París. En el peor momento de los combates en Siria o en una mochila en Kenia, para tratar la malaria o para estudiar los bosques finlandeses, o incluso para llevar el mundo entero a un estudio de Beijing: el smartphone está en todas partes.
Se calcula que el número de usuarios de teléfonos inteligentes superará este año los 3.000 millones, apenas 10 años después del lanzamiento del primer iPhone de Apple, que supuso un verdadero cambio tecnológico. La AFP visitó a algunas de las personas que, actualmente, ya no pueden vivir sin su smartphone.
El ugandés Moris Atwine, un joven emprendedor de 25 años, contribuyó a desarrollar una tecnología móvil que permite detectar la malaria sin una extracción de sangre, y transmitir el resultado a un teléfono inteligente. Más allá de este proyecto, Moris Atwine, quien asegura no poder pasar “un día sin hablar a mi madre”, está en contacto “todas las horas o casi”, con “amigos y allegados”, “ya sea por SMS, por llamada o a través de WhatsApp”.
Qiao Xi hasta se refiere a su celular como un “novio”. Desde su estudio, completamente azul, de Beijing, esta joven de 21 años canta, baila y cuenta su vida a unos 600.000 espectadores a través de Huoshan, un canal de video en directo.
Muy lejos de esta audiencia virtual, el principal público de Mohamed Hamrush es su familia. Este miembro de los Cascos Blancos, los socorristas voluntarios en las zonas rebeldes en Siria, explica que, “si hay un bombardeo y vamos al lugar de los hechos, mi mujer puede asegurarse de que estoy bien”. Además, el smartphone le permite “saber dónde se producen los bombardeos” y “darse cuenta del trabajo hecho” por los socorristas, así como de las “masacres perpetradas”.
Para Inna Salminen, el teléfono inteligente también le sirve para recabar datos, aunque en condiciones más tranquilas. Se trata de una “herramienta muy importante” que esta ingeniera finlandesa de 27 años, especialista en bosques, usa para “recabar todos los datos sobre el paisaje”. Además de su función de localización, su teléfono también es “un equipo de seguridad”, ya que le permite, si es necesario, alertar a los socorristas en una expedición a una zona remota. “Pertenezco a esa generación que apenas tiene recuerdos difusos de la época en la que no tenía mi propio teléfono celular”, cuenta.
Imelda Mumbi ni siquiera tiene esos recuerdos. Con 13 años, acaba de recibir el certificado de educación primaria en Kenia y utiliza su teléfono “para estudiar y a veces para divertirme cuando me aburro”. La adolescente usa, por ejemplo, la aplicación Eneza, una plataforma de apoyo escolar interactiva que dice tener al menos tres millones de usuarios únicos.Fuente: AFP