París. De mente brillante e intimidad tortuosa, Dominique Strauss-Kahn era al comienzo de esta década el hombre llamado a presidir Francia y devolver a los socialistas el Elíseo, pero los tribunales, que nunca han llegado a condenarle, acabaron con una carrera que parecía no tener límites.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Strauss-Kahn (conocido por sus iniciales, DSK) salió indemne de su último duelo con la justicia, con la que parece abocado a enfrentarse por sus continuos problemas de alcoba.
Pero esta vez, como recordó durante el juicio uno de sus abogados, el escarnio público fue mayor: los franceses se han convertido en “voyeurs” de las prácticas brutales que Strauss-Kahn desplegaba en las orgías con las que decía relajar la tensión acumulada al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Con su absolución, las fiestas para las que sus amigos le procuraban “material” (como él mismo escribió en un mensaje a otro acusado) quedan como el divertimento libertino que Strauss-Kahn defiende y no como la red proxeneta de la que se le acusaba en principio.
Toda Francia conoce ahora cómo se las gasta el carismático e inteligente economista cuando cierra la puerta.
La erosión sobre su imagen es devastadora, aun en un país que hasta hace no tanto se preciaba de respetar la intimidad de sus figuras públicas, y ni siquiera su absolución borra las dudas sobre si sabía que las participantes en las bacanales eran prostitutas.
Pero la suerte de Strauss-Kahn ya se había torcido mucho antes, el 15 de mayo de 2011, cuando la policía estadounidense lo detuvo en el aeropuerto de Nueva York, acusado de haber violado en su suite del hotel Sofitel a la empleada Nafissatou Diallo.
De familia acomodada, Strauss-Kahn nació hace 66 años en el suburbio parisino de Neuilly-sur-Seine, aunque pronto se trasladó junto a su familia a la ciudad marroquí de Agadir, donde vivió hasta 1960, cuando volvió a Mónaco y, posteriormente, París.
Graduado en la prestigiosa Sciences Po y doctor en Economía por la Universidad de París X, se forjó una reputación como economista riguroso y metódico en sus primeros pasos profesionales como profesor universitario.
Más allá de sus dotes académicas, quienes entonces lo frecuentaban coinciden en que si algo lo distinguía era su gran capacidad de seducción, especialmente entre las mujeres.
Pronto llamó la atención de los cazatalentos del entonces gobernante Partido Socialista -donde militaba desde los 27 años-, que lo alzó desde su escaño en la Asamblea Nacional al cargo de ministro de Industria entre 1991 y 1993, y posteriormente al de “superministro” de Economía, Finanzas e Industria entre 1997 y 1999.
Entonces comenzaron sus incontables líos judiciales, como el llamado “caso Mnef”, en el que se le investigó por supuesta falsificación. Fue absuelto, como también le sucedió en otros escándalos vinculados al modisto Karl Lagerfeld o a la petrolera Elf.
Esos problemas no mermaron su ascenso a la cúspide del FMI en 2007, donde jugó un papel determinante a la hora de afrontar el estallido de la crisis financiera.
Sus problemas de faldas comenzaron a brotar una vez asentado en Washington. El primero de ellos la revelación en 2008 de su relación extramatrimonial con una subordinada, la economista de origen húngaro Piroska Nagy.
La investigación reveló que Strauss-Kahn no había abusado de su posición en el FMI, aunque él tuvo que pedir disculpas públicamente.
Tres años después, cuando se postulaba como el gran favorito de los socialistas franceses para las elecciones presidenciales de 2012, fue detenido por la presunta violación en Nueva York, que se zanjó sin que la fiscalía presentase cargos al alcanzar Strauss-Kahn un acuerdo económico con Diallo, que retiró los cargos.
Otras acusaciones similares emergieron a continuación, como la de la joven periodista francesa Tristane Banon, que lo acusó de haber intentado violarla en 2002, o el caso de proxenetismo por el que se le ha juzgado ahora.
Dicen quienes han seguido todo el proceso que Strauss-Kahn se ha mostrado más sereno que nunca, con aparente control de la situación e indignado por el juicio paralelo de la opinión pública sobre sus prácticas sexuales.
Desde hace cuatro años, las imágenes de contrición de quien fue uno de los hombres más poderosos del mundo han dejado casi en el olvido al hombre seguro de sí mismo, arrollador y seductor que rozó el cielo con los dedos.
Fuente: EFE