San José María Díaz Sanjurjo, nacido en Santa Eulalia de Suegos, Lugo (España) el 25 de octubre de 1818, fue protomártir de Ocaña, santo y misionero dominico y canonizado por la Iglesia en 1988. Luego de partir como misionero hacia Asia (primero a Manila y después al seminario de Luc-Thuy) y ser consagrado obispo en Tonkín Oriental (Vietnam), sufrió una espantosa muerte por decapitación hace exactamente 165 años.
Díaz Sanjurjo se educó el Seminario de Lugo y en la universidad de Santiago de Compostela y en el colegio misionero de Ocaña de la Orden de Predicadores. Años más tarde, en 1844 fue ordenado sacerdote en Cádiz.
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Tras su partida a territorio vietnamita como misionero, empezó su inculturación con la imposición del nombre vietnamita: Duc-Thay- An. Sin embargo, las obras de apostolado del obispo de Platea en varios pueblos se dieron en las difíciles circunstancias de persecución, pese a que contaba con la ayuda de varios sacerdotes vietnamitas.
Durante los 12 años que estuvo en Vietnam, las persecuciones fueron frecuentes. La presión sobre los cristianos en este territorio se hizo más intensa desde marzo de 1855, momento en que se publicó un decreto que condenaba a muerte a los misioneros europeos, incluyendo catequistas y autoridades que los oculten.
Fue detenido por los esbirros reales el 21 de mayo de 1856 en su residencia de Bui-Chu. Al parecer, no escapó por proteger a los religiosos locales. Allí lo ataron fuertemente hasta la llegada del comandante de las tropas de la ciudad, quien ordenó que lo retiren las cuerdas.
Fue conducido a Nam- Dinh, desde donde redactó una carta “con una rajita de caña en la hoja de un libro” desde la cárcel, según cuenta la Real Academia de la Historia: “Carísimos señores y hermanos míos: salud y gracia. Este pecador rictus in Domino, saluda y se despide de todos hasta la gloria. Perdón les pido de todos los disgustos y ofensas. Este cepo y cadenas son regalados adornos llevados por Jesús. Mi alma regresa, esperando que mi sangre se derrame, y unida con la que nuestro amable Redentor vertió en el Calvario, purifique todas mis iniquidades. Confío me ayudarán con fervorosas oraciones a conseguir el don de fortaleza y perseverancia final. Supongo que me restan pocos días, pero entre estos leopardos-sanguijuelas se hacen ellos muy largos”.
La sentencia del gobernador de Nam-Dinh fue ejecutada el 20 de julio de 1857. Aproximadamente al mediodía lo sacaron al patíbulo cargado de cadenas que le impedían caminar bien. Le amarraron las manos a la espalda y al segundo golpe del verdugo cayó la cabeza de José María.
Instantes después, la cabeza del santo fue expuesta al público en un cesto y la arrojaron al río.
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