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Roma. En el Sínodo de la Familia que concluyó hace menos de un mes en el Vaticano, el primero encabezado por el Papa Francisco, por primera vez hubo libertad de expresión. Eso propició un debate que les sacó la máscara a quienes se oponen abiertamente al pontificado renovador de Jorge Bergoglio, que ayer cumplió 20 meses.
Al inicio de esa asamblea extraordinaria sobre los desafíos que enfrentan las familias de hoy, el 6 de octubre pasado, en un mensaje breve pero incisivo, el Papa les pidió a los 191 padres sinodales de todos los continentes que hablaran sin miedo. Y así fue.
Hubo debate sobre muchos temas, pero sobre todo en torno a dos cuestiones antes consideradas tabú: ¿cómo responder al desafío de los divorciados vueltos a casar que querrían ser readmitidos a la comunión y al de las parejas homosexuales?
DOS BANDOS OPUESTOS
De antemano se sabía que respecto de estas dos cuestiones hay división entre conservadores y reformistas. Dos “partidos” opuestos, liderados por dos cardenales alemanes de peso: el prefecto para la Doctrina de la Fe, Gerhard Muller, por un lado, y Walter Kasper, prefecto emérito de la Congregación para la Unidad de los Cristianos y teólogo progresista, cercano a Francisco.
Incluso salieron un par de libros, firmados por diversos purpurados, en rechazo a la solución penitencial planteada por Kasper, en ciertos casos, para los divorciados vueltos a casar.
Pero el sínodo, que fue una primera fase de un proceso de discernimiento que culminará luego de un segundo sínodo, en octubre de 2015, dejó en claro, con nombre y apellido, quiénes son los “enemigos” de la línea reformista de Francisco.
Es decir, los integrantes de esa resistencia interna, pequeña pero influyente, que, en verdad, comenzó a existir el mismo 13 de marzo de 2013, día de la elección de Jorge Bergoglio. Una oposición que hasta hace poco era más bien silenciosa y subterránea.
En medio de una reforma de estilo y fondo tanto en la curia romana como en las finanzas del Vaticano, con un papa cada vez más popular en el mundo, aumentan quienes, incluso en la curia, se animan a criticar abiertamente el nuevo curso.
LOS “ENEMIGOS”
A varios no les gustó para nada que Francisco, con el sínodo, obligara a la Iglesia Católica a enfrentarse con la cruda realidad de una familia en crisis que necesita respuestas. El temor de sectores conservadores es que la “revolución” de Francisco pueda significar cambios vistos como un desmoronamiento de la doctrina católica tradicional.
“Hay una fuerte sensación de que la Iglesia está como una nave sin timón”, dijo recientemente en una entrevista a Vida Nueva el cardenal norteamericano Raymond Leo Burke, punta de lanza en el sínodo de los sectores conservadores, reacios a cualquier discusión y eventual cambio.
El sábado pasado, Burke, con una visión de la Iglesia en las antípodas de la de Francisco, fue removido de su cargo de prefecto de la Signatura Apostólica y trasladado al puesto de jefe de la Orden de Malta, un cargo honorífico que está fuera de la curia.
Pero en sintonía con Burke se expresaron otros prelados de la Iglesia norteamericana que no participaron en la asamblea. El arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, se manifestó molesto y turbado por el sínodo de obispos que para él creó “confusión” alrededor de las enseñanzas de la Iglesia sobre homosexuales y divorciados vueltos a casar.
“Pienso que la confusión es del diablo, y pienso que la imagen pública que dejó el sínodo fue una de confusión”, dijo Chaput.
El obispo Thomas Tobin, de Providence, Rhode Island, fue más allá y escribió en el sitio de su diócesis que “al papa Francisco le gusta hacer lío”, y que, con el reciente sínodo, podía decirse “misión cumplida”.
En el reciente sínodo, también integrantes de la curia romana, como el cardenal australiano George Pell, nuevo “zar” de las finanzas del Vaticano, y el cardenal canadiense Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, expresaron públicamente sus divergencias con la línea aperturista del Papa.
Elementos de disenso y malhumor hacia Francisco se hicieron palpables en ámbitos eclesiales, tal como reconoció el cardenal italiano Camillo Ruini, que en una entrevista al Corriere della Sera puntualizó que “no es la primera vez” que sucede algo así. “También ocurrió durante el Concilio Vaticano II”, destacó Ruini, que fue presidente de la Conferencia Episcopal italiana entre 1991 y 2007.
Más allá del nuevo clima, Francisco no está preocupado. “Como buen jesuita, siente que con el sínodo lo que ha hecho es abrir un proceso para llamar a los obispos a leer el signo de los tiempos y escuchar lo que les dice el Espíritu Santo”, explicó un analista.
“Como el mismo Francisco dijo en su discurso final -agregó-, habría sido preocupante que no hubiera discusión. Y la verdad es que, para cualquier estratega, que se hayan delineado amigos y enemigos representa una inmensa ventaja”.
Fuente: La Nación, Argentina (GDA)