeron que no podíamos entrar, y no respondieron a nuestras llamadas telefónicas.
Pero visité el sitio web de la Escuela Número 9 y sus imágenes me recuerdan al muro patriótico en el centro de la localidad.
La página de inicio presenta a los “Héroes de la Operación Militar Especial”: 24 retratos de soldados rusos que lucharon en Ucrania.
También hay lemas como “Todo por la victoria. ¡Apoyemos a nuestros jóvenes en la línea del frente!”
El pasado octubre, soldados que regresaron de Ucrania visitaron la Escuela Número 9.
En un discurso, la directora del turno de día, Larisa Trofimova, declaró: “Creemos en nosotros mismos y en nuestra patria, que nunca puede equivocarse”.
Al otro lado de la ciudad, los simpatizantes de la familia Moskalev y periodistas se reúnen en el juzgado local.
La Comisión de Asuntos Juveniles de Yefremov está tomando medidas legales para restringir de forma oficial los derechos de paternidad de Alexei.
Se trata de una audiencia inicial conocida como “una conversación” con el juez.
Su abogado, Vladimir Biliyenko, explica que Alexei quería estar aquí en persona, pero no se le ha permitido interrumpir su arresto domiciliario para comparecer ante los tribunales, pese a estar en juego la tutela de su hija.
En el pasillo del juzgado, un activista despliega un cartel.
“¡Devuelvan a Masha a su padre!”, reza.
Un agente de policía le dice que lo retire.
La Comisión de Asuntos Juveniles aún no ha respondido a nuestra solicitud de comentarios sobre el caso de Alexei Moskalev y su hija Masha.
Natalya Filatova, simpatizante de Alexei, cree que la historia de la familia Moskalev muestra la represión de la disidencia en Rusia.
“Nuestra constitución reconoce la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la libertad total de los ciudadanos para expresar sus opiniones”, me indica Natalya.
“Pero ahora nos prohíben hacer eso”, sentencia.
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