Contrariamente a lo que podría suponerse, la situación económica en Irán mejoró notablemente a partir de enero del 2016 cuando se levantaron gran parte de las sanciones económicas, tras la firma del acuerdo nuclear.
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Hasta ese momento Irán solo podía exportar el 50% de su petróleo. Con la exportación de crudo a pleno, la recesión pasó de -6% (2012) a un crecimiento de 6% (2016). La inflación, en el mismo período, disminuyó del 50% al 10%.
Pero sucede lo que suele pasar cuando la economía crece y no chorrea igual para todos. Sobre todo, porque tras tolerar años de austeridad, fueron muy altas las expectativas creadas tras el levantamiento del embargo.
Aunque muchos tienden a comparar estas manifestaciones con los movimientos del 2009, contra la reelección fraudulenta del populista Mahmud Ahmadineyad, el origen de las mismas difiere rotundamente. Para comenzar, este es un movimiento sin líderes que nació espontáneamente en Mashhad, tras el anuncio del aumento del precio de la gasolina y de los huevos, y que se ha ido extendiendo por diferentes ciudades del interior del país. En Teherán, donde se concentra la cuarta parte de la población, las protestas no han sido multitudinarias y la clase media no las apoya.
Jubilados, obreros, minorías étnicas y religiosas –como los kurdos y los sunitas– se reúnen para manifestar, pero sin un liderazgo definido; y por la forma desordenada en que presentan sus demandas es probable que ‘la revolución de los huevos’ se desinfle tan rápidamente como se inició.
El presidente Rohani ha pretendido aplacar la ira popular reconociendo que la economía necesita una buena operación quirúrgica. Pero si la actitud conciliadora no le funciona, la represión será dura.