París. Vómito, asfixia, quemaduras... A partir de 1915, los soldados escondidos en las trincheras comenzaron a sentir un nuevo tipo de sufrimiento con la irrupción del arma química en el campo de batalla, que además de la muerte trajo consigo el terror.
El 22 de abril de 1915 una nube verdosa flotó al norte de Ypres, Bélgica, asfixiando a su paso a unos 5.000 soldados franceses. Los alemanes acaban de liberar 168 toneladas de cloro en el aire. Este fue el comienzo de la guerra de gases en el frente occidental.
“Con el uso de gases las partes beligerantes pensaban que podrían romper el estancamiento militar y reanudar una guerra de movimiento”, explica Doran Cart, conservador del Museo Nacional de la Primera Guerra Mundial en Kansas City, Estados Unidos.
Científicos y militares se lanzaron en una carrera armamentista. El cloro fue sustituido por el fosgeno, un agente más letal que asfixia a sus víctimas varias horas después de la exposición.
Pero el más infame fue el “gas mostaza”, un líquido oleoso que toma su nombre del olor acre que desprende. Fue utilizado por primera vez en julio de 1917 por los alemanes cerca de Ypres, pero los franceses se apresuraron para fabricarlo también y cargar con este gas sus obuses.
“Conocido como el 'rey de los gases de batalla', el gas mostaza no era siempre letal, sino que infligía quemaduras que requerían largos periodos de cuidados. También era necesario descontaminar grandes áreas después. Su uso obstaculizaba y ralentizaba todo”, dice Edward Spiers, profesor de estudios estratégicos en la Universidad británica de Leeds y autor de “A History of Chemical and Biological Weapons” (Historia de las armas químicas y biológicas).
- 'Hemorragias pulmonares' -
Abscesos purulentos, irritación ocular severa, hemorragias pulmonares... El gas mostaza es aún más temible si se toma en cuenta que no necesita ser inhalado. Afecta por simple contacto y pasa fácilmente a través de la ropa, el cuero o el caucho.
“Me gustaría que la gente que habla de continuar esta guerra a cualquier precio pueda ver a los soldados sufriendo por el gas mostaza”, afirmaba la enfermera y escritora inglesa Vera Brittain.
En las trincheras, los soldados buscaban soluciones. Primero usaron pañuelos mojados con agua u orina, pero estos fueron remplazados por máscaras antigás, que transformaron a los combatientes en extrañas criaturas deshumanizadas con ojos globulares.
Al final, estos nuevos venenos industrializados dejaron más heridos que muertos. Se estima que fueron responsables de 90.000 muertes y más de 1,2 millones de heridos, de un total de 9,7 millones de soldados fallecidos entre 1914 y 1918.
Pero además de la muerte este gas sembró el miedo en el frente, hasta el punto de convertirse en uno de los símbolos más siniestros del horror de la Gran Guerra, empujando a las grandes potencias a limitar su uso.
Durante este conflicto, “las armas químicas se utilizaron principalmente como instrumento de terror. Jugaron un papel más incapacitante que letal”, estima Doran Cart.“Estas armas dejaron una profunda cicatriz psicológica, tanto en Europa como en Estados Unidos”, lo que ha llevado a las principales potencias a limitar su uso, argumenta Edward Spiers. En 1925, el Protocolo de Ginebra prohibió el uso de armas químicas en los conflictos armados, sin prever verificación o sanciones. Pero aún hoy, “el arma química como instrumento de terror, como durante la Primera GuerraMundial, sigue siendo una realidad”, dice Doran Cart, refiriéndose a la Siria de Bashar al Asad.Se acusa al régimen de Damasco de haber utilizado armas químicas en varias ocasiones durante el conflicto que sacude Siria desde 2011 y que ha matado a más de 350.000 personas. La diferencia radica en la forma en que se utiliza estas armas. “Durante la Primera GuerraMundial, los gases se utilizaron a gran escala con fines militares. Hoy, apuntan deliberadamente a civiles”, concluye.
Fuente: AFP